viernes, 18 de enero de 2019

Susana Zazzetti




SIMÓN 
Susana Zazzetti

Dónde estarás. Me pregunto. Ahora que es enero, sufre  Haití, hay viento, colorea el sol la piel  pero no llueve. Dónde estarás, con tus ojos de cielo que a lo mejor ya no son tanto como cuando toda la infancia te regalaba solamente a vos, a vos, su inocencia y su luz.
Y es esta luz, -la tuya, digo - ahora sin geografía cercana la que me devuelve los días que están siempre a contranube del recuerdo.
Crecimos juntos. Nuestras familias veraneaban juntas. Anduvimos juntos por las siestas de calor de muchos veranos, allá, en Alta Gracia, entre sapos, mariposas y barriletes.  Vos, con tus primos. Yo, con mis seis hermanos.  Cercanía de cuerpos tibios ignorantes de esa tibieza.
Siempre fue como un tácito acuerdo entre padres.  Como si estuviera escrito en el arroyo - más piedras que agua -, que debíamos amarnos, vivir juntos, tener hijos.  Vos, delgado, manso, con tu ondulado cabello rubio guerreando contra el viento. Yo, menuda, con mi risa de plata.
- Dale la mano a Lara para cruzar, Simón- decía tu madre o la mía, era lo mismo.
- Te mando a Simón para que Lara practique con él las tablas- decían.
Y ahí estábamos los dos. Lejos del dos por dos son cuatro ¿ no es cinco? repetido por automatismo.
Se colgaba una mirada de otra, y las manos siempre cerca, electrizadas, sin tocarse, al filo de la caricia que anónimamente rasgaba el aire.
Después, la vida. Creo. Con vos, el vals de los quince años, la tarjeta de egresado desde Bariloche, la mirada que desnudaba las vías cuando al irte a estudiar subiste al tren que te llevaba distante.
Y otra vez la vida. Creo. O me parece. O nosotros, que tal vez preferimos la nostalgia tonta de un buen recuerdo porque no cruzamos ningún puente, porque no hicimos repiquetear el timbre del teléfono a la madrugada, me muero por vos, quiero verte.
Después, el tiempo. Yo me casé, tuve hijos. Me devoró la ausencia. Te quedaste en otra ciudad. Te devoró el silencio.
Pero hoy, cuando no sé porqué una fuerza me empujó a abrir justamente este libro, me recibió aquella ramita de trébol que me regalaste una navidad junto al arroyo y que yo no recordaba haberla ocultado entre   las hojas de" Vendrá la muerte y tendrá tus ojos", justito en la página que dice:"(Será) como el resurgir de un rostro muerto/ como escuchar unos labios cerrados/. Mudos, descenderemos en el remolino". 
La culpa es de Pavese, aunque él no sabe que me devolvió un montón de años en un instante.  Tampoco sabe - ni lo sabrás vos -, que también en un instante me hizo sentir que con urgencia te reclamaban mi cuerpo y mi boca. Pero a destiempo. Simón.
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