miércoles, 20 de enero de 2010

ARIEL FÉLIX GUALTIERI


LA LÁMPARA

Ricardo M. Ricardo había trabajado hasta muy tarde aquel martes. Ya era de noche cuando llegó a su pequeño e inquietante departamento de un ambiente, donde vivía solo. Al entrar, reparó con cierto malestar que había dejado encendida la lámpara que había sobre su mesa. Como en su reducida vivienda no tenía espacio para un escritorio y una mesa, esta última hacía a la vez de ambos muebles. Por eso, la lámpara en cuestión se trataba de una lámpara de escritorio. Era de color negro y presentaba un aspecto desgarbado con su largo y delgado soporte doblado en ángulo casi recto. Lo primero que hacía Ricardo al llegar a su hogar por las noches era encender aquella lámpara; y el hecho de que ahora tuviese que saltearse aquel paso, lo había dejado paralizado y sin saber que hacer. Por suerte para él, la lámpara se apagó de repente. Entonces Ricardo salió del departamento, cerró la puerta y luego la abrió inmediatamente para volver a entrar. Seguidamente, a oscuras, como correspondía a su rutina diaria, encendió la lámpara: se sintió aliviado.
Sin embargo, su alivio no duró demasiado. Porque, cuando volvió a iluminarse el ambiente, observó que algunos objetos se encontraban repetidos. Por ejemplo, sobre la mesita de luz, en lugar de uno, como siempre, ahora había dos despertadores idénticos; en la cocina, se había duplicado la pava; y en el baño, había pasado lo mismo con el cepillo de dientes y la esponja. En fin, por todo el departamento pasaba lo mismo. Comenzó entonces a buscar a su doble. Cuando por fin lo halló dentro del placar, pensó con cierta preocupación, que en su contrato de alquiler se mencionaba explícitamente que no podía traer a vivir consigo a otra persona, sin previa autorización del dueño del departamento. Sin embargo, parecía que su doble no estaba interesado en quedarse, porque salió por la ventana; yéndose a sentar sobre la terraza de un edificio de enfrente, cruzando la calle, desde donde se quedó mirando hacia la ventana por la que había salido.
Entonces, Ricardo escuchó que golpeaban la puerta. Preguntó varias veces pero nadie contestó. Cuando finalmente abrió la puerta, una rata entró velozmente; al mismo tiempo que Ricardo se percataba de un gran bullicio que provenía de la calle. Ricardo conocía muy bien a aquel roedor. Era una gigantesca rata que vivía en un árbol de la calle, a la vuelta de su edificio. Cada mañana, cuando Ricardo salía rumbo al trabajo, veía como subía hasta un hueco en la parte más alta del tronco, donde seguramente tenía su refugio. Ricardo imaginaba entonces, que la rata regresaba cansada, después de una noche de duro trajín para conseguir alimento. Muchas veces se había sentido reflejado en aquel animalejo; pensando que él mismo también regresaría cansado a su vivienda, después de una ardua jornada de trabajo.
-Vengo a que me ayude -le dijo la rata, agitada, a Ricardo-, quieren matarme. Sólo usted puede impedirlo.
-¿Quiénes quieren matarlo? -preguntó Ricardo interesado; y a la vez preocupado, pensando que en su contrato de alquiler también se indicaba que no podía tener mascotas.
-La multitud que está allá abajo. Me vienen persiguiendo hace un rato. Llegaron hasta mi árbol y comenzaron a darle hachazos para derribarlo. Cuando me arrojé al suelo de un salto, empezaron a seguirme.
-Pero…
-Soy el dios del trabajo -prosiguió interrumpiendo a Ricardo-. Los dirige Baco, que ahora se encuentra en aquella terraza -dijo señalando hacia la ventana por donde podía verse al doble de Ricardo sentado en la terraza del edificio de enfrente.
-Ese no es Baco -le contestó Ricardo sonriendo-, es mi doble que ha salido de mi placar hace un momento y, escapando por la ventana, ha ido a sentarse sobre el borde de aquella terraza.
-Pero también es Baco -le replicó enérgica la rata-. En realidad, es usted siendo Baco. Es que usted, señor, odia tanto su trabajo que piensa que matándome se acabarán todos sus problemas.
-Eso es una mentira. Yo no odio mi trabajo -respondió Ricardo enojado.
-Y si no lo odia, señor mío, ¿por qué a veces quiere huir de su oficina, como un preso de una cárcel?
-Bueno, es que uno además de trabajar también tiene que vivir…
-¡A eso quería llegar! -exclamó la rata.
-¿A qué se refiere? -preguntó Ricardo.
-Ayer por la mañana, usted le dijo esa misma frase a un compañero suyo de oficina que suele quedarse trabajando hasta altas horas de la noche, sin importarle que no le paguen horas extras…
-A sí…, es un bicho raro… Le di ese consejo porque…
-Le dio ese consejo sin que se lo pidiera -lo interrumpió el dios-. Pues bien: aquel hombre se suicidó ayer -dijo fríamente.
Ricardo se quedó congelado un instante. Después dijo:
-Lo lamento mucho..., pero yo no tuve la culpa…
De repente escucharon el griterío muy cerca, y seguidamente sintieron fuertes golpes en la puerta: los perseguidores habían descubierto que la rata estaba en el departamento de Ricardo, y aparentemente querían entrar por la fuerza.
-Rápido, debe ayudarme -dijo el dios sobresaltado-. Solamente tiene que dejar de impulsar a la multitud contra mí.
