domingo, 15 de noviembre de 2015

Liliana Isabel González



                        El espejo de la ruta 
                          Liliana Isabel González

 Metida en una nube de viento pedregullo y frío Amparo se arropó inquieta. Cada mañana recorría instintivamente la distancia que separaba su casa en Tres Lagos, de la ruta 40. El ripio grande y parejo estaba helado. Acomodó las cadenas en las cubiertas que hoy estrenaba. Subió al auto.  Una ráfaga le cerró la puerta. Otra sacudió al coche. Estornudó una y otra vez la tierra que había aspirado. Se escuchó insultando, algo que solo se permitía estando sola. Hechó carcajadas, su juego secreto. Coqueteó en el espejo. Encendió el motor y su fuerza. La necesitaba. Desde que había ingresado al Frente Social, su tiempo quedó con permiso, hipotecado. La nafta y el gas oil escaseaban. El paro en las petroleras desabastecía la vida y detenía su andar. Las personas llegaban a pie al hospital. El dolor las direccionaba para encontrar alivio. Allí lo recibían.
Extrañaba a Vicente. En el último viaje coincidieron en Cabo Blanco. Dueños de sus tiempos, amaron, leyeron, durmieron y rieron. Esas vacaciones, pedidas con varios meses de anticipación, eran una postal a la que volvía cada mañana mientras manejaba.
La rutina hospitalaria, la escasez  y las faltas, los interrumpía casi como el abrazo en el que ya no se encontraban. Hacían más de lo posible. Transformaban cada  imposibilidad en una pregunta, en un cuestionamiento. Se habían prometido honrar la vida. No conocían la resignación. ¿Sería ese el precio de la distancia que los alejaba? Sonó el celular. Tuvo una corazonada. Frenó sin mirar por el espejo retrovisor. Se detuvo a tiempo. Detrás del último sonido de la campanilla escuchó ese hola tan esperado. Amparo lloró de alegría.

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