lunes, 12 de enero de 2009

JUANA SCHUSTER


TINIEBLAS

Cuando compramos la casona, evitaba que mis ojos se posaran en él. Tenía algo que infundía temor. Estaba allí de pie, sobre una mesa de cemento. El enanito con su gorro de duende. No se lo dije a Richard. Me trataría de tonta.
Él hablaba de traer rosales, de combatir las hormigas devastadoras como musarañas.
Por la noche, la luna se ocultaba tras carreteles de algodón. Proyectaba una sombra demasiado fragmentada. Despertadora de asombros.
Esa madrugada, no quise permanecer sola, pero Richard tuvo una guardia especial en su trabajo. El auto partió.
Abrí la ventana hacia el jardín, y vi sólo la base. Mi grito de horror abrió las compuertas de mis arterias cuando sentí los pasos desde la planta baja, ¡ estaba subiendo lentamente los escalones!
Me tiré por la ventana y corrí hasta la carretera. Goteaba sangre desde mis escoriaciones. Hasta que noté las luces que identificaron un coche. Le hice señas. Me introduje en el asiento trasero.
Un rostro de enano frente al volante, giró para mirarme fijamente, con sarcasmo. Ojos saltones de pescado, con expresión de muerte cercana, de próximo infierno, de inmediata agonía diabólica.

No hay comentarios: