martes, 29 de julio de 2014

Celia Elena Martínez










VOLVER Celia Elena Martínez

Volver. Siempre quise volver. Me fui muy joven del país. A comenzar una vida nueva, aquí no tenía recursos con mi profesión. Emprendí una  distinta, pero siempre estaba en mí volver. Tenía nostalgia de mi terruño.
Formé una familia,  tuve buenos trabajos, un buen pasar, progresé lo suficiente para tener todo lo que podía lograr y ambicionaba.
Pero allí  retumbaba siempre: Volver. La añoranza de recordar, los olores, los lugares, el barrio, los amigos, las noviecitas de la adolescencia, los amores más profundos, a pesar de amar a mi mujer. En esos momentos recordaba: Volver.
Pasaron los años, me puse grande y un día resolví. Volver.
Volví.  Solo. Fui al barrio quise recorrer  las callecitas .Ya nada era igual, todo había cambiado, las viejas casonas con olor a jazmines, el perfume de los nardos.
Las jovencitas de aquellos años eran señoronas y las de hoy no lucían como aquellas, mostrando sus piernas y sus pechos enormes sin pudor, no insinuaban.
Volver. Por un momento me quise ir.
Fui a ver mi casona de niño en el viejo Palermo ¡Ahora se llama Palermo SOHO!
Las marquesinas de los negocios tienen nombres o ingleses americanos o italianos.
Hay un lenguaje distinto que no comprendo y mi casa es un moderno Restó y se llama “Buon Mangiare”.
A la mañana siguiente fui a visitar mi escuela “San Miguel”. Por supuesto no queda nadie de los profesores y maestros de antes, dije que era un ex alumno y me dejaron hacer un recorrido, sólo el viejo patio se conserva intacto, las aulas han sido restauradas, tienen estufas (recuerdo el frío que pasábamos en invierno).
Fui a saludar a la dirección para agradecer que me dejaran hacer el recorrido y cual fue mi sorpresa, la directora era la maestra de 6to.grado que en aquel entonces era recién recibida, le confesé que estaba perdidamente enamorado de ella y aunque yo le insinuaba mi gran amor, ella no se daba cuenta y me trataba como uno más. Se rió, conversamos un poco pero sonó el timbre de recreo que antes era la campana. Nos saludamos y por fin pude darle un beso en su arrugada mejilla.
Más tarde fui a la casa de una antigua novia que había sido un gran amor en mi vida a los 17 años. Todavía vivía en  Belgrano, que por cierto estaba lleno de edificios altos, la Avda. Cabildo era un pulular de gente y estaba lleno de negocios. Ella habitaba en Virrey del Pino donde quedan pocas residencias bajas. Me reconoció cuando nos vimos, pero era ya una mujer grande, con hijos y nietos según me contó, claro yo también lo era, pero guardaba la imagen de la jovencita.
Volver. Para qué.

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