-Pero es que yo no la estoy impulsando, más allá de lo que usted crea. Como mucho, le concedo que sea mi doble, pero de cualquier manera no tengo control sobre lo que él hace…
-¡Es usted, es usted, siempre es usted!... -gritó el dios desesperado.
Entonces la puerta se abrió de golpe. Furiosos individuos se precipitaron dentro. Ricardo intentó detenerlos, pero uno se adelantó hacia él blandiendo un garrote, descargó un golpe sobre su cabeza y Ricardo se desmayó.
Despertó dentro del placar. Cuando salió del mueble, notó con alegría que su departamento se encontraba en orden, la puerta de entrada estaba cerrada y no había objetos duplicados. Además, felizmente su cabeza no tenía rastros de golpe alguno. Pensó entonces que quizás todo había sido un sueño; y como ya era la hora en que debía salir para su trabajo, se arregló como pudo y se dispuso a marcharse. Pero al abrir la puerta, en lugar del conocido pasillo del edificio, se encontró con algo bastante distinto: frente a él, se extendía una inmensa pradera bajo un cielo celeste y despejado, donde el sol brillaba hasta cegarlo. A lo lejos se distinguía una mujer con dos niños, posiblemente sus hijos. Se les acercó entonces, a paso apurado.
-Disculpe usted, señora -interpeló a la mujer-, ¿sabría decirme como puedo ir hasta Plaza Once? Es que necesito llegar a mi trabajo y estoy desorientado.
-¿¡A su trabajo!? -exclamó ella sorprendida-. ¿Es que no se ha enterado aún? Es la tapa de todos los diarios, y por la radio y la televisión no se habla de otra cosa, ¿¡cómo es posible que todavía no lo sepa!?
-Es que salí apurado y no escuché las noticias, ¿de qué se trata?
-Señor, han asesinado al dios del trabajo y ahora ya nadie volverá a trabajar.
-¿Pero quien lo ha matado? -preguntó Ricardo, fingiendo que no estaba enterado de nada.
-No se sabe todavía. Pero tenía muchos enemigos. Es que últimamente se había vuelto un burgués arrogante…
-Pero ahora como nos vamos a arreglar para vivir -preguntó preocupado.
-Dicen que un nuevo dios nos dará todo lo que necesitemos. Es más: dicen que nos dará cualquier cosa que deseemos. Está cerca de aquí. Ahora mismo estamos yendo hacia donde se encuentra, ¿quiere acompañarnos?
-Sí, por supuesto -le contestó Ricardo-. A mí también me gustaría conocer a ese nuevo dios… ¿podría aguardar aquí un momento mientras regreso hasta mi departamento para cerrar la puerta? -le pidió, recordando de pronto que la había dejado abierta.
-Bueno, pero apúrese porque quisiera llegar antes de que se forme una cola interminable.
-Enseguida vuelvo.
Cuando llegó hasta la puerta de entrada para cerrarla, observó frente a él, dentro del departamento, otra puerta idéntica. Entró entonces, y al abrir esta segunda puerta se encontró, ahora sí, con el pasillo del edificio. La cerró rápidamente y volvió a salir por la misma puerta que había entrado, rumbo a la mujer y los niños. En el camino, se con el pasillo del edificio. La cerró rápidamente y volvió a salir por la misma puerta que había entrado, rumbo a la mujer y los niños. En el camino, se dio cuenta de que la puerta que se abría a la pradera, era también la ventana por la que había salido su doble.
Los niños conocían bien el camino, así que llegaron rápidamente al lugar donde estaba el dios. Se trataba de una plaza, y estaba repleta de gente. Ricardo pudo ver como la mujer se zambullía entre la muchedumbre, aferrando fuertemente a los niños de la mano, y pronto desaparecieron de su vista. El nuevo dios se encontraba sobre una tarima. Estaba de pie. Llevaba un gran sombrero verde y en su mano izquierda tenía un largo bastón dorado. Las personas se disponían frente a él, formando una larga fila. Y así, a medida que iban pasando ante el dios, éste les proporcionaba, después de agitar su bastón, todo lo que necesitaban y deseaban; tal como la mujer lo había indicado. Ricardo buscó el último lugar y se acomodó en la fila. Cuando llegó su turno, contemplando de cerca el rostro del dios, advirtió que era su compañero de trabajo, el que se había suicidado. Pero también se percató de que se trataba de la rata que era el dios del trabajo. Luego notó que asimismo era su doble. Y finalmente se dio cuenta que, además de todos aquellos personajes, aquel sujeto también era él mismo: Ricardo.
-¡Hola! -lo saludó el dios alegremente-. ¿Cómo está usted? Veo que al fin se ha puesto de mi lado.
Ni bien terminó de decir esto, agitó su bastón, e hizo aparecer ante Ricardo todas sus necesidades totalmente satisfechas y todos sus deseos cumplidos. Pero no sólo estaban sus deseos actuales. Se encontraban también, ya concretados, todos sus deseos pasados que no se habían cumplido, y todos los futuros que todavía no se le habían ocurrido.Entonces, justo cuando Ricardo estaba por agradecerle y marcharse feliz, provisto de todo lo que le había proporcionado el dios; llegaron a su mente, de pronto, las palabras que le había dirigido: "Veo que al fin se ha puesto de mi lado". Recordó así, con tristeza, que aquel hombre ya había muerto; y al mismo tiempo, se dio cuenta, de que el bastón del dios, era a la vez una guadaña. Pero también era su lámpara: la negra lámpara de su mesa.

No hay comentarios: