miércoles, 20 de enero de 2010

LEYENDA


HACHAS AGOBIADAS

La población extremadamente pequeña se extiende por una sola calle, se recuesta sobre dos palafitos fundacionales, la tierra colorada y el verde intenso. Apenas cinco casas conforman la población estable. Los jóvenes se marcharon hacia la ciudad y sólo quedan ancianas y niños, extremos de un mismo destino. En los montes cercanos aún pueden observarse resabios portentosos de lo que fuera la naturaleza en su potencial extremo. Gigantes de pie que se sostienen atados a un cielo de tormenta. Ellos necesitan de esas conflagraciones naturales para asirse con más fuerza al suelo y de ese modo desarrollar sus raíces con la vigorosa consecuencia de la vida. La tarde se presenta tediosa y agobia con su temperatura. Una gran masa nubosa se acerca desde el oeste. Presupone viento o tormenta eléctrica o quizás lluvia por una semana. Doña Ité sale de su casa y observa el cielo. Parece no preocuparse demasiado; entra a la casa y sale casi de inmediato. Se dirige a casa de doña Alfonsa y luego las dos juntas a casa de doña Irene. Las tres se reúnen en la pequeña galería de la casa de esta última. Deliberan como si estuvieran previendo la última función del mundo en su estrategia de sobre vida.
Doña Ité, que es la más decidida, convoca a los niños a sentarse debajo de un gran timbó que se yergue hacia la última corona de estrellas. Una vez que los niños se han ubicado en la platea estelar, las tres mujeres salen de sus casas cada una con un hacha en la mano. La tormenta se aproxima rápidamente. Los pájaros se entremezclan entre gritos y vuelos desordenados. La brisa crece en intensidad y se convierte en viento, la tierra colorada levanta su pollera estremecida y rodea el ámbito en su totalidad. Las tres figuras se pierden en la tierra y sus rostros se tiñen del color de la sangre, mientras sus hachas giran y giran, dando rienda suelta a la danza que cortará la tormenta en mil pedazos y no le posibilitará dañar al pequeño mundo de las tres danzarinas.
Los niños observan atónitos. La tormenta se ha instalado con su furia. Las hachas giran y giran, se chocan entre sí, despiden luces, un trueno rompe el espacio del paisaje. Gruesas gotas como ojos de Dios se desploman sobre las tres mujeres. De pronto caen exhaustas. La lluvia arrecia. La tierra se deposita sobre sus cuerpos, los niños no se mueven. El timbó cruje. Doña Ité mira hacia el cielo y levanta su hacha, las otras dos mujeres repiten el mismo movimiento.


-Publicado en la revista virtual La Iguana-

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