martes, 6 de octubre de 2009

ALICIA CHILIFONI


FRUTILLA LIBRE
....................................A Juan Gil, de Aluminé, Neuquén

Vuelvo de mis vacaciones, y me encuentro con una invasión. La cuarta parte del jardín fue ocupada por una planta de zapallo, de largas guías amenazantes.
Hace años que siempre tiro las semillas en el mismo rincón. Aparecen plantitas, dan flores, que en un par de días desaparecen devoradas por hormigas y caracoles, esos bichitos simpáticos, con su casita a cuestas, que ya me son antipáticos porque también se llevan a cuestas mis calabazas posibles, haciéndolas imposibles.
Durante mi ausencia llovió tanto, me cuentan, que todo el ejército de alimañas no pudo con la flora.
Sin soltar todavía la valija, voy apartando suavemente las hojas, para poder ver las flores, amarillas como soles, y me sorprenden varios zapallos de tamaño considerable. Tengo miedo de estar soñando. Creo estar en medio de un milagro, y en realidad lo estoy.
Recuerdo la huerta de mi casa natal, y ya me imagino haciendo un almácigo para... ¿cuándo será la época de sembrar lechuga? ¿y radicheta? ¿Y pimientos? ¿Y choclos? Todo, quiero saber todo.
Sacudo la cabeza, a ver si no estoy todavía en el ómnibus, soñando. No. Acá está la puerta. Estoy en mi casa. Entro, abro la valija, y mientras la voy vaciando, encuentro la caja de frutillas que me regaló Juan. Son de su chacrita, la que hace dos años va gestando allá, en plena cordillera. Larga y difícil fue la lucha por su adjudicación. Ser pobre y "sin palancas" lo complica todo. Pero ahí está, ya con sus álamos, de tres variedades, para dar un mejor efecto visual, cuando crezcan, claro, me explica.
También me enseña cómo se plantan, y por qué allá los pinos, y por qué tres variedades de frutillas, y por qué aquí las grosellas, allá las frambuesas, más allá los perales y manzanos, y por qué el estanque ... ¡Cuánto sabe, y con qué fervor habla! Le pido que se quede así, quietito, para la foto. No importa que esté a contraluz. Quiero guardar la pasión de esa cara morena, plena, feliz. Me trae a la mente la frase de aquel obispo de Santa Cruz, monseñor Alemán, cuando en su homilía dijo "cuánto trabajo hay en un pedazo de pan". Sí, desde la preparación de la tierra, pasando por la siembra, la espera, la cosecha, la trilla, el molino, la harina incorporándose cautamente al amasijo, el horneado, y el llevarlo al mantel con unción. Siempre he sentido y siento, en el acto de dar de comer, un acto de amor. Y cuando cocino, aún el plato más sencillo, pongo todos mis sentidos, cocino con el alma, al margen de los resultados. Mientras recuerdo, abro la heladera, pero vuelvo a cerrarla, sin guardar la caja con las pequeñas frutas rojas, brillantes. Las traje para una tarta con crema pastelera. ¡Al diablo la tarta! Abro la canilla, y a medida que las lavo me las voy comiendo, sin crema, sin azúcar, sin nada, y con todo. Mastico a conciencia, degustando con los ojos cerrados, pidiendo un deseo: que mis zapallos tengan el mismo sabor que las frutillas de Juan, este incomparable gustito a libertad . . .

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