jueves, 15 de octubre de 2009

ARIEL FÉLIX GUALTIERI


LA TIERRA DE INDECISO

Era un día de lluvia y de frío. Había estado esperando el colectivo durante veinte minutos. Las monedas que llevaba estaban mojadas y la máquina expendedora de boletos no las aceptaba. Comencé a discutir con el chofer. De repente se me ocurrió una frase para terminar la discusión, dejándolo mal parado: "¿Por qué no mirás para adelante, a ver si todavía chocamos?" Pero no llegué a decírsela; justo cuando estaba por soltársela se produjo una brusca frenada, hubo un ruido y en seguida sentí que me despegaba del piso… Eso es lo último que recuerdo.
Aparecí tendido sobre la calzada de una calle pobremente iluminada. Era de noche. Me incorporé y lo primero que vi fue un grupo de hombres que charlaban recostados sobre la vereda, bajo la tímida luz amarillenta de un farol. No sabía si ir hacia ellos, pero mientras lo estaba pensando sentí que alguien me tomaba del brazo por detrás.
-¡Oiga!, usted está muerto, ¿qué puede perder? ¡Sea valiente, vamos! ¿Cara o seca? -dijo un hombre calvo, alto y de bigotes, mientras jugaba con una moneda entre sus dedos y no dejaba de mantener mi brazo aferrado.
No le contesté, de un tirón me solté y caminé rápidamente hacia los tipos que estaban sentados alrededor del farol.
-Disculpen, ¿en dónde estoy? -les pregunté.
-Veo que es un recién llegado -me contestó uno de ellos, dirigiendo una mirada divertida al resto. Era un hombre de aspecto bonachón, robusto y panzón, con barba y cabellera desordenadas.
Asentí con la cabeza, y pregunté:
-¿Es el infierno?
Todos se echaron a reír.
-¡Soy el diablo! -dijo un muchacho burlonamente, irguiendo un dedo índice a cada lado de su cabeza.
Estallaron en carcajadas y siguieron bromeando y descostillándose de risa por un rato. Permanecí de pie, observándolos y tratando de forzar una sonrisa, esperando que dejaran de reírse y me dijeran donde estaba.
-Bueno amigo, bienvenido a la Tierra de Indeciso -me dijo por fin el tipo robusto, levantándose. Comenzó a caminar hacia una esquina. Lo seguí.
-Por favor, ¿podría ayudarme? -le pregunté, suplicante-. No sé que hacer.
-No se desespere, mi amigo -dijo paternalmente- Bueno... haber… El pelado con el que se topó recién es un portero, hay uno por cuadra, sólo se puede salir de este lugar por medio de ellos -me explicó, mientras continuábamos caminando y nos alejábamos del grupo que seguía charlando y riendo bajo el farol.
-¿Salir hacia dónde? -le pregunté.
-Puede ir hacia Arriba o hacia Abajo, depende de si gana o pierde. Seguramente jugó a "cara o seca" con una moneda, ¿no?
-Asentí con la cabeza -recordé que el calvo también había mencionado algo al respecto-. El portero siempre deja que usted elija, pero él arroja la moneda. Si usted gana, irá hacia Arriba; si pierde, lo enviarán hacia Abajo.
-Y..., ah...
-No sé que hay en esos lugares -me interrumpió, como si ya supiera lo que iba a preguntarle-. Pero puedo decirle que Arriba es mejor y Abajo es peor. Nadie que sale de Indeciso vuelve, pero cada uno puede quedarse el tiempo que quiera, hasta que decida jugar a "cara o seca" con un portero. Todos los que estamos aquí no lo hemos hecho todavía. Pero yo he decidido que hoy...
-¿Y cómo sabe usted lo que me acaba de contar? -le pregunté, interrumpiéndolo a mi vez.
-Porque me lo contaron otros, como yo estoy haciendo con vos ahora -me contestó.
Obviamente, esta respuesta me generó dudas, pero como la pregunta pareció no gustarle, decidí no insistir. Llegamos a la esquina, allí estaba el portero. Cuando nos vio acercarnos, se nos abalanzó.
-Hoy no hace falta que me trates de convencer pelado: vengo decidido a jugar -dijo mi compañero.
-Excelente, ¿cara o seca? -disparó ansioso el portero.
-Cara -le respondió secamente y agachó la cabeza mordiéndose los labios.
El portero sacó una moneda de un bolsillo del saco. La acomodó en su mano derecha para lanzarla y preguntó a mi acompañante:
