jueves, 15 de octubre de 2009

MARCOS RODRIGO RAMOS


EL VIENTO Y EL VIOLÍN

Shi Huang Tzu iba de regreso a su castillo en el Reino del Norte cuando encontró sentado debajo de un árbol a un joven que miraba el cielo ensimismado. Entre sus brazos tenía el estuche de un violín. Algunas lágrimas rodaban por sus mejillas.
-¿Qué pena te aflige?
-Mi pena es por un sueño.
-¿Tu sueño tiene nombre de mujer?
-Li Quin Thao.
Por un momento hizo silencio, sabía de ella que dentro de dos día iba a hacer una fiesta importante en su castillo, que tenía mucho poder y que era más que dura con todas las personas y sobre todo con los hombres que la habían pretendido. Las malas lenguas decían que su corazón era tan duro que nunca había amado y nunca lo haría jamás por decisión propia. El muchacho parecía tan enamorado que no quiso romperle la ilusión.
-Te deseo suerte en tu empresa de amor pues te aseguro que la necesitaras.
El joven sacó del estuche del violín y sin responderle comenzó a tocar mientras él se retiraba. La música comenzó a sonar con mayor intensidad y aunque cada vez se alejaba más y más se sentía atravesado por una aguja cada vez más punzante a tal punto que debió detener su caballo y arrojarse al pasto. Acostado boca arriba intentaba relajarse pero su pecho parecía abrirse en dos. No podía salir de su asombro, había estado en miles de batallas y sabía lo que era sentir el filo de una espada atravesándole la piel, sin embargo ningún dolor se igualaba al que ahora sentía. Sin entender muy bien por qué comenzó a llorar con una angustia que crecía con la misma intensidad que la sucesión de notas en el violín. De pronto el silencio. Se paró sintiendo un sudor frío. No se escuchaba el sonido de los pájaros, del río ni del viento. Otra vez comenzó a sonar el violín y esta vez el sonido fue delicado, lento, dulce. El aire se volvió un agua fresca y cristalina que inundaba su alma. Comenzó a caminar en dirección y sin darse cuenta se vio transportado a los momentos más felices de su pasado: a un abrazo con su padre diciéndole que estaba orgulloso de él, a una caricia de su madre en el pelo, al primer beso que le dio de adolescente a su mujer, a la última sonrisa infinita y sin dientes de su hijo Liu Chao. Se detuvo a pocos metros del violinista que continuaba tocando en forma dulce con una sonrisa en los labios y lágrimas en los ojos. No necesitaba palabras para saber lo que decía la música ni a quien iba dirigida. Sonaba claro, preciso, único en la melodía el nombre de su amada. Se arrodilló ante él. Sólo entonces dejó de tocar. Shi Huang Tzu colocó su espada entre las manos y dijo con voz firme:
-Mi espada que sirvió siempre al emperador ahora es tu espada.
-Agradezco tu ofrecimiento pero en la batalla que voy inútiles son las armas.
-El viento. Confía en el viento, el llevará tu música hasta su corazón. No sé cómo, pero sé que así será.
-Deliras noble caballero pero, ¿qué pierdo con intentarlo?
El violín volvió a sonar. Shi Huang Tzu se recostó en el pasto con los ojos cerrados mientras el viento parecía llevar la música a otro lugar.
Ante su extrema insistencia el joven violinista debió aceptar que lo acompañara.
-¿Desde cuándo amas a Li Quin Thao?
-Fue de adolescente que la vi en un sueño. En el mismo tocaba a sus pies con el violín una melodía muy dulce (aquella que vos hace poco escuchaste). Me miraba seria y con indiferencia al principio pero el canto de mi violín se hizo más dulce aún y cuando nuestros ojos se encontraron ella me sonrió. Al despertar comprendí que mi vida tenía un solo sentido, volver a encontrar esa sonrisa.
Dudo por temor a herirlo pero sentía que era preciso decirle lo que había escuchado de ella.
