domingo, 15 de noviembre de 2015

Juana R. Schuster


    Tren en marcha    
                                                 Juana R. Schuster


Ocho pasajeros hay en el vagón: una monja, un hombre dormido, un marino, una mujer anciana, un señor muy elegante, una vagabunda, un actor, un enano.
 La religiosa lee la Biblia, el hombre sueña y emite ronquidos, el marino piensa que tiene que llegar a su casa después de nueve años de ausencia, la mujer mayor teje una bufanda, el señor elegante retoca su peinado con las manos o el nudo de la corbata, la pordiosera come una manzana con gusanos, el actor espera que no lo despidan otra vez, el enano piensa en el circo.
 Los pasajeros se contonean por la velocidad alcanzada por el tren. No intercambian palabras entre ellos. La monja tiene un rostro bonito.
 El hombre que dormita parece alcoholizado, el marino está inquieto, la viejecita recuerda su niñez en Andalucía, el galán sufre porque nunca le dan el papel que amerita, el enano recuerda a los payasos con sus cabriolas.
 El guarda ha pasado. De repente, el marino abre la ventanilla y se arroja. Nadie hace nada. Cada uno está encerrado en sus pensamientos.
 Se acerca el inspector, se da cuenta que falta alguien. Pregunta. Nadie le contesta. Se rasca la cabeza y se dirige al compartimiento.
 Ahora es el enano quien toma la misma decisión que el marino. Los viajeros se contemplan con asombro.
 La pobre mujer tira el corazón de la manzana al piso.
 Pasa el guarda. Cree que ha comenzado a enloquecer. Es notorio que falta otra persona. Decide trasladarse al otro coche. De pronto el señor elegante se arroja del tren en movimiento. La monja hace la señal de la cruz.
 El tren horada distancias. Aún falta para arribar a destino. El hombre sigue con sus sueños. El guarda vuelve a pasar. Decide que deberá tomarse unas  vacaciones. Se aleja.
 La monja comete el acto de los anteriores. El hombre dormido cambia de posición. El inspector se sostiene de los respaldos de los asientos. Sabe que no tiene caso preguntar.
 El actor piensa porqué no puede llegar a ser como Marlon Brando.
 La señora mayor se arroja del tren. Nadie se ha dado cuenta. El guarda es el único que nota lo que sucede. La vagabunda busca algo en la raída bolsa.
 Ahora es el actor quien se arroja por la ventanilla. Pasa el guarda. Mira a la harapienta y le dice que no cometa ninguna imprudencia. Ella no lo escucha y mastica la fruta como si estuviese en buenas condiciones. El guarda huye a través de los coches. Tiene temor.
 El tren aminora la marcha. La paupérrima mujer se tira por la ventanilla.
 El tren ha llegado a destino. De los demás vagones bajan todos.
 El guarda se frota los ojos, todos los integrantes del vagón maldito lo miran con fijeza desde la plataforma.

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