lunes, 12 de enero de 2009

NORMA TRAFERRI


SIN SONIDOS

Era un pueblo pequeño en las laderas de los Comechingones. Su nombre "Laderas Verdes". La casa de Noelia estaba en las afueras. En el poblado las calles no tenían nombre ni numeración, sí, cada casa. "Buenas Hierbas" era la de ella.
La familia vivía del cultivo de hierbas medicinales. Todos aprendieron viendo a Noelia, con el cuidado y la cosecha, en el momento exacto.
Juan era su marido, tenían dos hijos, Candela, ahora de ocho años y Tomás de seis. Hubo un día en el que Juan tomó su valija, y se fue, nadie supo más de él Noelia, encerrada en su cuarto, lloró tres días seguidos.
La niña recordaba los gritos de su padre, los insultos que profería, Tomás, apretaba fuertemente su mano, ellos también temblaban y y se sacudían en sollozos. Sintió la niña, ése no era papá, y su madre diciéndole: ¡No grites más, no hables así!. Me ofende. No tenés derecho, ofendés hasta a tus hijos... Nunca lo olvidarían ni ella ni Tomás, Escuchándolos detrás de la puerta. Tenían entonces seis y tres años.
A partir de entonces, su madre no habló más. Candela y Tomás la seguían como dos polluelos. Noelia los miraba, hacía un gesto, y ellos comprendían. Así continuaron en la casa. No se escuchó nunca más una voz humana, porque ellos tampoco hablaron. Un día, miró al canario y abrió la puerta de la jaula, lo vió volar hacia el bosquecito que daba hacia los cerros. Nunca volvio.
Entre los tres hacían todas las tareas. Noelia no dejó de lado, los niños debían educarse, fueron aprendiendo matemática con los dedos y un contador, y lo escribían en una hoja. No iban entonces al colegio.
En silencio los tres trabajaban los huertos. Comían en silencio. Y por señas cada uno se comunicaba con los otros. No habían perdido la sonrisa. Saltaban a la cuerda, se hamacaban, jugaban.
Al atardecer Candela y Tomás solían sentarse cerca de la casa y escuchar a los grillos, las ranas y el canto de los pájaros. Sólo escuchar.
En el pueblo se sabía, que desde el día en que Juan los abandonó ellos no hablaron más y se comunicaban de manera gestual. Cuando iba Noelsi al almacén de ramos generales del poblado, ya todos comprendían, y comenzaban a contestarle también de manera gestual. Se la veía sonriente, al igual que sus hijos.
Ya no era tema de conversación en las casas del pueblo. Comenzaron a analizar las ventajas. Serafín y Analía, un matrimonio del pueblo, se dijeron: ¿Porqué no probamos nosotros? Y así comenzó el pueblo a tomar la costumbre. Dejaron de hablar.
De uno en uno, la maestra inventó un sistema, sin habla. Todos desearon incorporarse. Hasta el párroco comenzó a dar sus misas sin palabras. Todos leían y solo se oían un par de veces las campanillas.
En "Laderas Verdes" se captaban los sonidos de las maquinarias, el del motor de algún automóvil, los pasos del caminante, las risas, los sonidos de la naturaleza, el violín de don Anselmo, el piano de Clara, la guitarra de Gerardo y la flauta de Serafín.
Hacen reuniones musicales a la vera del arroyo, y disfrutan los que pueden ir. Para escucharla a Clara, ella abre el ventanal de su casa y los vecinos se sientan en el jardín. Finalizado el pequeño concierto, repetido y disfrutando siempre, cada uno al despedirse se sonríe, no tontamente, sino desde donde deben nacer seguramente las sonrisas, y se saludan con la mano en alto.
Un día, pasado el tiempo, llegó un hombre en automóvil y de paso. Entró al bar. Cuando vio que el hombre lo atendía con señas, trató de hacerse entender él también de la misma forma, pensándolo sordomudo. Luego modulando despacio pidió torta de manzanas. Cuando se la trajo, le preguntó: ¿Usted, no es sordomudo?. Con la cabeza éste lo negó.
La intención de él, era quedarse una horas, descansar algo, y partir Sólo un día en el pueblo. Era periodista, no lo dijo. Nunca sabría el por que, sin excusas y de pronto lo decidió, se quedaría unos días allí
Al llegar el atardecer, vio gente de allí que caminaban, al parecer, hacia un mismo sitio. Se sentó como ellos en el suelo. De manera entrañable sintió lo que era compartir con los pobladores que acudieron al arroyo el paseo. Estaba don Anselmo con su violín. Veia a la gente, toda comunicarse por señas. Fue a la parroquia y participó de la misa, con la música del pequeño órgano que Clara interpretaba, sintió, como en un estado místico, en el que todos participaban.
Ni quiso ni pudo averiguar como comenzó, cuando la comunidad incorporó ésta forma de comunicarse, el porque mutilaron el habla y se los veía felices y en paz.
Podría llamar a la redacción. Podría, pero no lo haría. Eso sería un sacrilegio.Haré de cuenta de que me detuve en un paraje, donde no recordaré ni su nombre, una noche, y tuve un bello sueño sin sentido. Como si hubiera estado inmerso, por unas horas, en el país de Alicia, si, eso haré.

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