lunes, 12 de enero de 2009

LILIANA CHÁVEZ


UN LUGAR PARA LAS LAVANDAS

La nona va y viene por la casa, protesta en siciliano cuando no encuentra algo. Cada vez que pasa delante de mí pregunta si soy hijo de Adela o de Delfina, aunque sigue camino sin esperar respuesta.
Usando el delantal como vasija, trae al comedor los tarros de la alacena. Los coloca sobre la mesa, los destapa y mete en ellos la mano o huele para saber qué contienen. Si descubre café en el envase de té o arroz en lugar de azúcar, culpa a Obdulia, una nana fallecida veinte años atrás.
No hay dudas que la abuela Elvira no está bien. Mamá tiene razón cuando dice que no es conveniente que viva sola. Casi todos los repasadores que le ayudo a colgar en la azotea están quemados en alguna parte y hasta encontré restos de cera sobre la cómoda de su cuarto; en el primer cajón tiene varios paquetes de velas y un pequeño santuario sobre una repisa.
No tolero el desorden. Por momentos me dan ganas de llevar los recipientes de regreso a la cocina pero no me da tiempo. Viene por el pasillo con su caja forrada en rafia.
Todas las fotografías son en blanco y negro. La primera que me enseña es la de su boda. Se la ve mucho más delgada y sin las pecas que ahora le cubren la mayor parte del cuerpo. Del abuelo yo recordaba tan poco como ella.
Aquí estamos en Humahuaca durante nuestra luna de miel y aquí Antonio de niño haciendo la comunión, dice convencida, pero, en realidad, es un pariente suyo que quedó en Sicilia; la escuché a mi madre aclarárselo infinidad de veces.
Entre las muchas cosas que ocupan la mesa, hace un espacio para colocar tostadas junto a la compotera con aceite de oliva. Embebe en él unos dientes de ajo y los pasa por encima del pan hasta humedecerlo. Acepté probar de su preparado con cierta desconfianza; un manjar al que luego me hice adicto.
De bien que está, la nona se levanta como movida por un resorte. Carga una botella con agua y se dirige al balcón. Habla en voz alta, confiada en que la escucho: Esta lavanda hay que regarla cada tres días, pero desde que lo hago a una misma hora se ha puesto más linda. Amanda la trajo de Leonforta en su último viaje. Dice que es maravilloso verlas florecidas en el jardín de tío Emilio. Es una variedad que no se encuentra fácilmente en Argentina pero, curiosamente, aquí no florecen. El día que fui a visitarla - prosigue- sacó un gajo de la maceta y mientras envolvía sus raíces con papel de diario mojado me dijo que tal vez yo tuviese más suerte. Logré que creciera pero la pobrecita se murió sin verla florecer. Ojalá no me pase a mí lo mismo.
La abuela Elvira siente devoción por las plantas y termino sabiendo de begonias, jazmines y lavandas, tanto como ella. Un día insinuó, al verme remover la tierra de los helechos, que tenía buena mano para transplantar y caí en su trampa. No había sábado ni domingo que no apareciera con un gajito de algo y una maceta nueva.
Una mañana llegué y la encontré limpiando la jaula del canario sobre mis apuntes de la facultad. Anduve todo el día malhumorado y ella, como si nada. Al final de aquella segunda semana en su casa tomé una decisión que sorprendió a todos, incluso a mi madre. Me quedé a vivir con la nona.
Los tarros de la alacena y la caja con fotografías seguían siendo una constante pero, un lunes, imprevistamente, ella desocupó uno de los extremos de la mesa y colocó allí mis apuntes y ay de aquella visita ocasional que se atreviera a tocarlos. Empezó a llamarme por mi nombre y en una ocasión, la escuché decir: ¡Cuánto debe extrañarte tu madre Aldo, sos un chico tan encantador!
Cuando se lo comenté a mamá quiso venir a corroborarlo personalmente. La nona se comportó más perdida que nunca y me hizo quedar como un mentiroso aunque, a las dos horas, hasta recordaba travesuras de mi niñez que yo reconocía como ciertas.
.............................................................II
Casi tres años con ella en el departamento de calle Salta. Mientras embalaba mis pertenencias, recorrí con la vista las paredes, respiré profundo e inhalé con fervor el particular perfume de la casa. Cuando tía Adela pasara a buscar mi juego de llaves, de seguro, rompería el encanto.
Sus hijas tenían todo el derecho de vender la propiedad pero no podía negar que me afectaba ver el cartel de venta en la entrada del edificio.
Por suerte, nadie objetó que me quedara con la caja de fotos, el canario, el macetón con lavandas y los tarros de alacena que la tía llamó inservibles.
Han pasado ocho meses y sigo viendo a la abuela Elvira en cada anciana que cruzo por la calle. La extraño. Una vez a la semana o dos cuando puedo, tomo el colectivo a Toledo y desciendo apenas atraviesa el peaje. No llevo flores. Su tumba está impregnada del aroma de las espigas lilas que la rodean. Finalmente las lavandas florecieron, como si hubiesen estado destinadas a perfumar su muerte.



Liliana Chávez: Pcia. de Córdoba, 1956. Es poeta y narradora. Ha sido galardonada en ambos géneros. Premios Internacionales, nacionales y provinciales. Es socia de Escritores Cordobeses Asociados (ECA). Sus trabajos se encuentran publicados en 21 antologías

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