martes, 17 de febrero de 2015

José Agustín (México)



                              Primeras lecciones
                                José Agustín  (México)

A los siete años de edad me enamoré durísimo de una niñita de la escuela que se llamaba Lilia y que no sabía de las leyes del amor. Yo tampoco, claro, pero antes de conocerlo, lo adiviné, sí, llegó en el momento en que lo esperaba, no hubo sorpresa alguna cuando lo hallé. Aunque apenas sabía escribir por inspiración no quedaba y le dediqué largas cartas encendidas, te amo con locura, eres el diamante más bello de los cielos, quiero besar tus labios y mirar tus ojos hasta morir. Mi tía Juana no daba crédito y me veía entre pasmada y divertida. A mi hermana Ciénaga le daba risa. Yo flotaba. Un día la niña Lilia fue conmigo a la azotea de mi casa y le di un beso. Se rió antes de irse corriendo. Pero entonces, oh fatalidad,   su familia se mudó de casa y la escuincla pasó a otra escuela. Yo no sabía qué hacer en esos casos. Como que había que llorar, pero no me sentía triste. Nada más me gustó mucho besarla a pesar del saborcito del chicle.
Mi tío Lucas se dio cuenta de mi estado de ánimo y le conté mis desventuras. Entonces, muy serio, me dijo: Es mi deber de tío enseñarte todo sobre las mujeres. Empezaremos mañana, cuando las clases de la tarde de Juana, y tu hermanita se va al inglés. Pero no le vas a decir nada de esto a nadie, ab-so-lu-ta-men-te a nadie, ¿entiendes?, esto es entre tú y yo nada más, ¿lo juras? Júralo. Sí lo juro, respondí, muy serio. Casi hice el saludo a la bandera. Pero yo no me había dado cuenta de que mi tío Lucas era un vecchio sátiro, el libertino-transa-oveja-negra de la familia, incluso un tiempo iba a esas sesiones de Erotómanos Anónimos donde los calenturientos se reforzaban los ánimos para vencer los demonios de la lujuria y del priapismo. A mi tío le encantaban las mujeres y todas las posibilidades del sexo.
Al día siguiente sacó una revista de encueradas y me la enseñó. Me quedé estupefacto. ¿Te gustan?, me preguntó. No supe qué decir pero no paraba de ver los desnudos. Entonces se rió y disertó: las cosas del sexo eran Muy Importantes en la Vida y, como lo prometió, me iba a enseñar para que en la escuela no me vieran como menso que no sabe nada, sino que, al contrario, yo fuera el Jardinero que Corta las Mejores Flores. La revista era de esas gringas "ginecológicas", creo que un Hustler, que enseñaban todo el rosado túnel hasta la matriz, y él me identificó y me fue explicando la función y operación de la vagina, la vulva, el clítoris, los labios mayores y menores; en fin, todo el peludo o rasurado misterio.
Después me habló sobre el pene y los órganos reproductores masculinos, y como en esas revistas todavía no había hombres en traje de rana, sin ningún pudor pero también sin ninguna idea turbia ni la menor intención incestopederástica, de hecho muy serio, casi como un riguroso académico, se bajó el pantalón, los calzones, y me enseñó sus genitales, que me parecieron enormes. Después me hizo que yo le mostrara mi pitito, todo es igual, ¿ves?, me dijo, sólo que tú estás chiquito aún y esa lombriz con el tiempo se va a convertir en La Poderosa Serpiente de las Cavernas. También te van a salir pelos, como a mí, ¿cómo la ves? No, pos bien, contesté, sin saber qué decía, pero me había puesto rojo, rojo. Nunca sabía qué decir. Bueno, ahora te voy a enseñar cómo se para esta onda, me informó, y con unas cuantas sobadas logró una erección en segundos. Me enseñó entonces "la técnica correcta de la masturbación", y después de un rato de briosas manipulaciones estiró las piernas, murmuró ay Dios ay Dios y aventó chorros de semen. Esto se llama venirse, o eyaculación, me explicó con un aire docto más bien jadeante. Después me mostró libros de anatomía y de arte con ilustraciones y fotografías de los órganos femeninos, que me intrigaron más que en las revistas. Me pasaba horas viéndolos. En especial me dejó hipnotizado el cuadro de una mujer con las piernotas abiertas y todo el matorral por delante que se llamaba El origen del mundo.