-Se dicen muchas cosas sobre tu amada.
-Las sé todas.
-¿Sabes de su corazón de piedra?
-¿Para qué crees que llevo un violín capaz de derribar montañas?
-Va a ser difícil.
-Escucha al viento. La melodía aún está flotando.
Decidieron detenerse en una taberna. Allí el noble guerrero le expuso al violinista su plan.
-Tengo una idea para que puedas conocer a Li Quin Thao y mostrarle tu música. Ven a su fiesta conmigo.
-¿Con estos harapos?
-Eso no es problema. Dinero es lo que me sobra. Con la sola mención de mi nombre tendremos crédito con los mejores sastres y en menos de una hora estarán en tus manos los trajes de gala más elegantes que jamás se hayan visto, bordados con hilos de oro si es necesario.
-¿Por qué no? Una fiesta. Un traje de gala. Quizás sea el momento justo. Voy a ensayar, debo practicar, no puedo equivocarme. Sientes este viento fresco. El viento es señal de buen augurio.
El maestro de ceremonias de palacio Lian Quichao se sorprendió cuando pasó en su carruaje frente a la taberna del Viejo Li Po, lugar del que a toda hora provenían ruidos de botellas rompiéndose y hombres peleando. Nada de eso, sólo se escuchaba el sonido dulce de un violín. Se detuvo a espiar y dentro observó un paisaje que nunca pensó que podía encontrar en ese lugar. Más de una veintena de los peores malvivientes y otro tanto de prostitutas escuchaban en silencio y con atención al joven de ropas humildes que tocaba el violín. A Lian Quichao encantaba la música pero fue mayor su afán de chismerío y prefirió ir de prisa al palacio para contarle a su amiga Li Quin Thao lo que había visto.
Los trajes estuvieron listos mucho más rápido de lo que ellos habían calculado. "El oro mueve al tiempo", se jactaba Shi Huang Tzu. El violinista comenzaba a inquietarse ante la inminencia del encuentro con su amada.
-¿En tu familia todos son músicos?
-Nadie.
-¿Te has iniciado de muy joven para adquirir tamaña capacidad?
-No.
-Pero, ¿cómo es posible?
-Todo comenzó cuando tuve aquel sueño que te referí a la tarde. Tendría dieciséis años. Jamás había tocado algún instrumento, es más, ni siquiera me gustaba la música. Sin embargo fue por el impulso de cumplir mi sueño que vendí las pocas pertenencias que tenía para comprar el violín. A partir de ese momento mi vida se limitó a trabajar para pagar a los profesores y practicar todo el tiempo posible. Fue con tiempo y esfuerzo que mi técnica se volvió perfecta, entonces estuve en condiciones de escribir aquella melodía del sueño. Sólo me resta tocarla delante de mi amada con el viento.
La fiesta en el castillo del padre de Li Quin Thao se realizaba según lo previsto, con sólo las personas que había autorizado venir. Ninguno faltó. Fue a eso de las doce del mediodía que el edecán anunció la llegada de dos nuevos invitados no previstos que esperaban en la puerta de palacio.
-¿Son extranjeros?- preguntó ella.
-Uno es Shi Huang Tzu, el poderoso señor de las Tierras del Norte. El otro es un joven que no ha dicho palabra.
-¿Cómo?
-De él ha dicho: "Si yo soy poderoso, el es cien veces más poderoso que yo" Le preguntamos su nombre pero respondió que el joven (al que trata como su señor) se presentará ante vos con su instrumento y en su música podrás descubrir quién es.
-¿Qué instrumento?
-Lleva el estuche de un violín bajo el brazo.
-¿Un violín? Me recuerda algo que me contaron hace poco. Está bien, que pasen.