-¿Está seguro?
-Sí -respondió él, fijando su vista en la moneda.
Entonces el portero lanzó la moneda hacia arriba, esta cayó contra el suelo, y después de rebotar unas cuantas veces quedó con la cara hacia arriba. En seguida mi compañero comenzó a elevarse lentamente, impulsado por un viento que parecía soplar desde abajo. Lo seguí con la mirada hasta que desapareció en la oscuridad impenetrable del cielo. Mientras ascendía, me saludó un par de veces con la mano: su rostro se veía radiante y feliz.
Así comenzó mi estancia en aquel lugar.
Indeciso era una especie de ciudad formada por infinitas manzanas y calles idénticas. En las veredas de cemento no había filas de casas; en su lugar se extendían murallones altísimos, hechos también de cemento, sin puertas ni ventanas, tan elevados que no se distinguía donde terminaban; y como no presentaban puntos de apoyo, era imposible escalarlos.
Nunca salía el Sol. El cielo era un manto negro donde jamás brillaban la Luna ni las estrellas. En cada cuadra, había cuatro farolitos flacos, que apenas salpicaban la oscuridad con su escasa luz amarillenta. Los porteros, todos iguales como gemelos, vestidos siempre con traje gris, camisa blanca y corbata negra, acosaban a todo aquel que encontraban en su cuadra para forzarlo a jugar; su insistencia y palabrerío eran insoportables. A excepción de estos molestos habitantes, no era fácil cruzarse con alguien en Indeciso; a veces pasaba mucho tiempo sin ver a otra persona. Cuando me encontraba con alguien charlábamos sobre cualquier cosa, no importaba el tema, siempre era una alegría escuchar otra voz. En ocasiones llegábamos a juntarnos cinco o seis en la misma cuadra: los recuerdos más felices de mi paso por Indeciso provienen de esos encuentros. Pero estos grupos sólo duraban hasta que el sueño nos vencía. Cada vez que alguien se dormía, despertaba en un lugar diferente, aparentemente al azar; de tal manera que podía encontrarse a miles de kilómetros de la persona con la que había estado charlando unas horas antes. Por este motivo, también era muy difícil orientarse. Nunca vi mujeres ni niños en Indeciso. Algunos decían que estaban en un lugar idéntico pero sin hombres; otros creían que se hallaban en Indeciso, aunque muy lejos de nosotros; también oí que se encontraban Arriba.
Durante el tiempo que estuve en Indeciso, vi a muchos ganar y elevarse felices hacia Arriba. Pero también contemplé, con angustia, como otros tantos descendían aterrados después de perder. Al principio, la idea de jugar ni siquiera se me cruzaba por la mente. Pero a medida que el tiempo iba pasando, pensaba cada vez con mayor frecuencia en como serían Arriba y Abajo, y en las ventajas y desventajas de arriesgarme. Hasta que un día, durante una caminata solitaria, finalmente me decidí. Me dirigí resuelto hacia al portero que estaba parado en la esquina, elegí cara y... salió seca. Entonces, como había visto que ocurría con todos los que perdían, un pozo se abrió bajo mis pies, comencé a caer rápidamente, sentí un gran cansancio y me dormí.
Desperté en una calle con el mismo aspecto que todas las de Indeciso. Comencé a caminar y me di cuenta que estaba en un lugar que era idéntico a Indeciso, salvo por la ausencia de porteros. De repente, al doblar una esquina, divisé una figura recostada bajo un farol. Me le acerqué rápidamente. Cuando estaba a unos pasos, el hombre me dirigió una mirada desde su sitio, sin levantarse. Al ver su rostro de cerca, reconocí sorprendido a mi primer amigo de Indeciso, aquel hombre robusto que había visto elevarse hacia Arriba.
-Amigo, ¿me recuerda? -le pregunté.
-¡Claro!, ¿¡cómo le va!? -me saludó con su tono amable.
-Pero...
Otra vez, como aquel día cuando nos conocimos en Indeciso, adivinó lo que iba a preguntarle; y sin dejarme terminar la frase, me dijo tranquilamente:-Es lo mismo.

No hay comentarios: