viernes, 27 de septiembre de 2019

Horacio Laitano



MICRO RELATOS  
Horacio Laitano

                                                   El tercer ojo  
 El tercer ojo calcula la distancia a medida que se alejan las carretas. En la primera de ellas, un sheriff de cuarenta años, empobrecido por su trabajo, grita far west a los cuatro vientos. Primeramente en inglés, luego en español y por último en árabe. Esta vez, algo turbado por las dificultades del idioma, recuerda que, en realidad, nunca fue feliz... En la segunda carreta, atestada de bolsos y valijas, el conductor castiga sin piedad a los caballos, hasta que la sangre que brota de las bestias le anticipa su propio sufrimiento. Después de cuarenta y ocho horas sin novedades, el conductor da muerte a los animales y se arroja desde un puente... En la tercera carreta, que, a su vez, guarda relación con el tercer ojo, una familia procedente de San Francisco, aconseja encerrar a los ancianos cada vez que el invierno se aproxima.
(Marque con una cruz en qué carreta viajaría usted, si tuviera cuarenta años como el sheriff, cuarenta y ocho horas sin novedades y cuatro ancianos a cargo.)
                                                   Los invitados 
Al llegar los invitados, levantaron las manos y salieron. Nivelaron sus zapatos a la altura de la puerta y corrieron sobre el pasto mal cortado.
Después de la comida, se reunieron en la casa de uno de ellos. “El menor” para los grandes. “El mayor” para los chicos. “El émbolo aceitado” para todos los vecinos.
Por último, (para qué contar los detalles de la espera) un llamado congregó a los escasos concurrentes:
“Pocas pacas lechosas y aclaradas. Las calaras no son maravillosas”. 
                                                      Un hombre sensible  
 Al decir que la quería, golpeaba una mano contra otra. Se apretaba los dedos con el borde de la puerta y gemía de dolor pegado al pasto. Era raro encontrarlo mal dispuesto. Sus piernas se agitaban al llegar la primavera o cambiaban de color como su espalda... No podía ocultar que, pese a todo, era un hombre sensible a los afectos.
                                                             La tormenta  
-Siempre tuve temor a las tormentas –desgranó el Sr. Aravolazo ante un núcleo apretado de vecinos.
-¿La cala es una flor o es una planta? -preguntó la hermana de la viuda.
A medida que las nubes cubrían el entorno, los niños corrían montados en triciclos. El agua salpicaba pantalones y polleras, hasta tomar el color de las baldosas. Un rumor silencioso recorría el vecindario. Una especie de reptil amarillento, que entraba y salía de las casas.
                                             Algo más sobre la Srta. Dixi 
Quienes conocen a la Srta. Dixi aseguran que no es como nosotros suponemos. La Srta. Dixi es una mujer fogosa y decidida, capaz de triturar entre sus piernas a cuanto hombre se le acerque. Ah, si no fuera por la Srta. Dixi, qué sería de esos señores impecables que buscan un sexo cauto y reservado después de su trabajo.
¿Se pueda acaso decir lo mismo de la Srta. Dixi? ¿Necesita ella de esos respetables caballeros, cuyas vidas familiares son un ejemplo de armonía? … Seguramente, no es esto lo que más preocupa a la Srta. Dixi
-Bah, mujeres como ella hay en todas partes.
-Sí, pero ninguna como la Srta. Dixi.
-Sí, sí, la verdadera Srta. Dixi, no la que nosotros suponemos.

No hay comentarios: