jueves, 23 de abril de 2020

Carlos Margiotta



                          EN CASA Carlos Margiotta

Estoy en mi casa hace una semana sin poder salir por la cuarentena. El otro día me llama un amigo que vive con su familia y me pregunta cómo me las arreglo viviendo solo. No estoy solo, le contesto, vivo rodeado de palabras.
Las palabras pasean por mi departamento sin pedir permiso, salen al balcón, abren la heladera, se lavan las manos cada dos horas, miran televisión tiradas en el sofá, van a la computadora y entran en las redes. Usan mi celular manejándolo a su antojo, se toman un café cuando tienen ganas, entran al baño varias veces, hacen sus necesidades, se duchan, y disponen de mi intimidad sin ponerse coloradas.
En el transcurso de los días las voy reconociendo una por una, están las palabras fuertes tan expresivas, tan gritonas que a veces me asustan. Están las débiles que parecen delicadas, frágiles pero a la vez son tan atractivas como seductoras. Están las asquerosas, las sucias, las que se cortan las uñas de los dedos de los pies delante de tuyo, mientras eructan o se tiran un pedo. Están las que se pasan suspirando, románticas las llamo, son peligrosas porque te demandan todo el día y nada las satisface. Por suerte cada tanto me encuentro con las frontales que no te engrupen, que te cantan la verdad por dolorosa que sea. Son las que cuando te dicen No es No y cuando te dicen Si agarrate Catalina, en ellas confío. Después hay un grupo de exageradas donde reina la desmesura, un gramo es una tonelada, un piquito es el amor de sus vidas, una raspadura es una amputación de un brazo o de una pierna y debo medir hasta donde es cierto lo que dicen. Pero las que menos tolero son las perfectas, si, las que se la pasan disimulando errores, echándole la culpa a otro de sus acciones, siempre atildadas, bien vestidas con una sonrisa eterna en sus labios. Las veo falsas tan carentes que necesitan ser como modelos para exhibirse en público y criticando a todo el mundo.
La lista es infinita y entre todas elijo a las cariñosas, las amorosas, que estiran su cuerpo desperezándose y te tiran un beso con las manos apoyadas en sus labios. Son las que te aman sin condiciones, que quieren lo mejor para vos, son una mezcla de madre y mujer fatal que pueden arriesgar la vida por el hombre que aman.

Podría hacer una enumeración infinita de las palabras como las: directivas, resentidas, profesionales, independientes, sometidas, feas, hermosas, cursillistas, estudiosas, fundamentalistas, religiosas, anarquistas, feministas, tolerantes, prostitutas, inquietas, calentonas, emocionales, frías, superfluas, comprometidas, solidarias, egoístas,  inteligentes, soberbias, celosas, desoladas, indiferentes, devotas, dolientes, deseosas, machistas, racionales, tumultuosas, pacientes, simuladoras, exquisitas, mudas, gordas, sudorosas, abnegadas, graciosas, estúpidas, complacientes, emancipadas, y podríamos seguir con la lista eternamente.

Estamos hechos de palabras, somos lenguaje, afirma el concepto universal, pero la subjetividad de cada uno nos muestra que hemos sido atravesados por palabras concretas, singulares y el valor de cada una es distinto según la persona. Hace poco descubrí que la palabra AMOR es igual a ROMA, escrita en las dos direcciones. ¡Dos bellas palabras!, para mi.

Por eso los escritores dicen que no hay palabras malas ni buenas, prohibidas ni permitidas que las palabras de un texto están en íntima relación unas con otras en un vínculo particular y único, Las palabras se dicen en el momento histórico social en que es escrita, dentro del contexto argumental en que es narrada la ficción, en el aquí y ahora como al allá y entonces. Y el escritor sabe que hay una sola palabra que le corresponde a esa frase, le guste o no, y deberá buscarla para decidir entre muchas, y al elegirla tendrá que hacer el duelo de las que deja en el camino de la historia.
La otra noche cansado del encierro y el calor del día me acosté con la ventana abierta del dormitorio. La luna entraba en la penumbra solitaria y las vi entrar sigilosamente una por una a mis palabras preferidas, como mujeres deseantes buscándome. De pronto se fueron metiendo en mi cama desnudas y empezaron a acariciar todo mi cuerpo donde más me gusta dándome un inmenso placer. Ella no estaba.

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