El rey suspiró sin dejar de abanicarse, el calor era terrible dentro del palacio pues por orden de Li Quin Thao todas las ventanas debían permanecer cerradas y no corría por el interior una sola gota de viento. Los dos extranjeros se aproximaban a donde estaba ella. El más joven, que llevaba un estuche de violín bajo el brazo se quedó parado a unos cuatro metros de distancia. El otro, más grande en edad y más robusto, la saludó besándole la mano.
-Hay varios interrogantes que me gustaría que me ayudaras a develar ¿Por qué cuando me saludaste no te inclinaste ante mí?
-Mi cuerpo sólo se inclina ante el emperador y mi "señor" Chuang Ti.
-¿Él es "tu" señor?
-El poder de este hombre es increíble. A hecho cosas que ni cientos de ejércitos todos juntos podrían hacer.
-¿Por qué se queda parado sin mirarme?
-Mi señor viajó de muy lejos, se preparó y ha dedicado gran parte de su vida a esta melodía en su homenaje.
-¿Por qué no me saluda?
-El prefiere presentarse con su música directamente. Es por eso…
Li Quin Thao no lo dejó seguir hablando y de imprevisto comenzó a pedir a los gritos silencio y que se acercaran todos.
-¡Amigos míos! Les voy a pedir un favor. Desde tierras muy lejanas ha venido este noble extranjero con una melodía. Si, con una canción para violín inspirada en mi persona. Quiero que todos la escuchen conmigo.
El calor se hacía inaguantable para el joven Chuang Ti que no había contado con la presencia de ese público "extra", no obstante sabía que el concierto por ello no dejaba de estar dirigido a la persona que él quería. Colocó un poco de resina en el arco, el violín sobre el hombro y una milésima de segundo antes que tocara la primera nota se oyó el grito.
-¡Momento! ¡Quiero ver ese violín! Tráiganmelo.
El pedido había descolocado al joven que le hizo una seña a su compañero para que se tranquilizara al ver que estaba desenvainando su sable para defenderlo.
-Si, claro- respondió el violinista entregándole su instrumento. Lo miró con detenimiento lo mismo que su arco. El silencio era pesado, caluroso, molesto. A pesar de los contratiempos a Chuang Ti lo que más le inquietaba era la falta de aire, que no estuviera aquel viento fresco del sueño.
Li Quin Thao pidió al maestro de ceremonias Liang Quichao que entregara a su dueño el violín pero este, a mitad de camino, tropezó cayendo de lleno su cuerpo sobre el instrumento. El corazón de Chuang Ti pareció dejar de latir, no elevó la cabeza para no verle la cara. Le entregaron el violín destruido. Las risas invadieron todo el palacio. Faltaba el aire más que nunca.
Shi Huang Tzu ardía de odio y no deseaba en ese momento otra cosa más que cortar la cabeza de cada uno de los que se estaban burlando de su amigo pero fue otra vez la mano de él la que el hizo una seña para que se detuviera, sin embargo el vozarrón fuerte y enérgico del noble samurai bastó para que todos se callaran.
-¡Silencio! ¿Disponen en este palacio de algún otro violín para mi señor?
-No tenemos- respondió con sorna Li Quin Thao.
-Pues allá en la orquesta me pareció ver más de uno.-¿Me estás tratando de mentirosa?- dijo la dama mientras una veintena de soldados con sus espadas se dirigían hacia él. El noble guerrero sacó su espada y se dispuso a luchar. Fue entonces que el joven Chuang Ti comenzó a tararear la melodía de su sueño. Ella lo miro estupefacta, conocía a la perfección esa melodía, la había escuchado de adolescente en un sueño. Un hombre la interpretaba, no recordaba cómo, si cantando o con un instrumento. A ella sólo le importaba el intérprete porque sabía que él era el primero, el último, el único hombre al que ella iba a amar. Lo llamó por su nombre y cuando sus miradas se cruzaron se reconocieron en una sonrisa, entonces los dos respiraron hondo aquel aire fresco que corría por el castillo a pesar de las ventanas cerradas.

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