sábado, 30 de junio de 2012

LILIANA B. LA GRECA


BUMERANG

Casi como un bumerang, casi sin piedad, el destino actúa implacable en las minúsculas e impredecibles vidas para saldar deudas acaso dolorosas, acaso intangibles, en forma devastadora. El abandono. Ese fue tu peor enemigo. Ella confiaba. Eras su mamá. ¿Cómo no hacerlo?. Cómo imaginar que ni siquiera esa mirada ingenua y abierta te conmovería, te haría zimbrar, estremecer, tan siquiera pensar en que había alguien más allá de tu egoísta existencia. Era tu hija. Preferiste una vez más la comodidad del desentendimiento. Fuiste cómplice y testigo. ¿Verdugo por omisión?. Lo dejaste harta de sus golpes, cansada de tanta violencia en sus palabras y sus actos. Su mano en tu cuello y ese ahogo interminable fue el límite. Y un día, esa puerta fue tu salida. Libre -pensaste-. Al fin libre. Y un nuevo camino. ¿Pensaste alguna vez en aquellos ojitos del rincón?. Botín de guerra ni siquiera reclamado. Era más fácil. Una nueva vida se abría en tu egocéntrica imaginación. El tiempo llenó de arrugas tu rostro y tu alma. Fracasos y la soledad. La descubriste cruzando Corrientes. Iba de la mano de un nene alegre y cachetón. Se veía feliz. El corazón duro e inconmovible de otros tiempos te invitaba a un encuentro. Comenzaste a seguirla, a observarla de lejos. Su rostro adulto, sus gestos, sus movimientos desenvueltos, su actitud maternal, tan ajena, tan incomprensible para ti. Volver a empezar. ¿Sería ese tu destino?. Corazón galopante. Agitación confusa, y la terrible necesidad de quien está solo y desespera.
Te fuiste acercando en cada tramo, en la calle, en el banco, cruzándote en su camino desprevenidamente. Está distraída -pensaste- ensimismada. Tal vez… Intentaste mil explicaciones para aquel incomprensible desencuentro. La seguiste, buscando su mirada y te acercaste en aquella bulliciosa confitería. Su mirada y tu mirada, en un encuentro casi exquisito. Y justo cuando creíste que ser feliz era posible, el destino apuñaló tu historia y el bumerang implacable de tu egoísmo, terminó arrinconándote en una sola frase… ¿Necesita algo señora?

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