viernes, 6 de mayo de 2011

SILVIA LOUSTAU


LA MANTITA

Llovía aquella tarde cuando tomó la mantita, había estado envuelta entre tules. La mantita, livianísima, como tejida por luciérnagas.
La extendió. Nube blanca y cielo azul, un perfume a infancia, casi irreal se desvaneció en el aire. Que pequeño, qué pequeño, mi changuito, pensó la mujer.
Vestida de silencio y tormenta teje, en el borde de la pañoleta, almenitas blancas, almenitas celestes.
Almenas contra los gigantes verdes, mi niño. Contra quienes deseen romper tus sueños. Se, chiquito, aún no conoces la existencia de monstruos oliendo agrio; si, si, lo de enormes zapatones sucios, los mismos que aparecen en alguna pesadilla.
¿Escuchas el viento? Huele a mar, a sur. Aúlla, habla un extraño lenguaje de páramos desiertos. De una tierra que no conozco.
Mira, gurí, tocala, no, no es humo, es tu mantita, tan liviana, la confundes, quizá es el sueño que te cierra los ojitos.
No sé, no sé, porque siento estos deseos de llorar. Tonterías de madre, diría tu abuela.
Ya verás, te arroparé con este trocito de lanas fugaces, celestes y blancas.
Una ráfaga fría y otra ardiente. La turbonada que viene como una lengua del diablo. Silencio. Compás de espera. De pronto corren. Se esconden. Recuerdan viejas cosas. Se quema la hierba. Se oscurecen los espejos. Alguien grita. Alguien grita. Grita.
Olor a almendras. A joven cadáver. A frío de abril
La mujer se arrodilla. Sobre esa tierra indómita tiende la mantita del niño. Su niño. Él que gritó.
 
A todos los caídos en Malvinas, otra generación desangrada para abrir el camino de la libertad.

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