En la siguiente ocasión mi tío y maestro llevó revistas más peludas y libros que ilustraban gráficamente el acto sexual en sus numerosas posiciones, mientras él me indicaba las más ricas y las de acróbata. Me explicó la felación, cunnilingus, culilingus, escrotolingus; sesenta y nueve, sodomía, las formas de amor de los y las homosexuales, consoladores y juguetes sexuales, afrodisíacos, además de sadomasoquismo, bestialismo, paidofilia. Pero nada de esto le gustaba, él era un pervertido, pero decente, le gustaba la anarquía, pero con orden. Y ahí estaba yo, a los siete años, anonadado con el gran espectáculo del sexo que entendía a medias, pero que mi intuición recibía como propio. En esas tremendas e ilustradas lecciones mi tío también me indicó cómo tocar, acariciar, rozar, presionar, apretar y a mover la verguita con ocasionales rozones, apretones y pulsiones al glande y los testículos, que en mi caso entonces eran casi invisibles.
Al poco tiempo de prácticas empeñosas de pronto se me paró. Creo que antes alguna vez había tenido una erección, pero esa vez ocurrió porque yo la había convocado a través de recordar "el origen del mundo" y de la manipulación de mis genitales tal como me enseñó mi tío. A partir de entonces empecé a tener erecciones casi a voluntad, lo cual era insólito pues a sólo a algunos de los niños les había ocurrido una que otra vez, cuando menos se lo esperaban y sin saber qué pasó, es decir: de balde.
No fun. Un día les enseñé a los chavitos cómo se me paraba y se quedaron idiotas. Y mi tío Lucas se tiraba de la risa cuando le mostré cómo lograba aprestar mi calibre 4 cm. ¡Bravo, bravo, mhijito!, es increíble que se te paralice tan fácil, no hombre, me dejas pendejo..., ¿pues a qué edad se me habrá parado a mí?, se preguntó después. Yo cumplía con todo el rito masturbatorio y me lo apretaba suavemente de arriba abajo. No me salían los chorros de semen de mi tío y de hecho no me salía nada; sentía rico, pero tampoco era algo del otro mundo, o al menos en ese momento.
Una vez mi mamá salió de viaje un fin de semana; dijo que a una excursión de la escuela pero ya sabíamos que se iba con Manuel. Y Ciénaga aprovechó para pedir permiso de dormir en casa de una amiguita. Como nos quedábamos solos, mi tío Lucas dijo: a toda madre, ora nos vamos de putas. Esa vez tenía dinero. Como a las nueve de la noche, cuando ya me estaba durmiendo frente a la tele, Lucas me sacudió, me dio un café con leche y me dijo vámonos muchacho, hay que cumplir con el deber.
En un taxi llegamos al cabaret La Concha de Afrodita, donde el de la puerta le dijo: Nhombre,   Lucas, ¿y ora? ¿A poco quieres que te deje entrar con esta mirruña? Te presento a mi sobrinito Onelio de la Sierra. Es un niño muy avispado y le estoy enseñando cómo es la onda con las mujeres, respondió afable pero serio mi tío Lucas. El portero nos miró un buen rato, sopesándonos. Bueno, pásenle, pero a ver si no nos acusan de perversión de menores, dijo. Y entramos. Estaba lleno. Una orquesta tocaba música tropical ensordecedora y en unas plataformas, como terrazas, cuatro chavas bailaban en bikini con luz muy baja en momentos y potentísima en otros.
