jueves, 11 de junio de 2009

RAÚL LELLI

UN FIN DE SEMANA DISTINTO
Ayer a la tarde fuimos a tomar mate sobre la ribera del río Cosquín en Bialet Massé con mi pochocha y cuando descendimos del auto la gente se dio vueltas para mirarnos, porque claro, éramos los recién llegados.
El río estaba muy bajo, el agua increíblemente cristalina y en los lugares más profundos no superaba el metro.
Nos dimos cuenta que debía estar fría por los gestos de la gente que se bañaba y nos quedamos observando su alegría.
Conversábamos con mi esposa sobre la crecida del río, días atrás, a causa de la lluvia en las sierras en este mismo río que hoy cobija a tanta gente en su incipiente primavera y mansedumbre que se cobró la vida de una madre con su hija cuando intentaban cruzarlo por una pasarela y lo que ayer fue un lecho de muerte, hoy es un lugar de algarabía, donde la gente disfruta en familia.
Que cosas que tiene esta vida, en la misma mortaja de arena, piedra y agua que ayer daba luto a una gente, hoy la felicidad escribe una nueva página entre pequeñas historias que representa cada uno de los que allí estamos.
A pocos metros, debajo de un sauce y acomodados haciendo rueda, una familia disfruta una ronda de mates y un señor gordito de unos cincuenta años que tiene una sonrisa contagiosa le acerca un mate a una anciana del clan mientras le dice en voz alta: -¡Doña Pocha es para usted!- Y la viejita lo recibe con una sonrisa que deja entrever sus encías brillantes por la ausencia de dientes y sus brazos arrugados como cogote de tortuga en lento movimiento van en busca del brebaje.
Todo alrededor es como una fantasía, un mundo de Disney donde no existen los problemas y hasta nos parece que en cualquier momento se empezarán a ver los fuegos de artificio, como si no hubieran caído las bolsas del mundo, nada de guerra en ninguna parte, ni existencia de pobreza o miseria.
Las heladeras portátiles están repletas de comida y bebidas y hay familias que tienen más de una, es tanta la exposición de alimentos y bebidas que escondemos disimuladamente entre los bártulos del equipo de mate una bolsa de nylon con seis criollitos y hasta tenemos preparada una respuesta por si intentaran burlarse, - es que estamos a dieta-, diríamos a coro, mientras nos palmearíamos las grasitas.
En realidad, la gente está tan divertida que sólo nos prestó atención al llegar, como para cerciorarse que no fuéramos gente de mal vivir y cada uno hace la suya como en el "anton pirulero" donde cada cual atiende su juego.
La cara cortada de la sierra que está enfrente, del otro lado del río a unos cincuenta o sesenta metros, me hace acordar a la entrada de una fabela, sólo que aquí hay nidos de palomas, cuises y ratas de agua.
El sol la castiga de frente y busca de irse acomodando en este nuevo horario impuesto desde la capital y me río, porque interpreto que la naturaleza no entiende de decretos, ni de estudios para que rinda más la energía eléctrica en un país donde las luces de sus avenidas principales funcionan día y noche porque quien debe apagarlas se ha dormido, o su sistema automatizado está dañado quedándome la duda si es más caro o más barato solucionar esto último o que sigan funcionando permanentemente.
Desfilan en mi mente las caras de los políticos de turno, giran como en una calesita donde cada animalito o juguete lleva sus rostros, el futuro presidente de los EEUU, mueve la sortija desde afuera y una música tipo pasodoble agita el aire con estridencia.
Mi esposa me llama a la realidad con un mate y con su vista me hace señas para vea una mujer que luce una bikini infartante porque ella siempre me avisa cuando hay algo interesante para ver y después hacemos las críticas como dos viejas chusmas sobre el atuendo que parece hecho con un hilo dental y dos lentejuelas.
Es la comidilla de la gente, no hay ojo que no esté pegado a su cuerpo y ella sabiendo y consentida camina apoyando primero la punta del pié y casi sin asentar la planta, lo que la hace más esbelta, menea su cuerpo y deja ver a las claras que se siente una reina; mueve sus pechos generosos y deja entrever por el vibrar de sus cachetes traseros que sus carnes no son tan tiernas y que quizá esté pisando los cincuenta, aunque el espectáculo vale la pena.
Algunos púberes la aplauden, y ella, camina por la playa de arena en busca del agua tan oronda como jirafa en pasarela; llega a la orilla, se agacha, moja sus manos y comienza a hacer lo mismo con el cuerpo, después va aguas adentro, se arrodilla y sumerge como haciendo un ejercicio de yoga y la gente mira y está expectante.
El tiempo va pasando y la mujer no saca la cabeza, los minutos corren y uno de los pibes que la aplaudía se mete al agua y la toma desde atrás cruzando las manos por el pecho; en ese mismo instante la gente comienza a gritar espantada, el joven cae hacia atrás horrorizado y la mujer se le va desarmando en trozos que el agua se va llevando, para dejar una calavera blanca entre sus manos y un bikini tan delgado como un hilo dental flota displicente aguas abajo.

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