sábado, 30 de junio de 2012

MARTA BECKER


OCASO

Había sido una mujer hermosa. Testigos mudos eran las numerosas fotografías que colgaban en la pared del living donde se la veía en otras épocas con todo su esplendor.
En su desnudez se podían apreciar unas piernas muy largas, parecían no terminar nunca, un busto turgente y firme, unas curvas perfectas. Vestida, llamaba aún más la atención, no  pasaba desapercibida en ningún lugar, y sabía que al caminar dejaba una aureola de sensualidad.
Irradiaba sexo. Y ese fue su negocio.
Al principio, no despreciaba clientela. Luego, comenzó a seleccionar, eligiendo lo más fino y conveniente. Con el tiempo, pocos y buenos llegaban a su casa a gozar de sus servicios, y la hacían sentir una reina idolatrada por unos súbditos sumisos y generosos.
Pero el reloj es un arma implacable. Sus agujas tejen una telaraña indestructible. Abraza los cuerpos, los cubre, los transforma lento, muy lento, con suavidad pero sin lástima. Y la mujer bella se transforma en una mujer gastada, sin vueltas atrás.
El espejo es cruel. Nada más real y cruel que la imagen que le devuelve.  El espejito del cuento no le dice que es la más hermosa, sólo le muestra el ahora.
Con sus mejores galas espera a su último y único cliente, un abogado que conoce desde el principio y que la acompañó siempre. Le conoce hasta los más ínfimos rincones de su vida y cuerpo, y se confió en él en muchas ocasiones. Contra todas las reglas de la profesión, se convirtieron en amigos, más allá de los placeres.
Abre la puerta y se encuentra con un hombre bien vestido, otrora buen mozo y hoy viejo, cansado, casi pelado y con anteojos. El impacto es fuerte, es la realidad que le golpea la cara como una cachetada, le dice que son dos personas mayores, que aún pueden ser felices si no se sientan a llorar la juventud pasada.
Lejos de un protocolo que ya hace tiempo no existe, se van a la cama.
La noche los cobija silenciosa.  El ocaso es eso, estar juntos, abrazados.
    

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