viernes, 11 de diciembre de 2009

MARISA PRESTI


ARQUETIPO

Las pocas ganas de escribir se le deslizaron sobre el teclado; la mano derecha, involuntariamente, hundió a la K y a la L como si tuvieran la culpa. Quizás era una señal del destino que su malhumor no le permitía reconocer. Yo sabía que para él la tarde estaba perdida, desde la mañana temprano su mente oscilaba entre el vacío y la impotencia.
El virus del desánimo comenzó a invadirlo cuando su editor le dijo: Tenés que aceptarlo, tu estilo ya no se adapta a la época. El lenguaje actual se vuelca a la mínima expresión, a la síntesis. Para un hombre como él, con más de veinticinco obras publicadas entre ensayos y novelas, algunas traducidas a varios idiomas, fue un golpe fuerte.
Una tarde, compartiendo un café, me confesó que sufría. El deterioro del lenguaje, las palabras burdas, el desinterés de los jóvenes, lo había llevado también a renunciar a su cátedra en la universidad.
¿Cómo puedo enseñarles a pensar cuando para todo contestan: y bueno, nada ...
Pasaron unos meses sin tener noticias, hasta que un día lo reconocí a lo lejos. Estaba solo, ajeno al frío que inundaba Buenos Aires en aquel mediodía de Junio. En el desolado banco de la plaza, su cuerpo parecía traspasado por la indiferencia. El simpático Beagle que le husmeó los zapatos no logró la más mínima reacción. Me hubiera acercado, como lo hice tantas veces, pero la fuerza de su desánimo me obligó a alejarme.
La mente se pone lentamente en blanco, se difuma el contorno de la plaza haciendo desaparecer árboles y plantas, colores y caminos. De a poco, dos letras comienzan a aparecer frente a mis ojos; las reconozco, son las únicas que hoy han querido acompañarme. La emoción de encontrarlas lubrica mis ojos de lágrimas olvidadas. No estoy solo. K y L están conmigo.
A pocos metros, soy involuntario testigo de una imprevista alegría. Deja el banco y festeja con su cuerpo. Se expresa, danza. Da vueltas una y otra vez sobre sí mismo como si una música inaudible euforizara su entusiasmo. Hasta saluda con sonrisa nueva a una viejita y dos chicas de colegio que pasan frente a él. Se atreve a recoger hojas de otoño para esparcirlas al viento.
La K me parece la más fuerte, o por lo menos la que más confianza me inspira. Quiere decir algo, trae un tema, una historia que merece ser contada.
Tengo que observarla detenidamente desde distintos ángulos. Cambiarla, invertirla, rebelarla contra las estructuras, ganarme su confianza para que se muestre tal cual es.


Interesante, interesante. Las delgadas ramitas de los árboles son el vehículo de expresión entre su mente y la mía. Pero el mensaje, Dios mío, ¿cuál es el mensaje?
Ahora lo veo agachado, casi de cuclillas sobre el camino de tierra. Se ha puesto los anteojos, ésos que sólo usa cuando la tensión le nubla la vista. Cambia una y otra vez las ramitas de lugar, mientras los zapatos se tiñen irremediablemente de color tierra. Cierra los ojos, hasta que una sonrisa aviva los apagados labios.
Quizá la L pueda ayudarme. La reconozco, frágil, delgada, pero irreemplazable. Invoco a la sabiduría del universo para que me ayude a penetrar en la esencia de la representación lingüística.

Junta más ramas. Prueba unas y otras sobre el polvo del camino, ajeno a las miradas curiosas. Anota en su cuaderno mientras cambia y busca distintas combinaciones. Cuando al fin decido acercarme, veo que recoge sus cosas y camina con apuro hacia la salida del parque. No quise forzar el encuentro, pero tuve la certeza de haber presenciado un descubrimiento revelador.
Después, supe que había partido a Inglaterra como parte de un grupo de investigación sobre civilizaciones primitivas.
A fines del siguiente año, me invitaron a la entrega de premios del XV Encuentro Hispano Parlante del Arte de las Letras, el certamen literario más prestigioso de Ibero América. El salón, colmado de notorias figuras del ambiente, estalló en aplausos cuando le otorgaron el Primer Premio: " A este creador ejemplar, que supo adelantarse como nadie a la síntesis expresiva de nuestro tiempo, revelándonos las nuevas representaciones que el idioma exige"
Nunca supo de mi presencia, pero cuando se presentó la primera edición, alguien tuvo la gentileza de traerme un ejemplar firmado. Como sé cuánto lo admiran, aquí se los hago llegar.

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