sábado, 30 de junio de 2012

RAQUEL M. BARTHE


UNA HISTORIA INCREÍBLE

-¡Ay, que cansada estoy! ¡Cómo me duele la aleta dorsal! -se quejaba la sardina.
-¿Qué le pasa?
-¡Siempre lo mismo, don Salmón! mis hijas son tan descuidadas... ¿a usted le parece? me paso el día lavando y lustrando sus escamas, ¿y para qué? ¡Mírelas, don Salmón, ahí están...! ¡Fíjese si parece que hubiera trabajado tanto!
-¡Mamá, mamá! -llegaron jadeantes y alborotadas las sardinitas-. Mirá lo que encontramos...
-¡Niñas! -interrumpió mamá Sardina-. ¡Qué vergüenza, cómo traen las escamas! ¿Dónde estuvieron?
-Bajo el muelle.
-Es muy divertido.
-Está lleno de cosas raras.
-¡Y de peligros! -dijo a punto de desmayarse la desesperada madre.
-¿Qué hay de malo?
-¿Por qué es peligroso?
-Deberían escuchar a su madre -intervino don Salmón-; esos lugares están llenos de anzuelos. ¡Un día de éstos -sentenció con gravedad-, irán a parar a una lata!
-¡Ay, no! -gimió espantada la mamá- No diga usted eso.
-¿A una lata?
-¿Qué es una "lata"?
-¿No van a mirar lo que encontré?
Las sardinitas no se cansaban de hacer preguntas, pero la última logró por fin la atención de los mayores.
-Nunca vi algo igual -comentó don Salmón muy serio.
-Sí que es raro... -agregó pensativa mamá Sardina.
El extraño objeto despertó la curiosidad de toda la población submarina.
Los plateados sargos aparecieron en el lugar con su brillo de mil lentejuelas:
-¿Para qué servirá?
-¡Quién sabe!
-¡Abran paso! -se oyó a don Mero, con su potente voz de barítono.
Era un pez de pocas palabras y sin hacer demasiadas preguntas, se acercó a doña Sardina:
-¿Me permite? -solicitó con su acostumbrada corrección.
-Tenga usted -y le alcanzaron el objeto hallado.
El corpulento mero lo examinó detenidamente, acercó su boca; abrió sus grandes agallas... y sopló con todas sus fuerzas. ¡Un torrente de notas musicales burbujeó hacia la superficie!
Don Mero miró satisfecho alrededor... ¡Había quedado solo!
"¡Qué asustadizos y desconfiados!", pensó, "pero no importa; ya volverán" y sopló nuevamente con entusiasmo.
Atraído por la música, se acercó un turco:
-¡Hermoso instrumento! -y mientras acomodaba las escamas de su traje rayado, agregó- Conocí a un marinero que tenía uno igual...
Estas palabras atrajeron otra vez a los inquietos sargos y a las sardinitas, a quienes siguieron don Salmón y doña Sardina.
El Turco era famoso por sus historias y a pesar de que nadie sabía si eran ciertas o no, a todos les gustaba escucharlas. En pocos segundos estuvo rodeado por su auditorio y comenzó así:
-La llaman "armónica" y los humanos son muy hábiles para sacarle sonidos. Al marino que conocí, le gustaba mucho hacerla sonar... y hasta las ballenas seguían su barco para escucharlo. Una noche de tormenta se le cayó al agua, y una de ellas se la tragó -el Turco hizo una pausa y aclaró-; bueno, no fue esa su intención... ella solo quería imitar al marinero, pero su bocota era muy grande... y la armónica... ¡muuuy pequeña!
-¡Continúe, continúe usted! -apuró ansioso don Mero.
-Sí, ¿qué pasó? -agregó doña Sardina tan entusiasmada con el relato, que ya ni se acordaba de las escamas sucias de sus hijas ni de su dolor de aleta dorsal.
-Y... cada vez que la ballena resoplaba lanzando sobre su lomo el chorro de agua... ¡Lanzaba un chorro de sonido! Entonces tuvo infinidad de apodos: "Sinfonía"; "Concierto flotante"... ¡En fin! Que ya ni me acuerdo.
-¿Cómo pudo deshacerse de la armónica? -preguntaron las sardinitas a coro.
-Fue por casualidad. Ustedes bien saben la cantidad de porquerías que los hombres arrojan, o pierden, con gran descuido en nuestro mar y la ballena, con su eterna curiosidad, fue a meter la trompa en una caja que flotaba a la deriva...
-¿Y qué pasó? -interrumpieron los sargos.                                                           
-¡No interrumpan! -protestó el Turco-. O jamás terminaré mi historia.
-Yo creo que la está inventando -dijo descreído un caracol que por allí pasaba y siguió lentamente su camino.
-La caja -prosiguió el rayado pez sin hacer caso del caracol-, tenía unas letras grandes que decían: "PIMIENTA" y provocó a la infeliz ballena, que además no sabía leer, un estornudo tan grande, que 1a armónica salió disparada como bala de cañón y, ¡dio una vuelta completa alrededor del mundo!, hasta que finalmente chocó contra el muelle... y quedó debajo, justamente donde la hallaron -y para evitar las preguntas de sus oyentes, agregó-. Ahora, si ustedes me disculpan, debo retirarme. Buenos días -y desapareció entre los cachiyuyos.
Los que allí quedaron, comenzaron una acalorada discusión sobre quién debía quedarse con el instrumento. Ahora que sabían que no era un objeto peligroso, todos lo reclamaban.
Las sardinitas, disgustadas por la pelea que habían provocado sin querer, decidieron ponerle fin y, mientras los peces discutían, llevaron nuevamente la armónica bajo el muelle. Entonces, para que nadie volviera a encontrarla, la engancharon en un anzuelo.
Inmediatamente fue izada y desapareció rompiendo el espejo de agua.
Sobre el muelle, un niño de piel morena y grandes ojos negros, pegaba un salto de alegría mientras gritaba incrédulo:
-¡Mi armónica! ¡Recuperé mi armónica! ¡La que se me cayó al agua esta mañana! ¡Es increíble!

 

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