jueves, 26 de junio de 2014

Emilio Núñez Ferreiro


                                   El balde  
                                          Emilio Núñez Ferreiro

Le escondieron todo. ¿Todo es todo?
La escopeta ya no está. Cuchillos y tijeras: bajo llave. Fármacos a buen recaudo. Un interruptor eléctrico recién instalado.
Durante el día, compañía. Por las noches, vigilia; turnándose uno a uno. Noche a noche. Día a día.
Carlos ya no ve los colores de la vida. Quizá los ve en blanco y negro. Tal vez todo negro.
La muerte lo seduce como una mujer desnuda. Ya está instalada en su mirada esquiva. Ya se alojó en su forzada sonrisa de condenado a muerte.
Le hablan, no escucha. Lo aconsejan, no oye. Procuran que se aferre, que luche, que lo intente… No puede.
Aquel hombre de risa fácil ya no existe. Es un espectro, un despojo de vida errante. Deambula como un fantasma, y las cuatro paredes que él construyó, lo contemplan atónitas. Es como el mutismo de una hoja que cae, flotando sobre el pasto.
Un cajón. Dos cartas: Una para ella, otra para los hijos. Carlos sabe que las hallarán.
Las escrituras en orden, papeles al día. Todo pago.
¿Cinco minutos son pocos? Cinco minutos son muchos. Suficientes.
Un balde, rojo, de plástico. ¿Quién se mata con un balde? Nadie nota que dentro va una soga, mustia.
Llega la mujer con el pan. La casa le dice que está sola. El rosal se asombra que lo rieguen con flautitas. El presentimiento obliga a esa mujer a correr hacia el galpón.
“¡Cinco minutos, sólo cinco minutos!” - se dice mientras corre.
Abre el portón, entra. No está, ni encima, ni debajo del camión. En el baño, nadie…
Ahí está el balde, vacío.
¿Por qué será que en lo último que reparamos es en el techo?…
… Grita. Jamás gritó así.
La soga pende sosteniendo el espanto, rígida. Carlos, entre los últimos estertores quizá aún la oye. Tal vez ya no.






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