Lucas conocía a mucha gente. Me presentaba: éste es mi sobrinito Onelio, no me lo van a creer, tiene siete años y ya se le para. Todos reían y me frotaban la cabeza porque no sé quién salió con la jalada de que "traía buena suerte despeinar a un niño que ya se le para". Yo estaba contentísimo porque era como la mascota de la bola de borrachones y pirujas. La gente bailaba en la pista y de pronto casi se me salieron los ojos cuando las chavas de las plataformas se quitaron el brasier y siguieron bailando con los pechos al aire. Están bien buenas, ¿verdad?, me deslizó el tío Lucas, con los ojos chispeantes.
Se la había pasado platicando con medio mundo pero después nos fuimos a un apartado nada menos que con dos de las bailarinas, Fulgencia y Alborada. Como todos ahí, ellas también me hicieron muchos cariños y se rieron al enterarse de mis hazañas eréctiles. Lucas les explicó que me estaba dando clases de sexualidad y las invitó a un hotel para ilustrarme. Ellas dijeron que no, qué pasó, cómo creía, jamás irían a un hotel con un niñito, era una desvergüenza contranatura. Pero él les dijo que yo estaba enteradísimo; en esta época, argumentó, los niños ya saben todo, éste les puede dar clases. Pero no va a participar, nada más va a aprender en vivo, en directo y en caliente, lo que ya ha visto en libros o que yo le he explicado.
Total, las convenció, y ahí te vamos a un hotel que estaba a media cuadra y se llamaba, palabra de honor, El Pisotón. En el cuarto siguieron bebiendo, se quitaron la ropa y las dos se besaban con mi tío; él pasaba de una a otra hasta que las dejó solas en la cama, se sentó en el suelo junto a mí y me dijo: Ahora vas a ver el amor entre mujeres. Ellas se trenzaban más   divertidas que otra cosa por las instrucciones didácticas de mi tío, quien nunca perdía de vista que se trataba de un trabajo de campo. Un sesenta y nueve, por favor muchachas, indicaba, ahora muéstrenle a este niño cómo se frotan las cucas. Ellas lo hicieron y él no aguantó más, así es que regresó a la cama y se cogió a las dos.
Yo presenciaba todo con la impresión de un sueño delirante y enmudecedor. Realmente me gustaba verlos, me quitaba el aliento, no podía decir nada y sólo sentía mucho calor, no lo aguantaba; supongo que por eso tuve una de mis para entonces prestigiadas erecciones precoces, lo cual motivó las risas y el relajo de las muchachas, pero mira a éste, deveras se le para muy bien el pirulí. Fulgencia estaba ocupada con mi tío pero Alborada fue conmigo. Sonrió con ternura antes de tocarme el peneque, está bien duro tú, y tan chiquito, duro, duro, le dijo a nadie; suspiró y después me revolvió el cabello. Este niño va a estar muy bien de grande, comentó. Sin dejar de moverse encima de Fulgencia mi tío sugirió: Déjalo que te toque las teclas, nomás pa que sepa cómo se siente. Ella sonrió, tomó una de mis manos y la frotó contra su seno, suave y duro a la vez. Ahora el pozo de los secretos, indicó mi tío. Mi mano entonces conoció las insondables humedades vaginales mientras el corazón me latía con campanillazos locos y de nuevo no aguantaba el calor. Ya con eso, no vayan a decir que a mí me gusta con los beibis, dijo, y mi tío, sin dejar de taladrar a Fulgencia, respondió sí, sí, ésta no es paidofilia sino una seria, rigurosa y científica investigación sobre sexualidad. Todos rieron. Después Lucas les pagó, se dieron de besos siempre entre risas, ah qué cosas tú, todos contentos y yo también. Nunca olvidé esa noche y lo único que lamenté fue no haber llevado la cámara de video, porque hubiera tenido mi primera producción tres equis. Cuando llegamos a la casa seguía alucinando, con la cabeza llena de luces y una sensación intoxicante, febril, desfalleciente pero deliciosa. Apenas me pude dormir y tuve puros sueños eróticos.

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