sábado, 11 de febrero de 2012

HIPERBREVES



HIPERBREVES A DÚO


PUBLICADO EN LA REVISTA GAVIOTAS DE AZOGUE DIRIGIDA POR FRANCISCO GARZÓN CÉSPEDES


FRANCISCO GARZÓN CÉSPEDES
MAR PFEIFFER

VACÍA EL CAFÉ
Ella alza exageradamente el brazo y vacía el café de la taza encima del mármol gris de la mesa que la separa de él. El café horada el mármol y en vez de salpicar la camisa de él, como ella esperaba, mancha inexorablemente sus zapatos.

LA VUELTA
Él comienza a rasgar las hojas de papel como si despedazara unas superficies infinitas y las termina reduciendo a pequeños fragmentos con los que tapiza la hierba cual si nevara frente a los ojos de ella. Pero una brisa inesperada sopla los pequeños fragmentos dándoles la vuelta. Y ella puede leer en el puzzle de ínfimos trazos de tinta lo que nunca había logrado descifrar cuando él hablaba.

HUECO EN EL CENTRO
La pequeña cuchara tiene un hueco en el centro. Se la han traído al servirle un café. Él la levanta y la coloca frente a uno de sus ojos mientras cierra el otro y la va separando en línea recta en la dirección en que ella, una desconocida, en otra mesa parece una esfinge de perfil. Cuando su brazo llega a la máxima tensión el hueco de la cuchara ha encajado perfectamente en los contornos de un lunar. En el viaje de regreso la cuchara ha llegado entera, y a lo lejos él puede percibir, como si la acariciara, la lisa piel de la mejilla de la desconocida.

FRANCISCO GARZÓN CÉSPEDES
THELVIA MARÍN MEDEROS

CENIZA DE ÁRBOL
La mujer, en medio de la noche, arranca pedazos de cortezas de un tronco, y, cada vez, aprieta el trozo entre su mano hasta que lo vuelve ceniza de árbol. Así revive aquella noche de entrega, y con ese ritual, cree extraer del tronco, en cópula divina, la savia que la convirtió en esta madre sin el hijo que duerme, hecho cenizas, bajo aquel tronco.

MIRÁNDOLA COMO SI LA CONOCIERA
El hombre se acerca a la mujer en la plaza y se queda mirándola como si la conociera. Ella le sostiene la mirada. Él finalmente manotea y se gira para marcharse. Entonces ella adivina por qué él la confundió con otra, cuando recuerda haber leído que en algún punto del planeta, existe nuestro doble.

CANDADO
La mujer de pie frente al hombre, se tapa la boca con las dos manos como si, poseedora de su propio candado, lo protegiera, para impedir que él, poseedor de la única llave: descubra "el secreto".

NOEMÍ BENITO SÁNCHEZ-MONGE

EGOÍSTA
-Mío, mío, mío, mío -dijo mientras abrazaba compulsivamente la nada.

EXPECTATIVAS
La hormiga tiró el grano de maíz a los pies de la cigarra con fuerza y comenzó a bailar extasiada. Había decidido no ser más lo que se esperaba de ella.

SECRETO
Ella se mira al espejo, los poros de su piel emanan una leve luz dorada y sabe que él la ama. Él aún no se ha dado cuenta de que también está lleno de luz. No será ella la que le diga que se han intercambiado el alma, aún no quiere asustarlo.

TEMORES
Y de repente el silencio.
Ni ideas, ni compromisos, ni futuro. Sangre que lo borra todo.

INDIGENTE
Indigente con un abrigo ajado, el pelo enmarañado, barba de años, postiza, y una botella de vino en las manos camina por la calle. De repente ve un maniquí vestido con un traje de buen corte, caro, una peluca impecable, bien afeitado y un maletín sujeto de piel en una manos.
El indigente se detiene frente al maniquí, lo mira de abajo a arriba hasta detenerse en el rostro.
Le toca la cara con curiosidad.
Coge el maletín de piel y lo deja en el suelo junto a su botella de vino.
El indigente descubre un peine en la otra mano del maniquí, se lo quita y se peina cuidadosamente, después, con la misma dedicación, despeina al maniquí.
Él se desviste hasta quedarse en ropa interior, una ropa interior blanca, impersonal. Luego desviste al maniquí, que hasta dejarlo igual.
El indigente se va vistiendo con la ropa que le ha quitado al maniquí y va colocándole la suya al modelo de plástico.
Acto seguido se arranca lentamente la barba y se la pone al maniquí.
Se agacha, coge el maletín y la botella de vino, las observa, estudia tanto una cosa como la otra. En un rápido gesto deja la botella en el bolsillo de su antiguo abrigo.
Lo mira de abajo a arriba, le toca la cara, esta vez sonriendo.
Se separa, le da la espalda y sigue caminando.


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