sábado, 1 de noviembre de 2008

JULIO CARABELLI


¿QUIÉN ESTÁ INCENDIANDO LAS CUATRO POR CUATRO?

Mi perro tenía una inteligencia superior.
Me causan gracia los historietistas que dibujan un perro llevando el diario a su amo como si tal cosa fuese una demostración de talento. Eso lo hacía mi gato que además solía avisarme si a los peces o al canario les faltaba el alimento.
Mi perro se llamaba Tiescho y ladraba en once tonos distintos, uno por cada persona y de ese modo yo sabía si venía mi mujer o mi suegra, mi hija Claudia, mi hija Elvira, Roberto o Martín, el más pequeño, pero por supuesto que había un tono para el cartero, otro para mi amigo Gustavo, el contador, cuando venía a visitarme solo y otro cuando lo hacía con su mujer.
Uno de los tonos que más me agradaba era el que anunciaba que volvía la muchacha del mercado. No por Luisa ni por lo que pudiera haber comprado sino por el tono mismo que era muy agradable, algo así como el canto de las ballenas o el trinar del canario después del alpiste.
Presumo que el undécimo tono lo reservaba para mí y si sé de su existencia es por los dichos de mis hijos, nada más, en cambio Migo, que era un hermoso gato, sólo se colocaba casi pegado a la puerta cuando Luisa regresaba del mercado.
Una sola vez aulló Tiescho y Migo maulló formando un dúo lamentoso. Fue cuando la empresa envió a mi amigo Gustavo, el contador, mientras yo gozaba de mi parte de enfermo.
-La empresa ha hallado en tu cesto de la basura la confirmación de lo que el directorio pensaba.
-Es alentador saber que el directorio puede pensar, generalmente lo hacen los caballos que la empresa tiene en el galpón.
-Los caballos están que trinan.
-Me imagino, yo no sé cómo no se quejaron de las cuatro por cuatro que les quitan el trabajo. ¿Querés un café?
-No, ¿cuánto hace que somos amigos?
-Ya sabés que mis pescados toman café.
-¿De qué marca?
-Cualquiera mientras sea de Colombia.
-Hace treinta años que tomamos café juntos, es verdad.
-El canario también toma café.
-Hace cuarenta años que nos conocemos.
-Y sabés que no tomo gasolina.
-Hace veinticinco años que estás en la empresa. Te imaginarás que no me es grato venir a tu casa con esta misión.
Sin embargo vino, cayó con esos papelitos que pretendían incriminarme, pero que también denunciaban el acaparamiento de gasolina y las cuatro por cuatro no declaradas.
Fueron premonitorios los aullidos y los maullidos porque el contador cayó por las escaleras con tanta mala suerte que nunca encontraron los papeles que traía. Jamás voy a saber si fue el gato o el perro. Ambos poseían esa eficiencia, la suma de esas mínimas partículas que conforman el gran mensaje cósmico. Un mensaje universal que seguramente les llegaba por ondas desconocidas para nosotros.
Mis hijos no se hubieran animado a hacerlo, siempre creyeron que su madre, mi amada esposa, murió a causa de aquel empujón, pero no fue así, ella tropezó con el perro justo frente a la escalera y cayó con la misma mala suerte de su señora madre y es que el situarse frente a una escalera tan peligrosa debe de ser algo genético, un mandato de los genes que nunca tuvieron en cuenta la posible presencia, en el vano de una escalera, de un perro, un animal superior a todas luces porque Tiescho jugaba a la pelota y era capaz de anotar los tantos de ambos equipos en la tierra húmeda. El gato no, Migo.
Era un tanto remolón y casi siempre estaba viendo las novelas de la tarde, sobre todo "Fuego en Casabindo" en la que trabaja una actriz que parece gustarle mucho y hace de piromaniaca.
En una escena que mi gato insistió en que viéramos juntos, ella furiosa amenazaba a su esposo con quemarlo vivo. Es que había subido el precio de la marihuana en el mercado mundial y al subir se legalizó, como el tabaco, lo que provocó que nadie sembrara otra cosa y cuando faltó lo esencial, lo necesario y tradicional: el pan y el vino, ella amenazó con prenderle fuego al sembradío y yo, previendo lo que iba a suceder, arranqué al gato del sofá.
Juntos fuimos a buscar a los peces y al canario que no soportan el calor. Tiescho por suerte ya había bajado tironeando del delantal a la muchacha que se obstinaba en querer subir a rescatar a mis hijos.
Por eso me río de los historietistas y su insistida costumbre de dibujar un perro llevando el diario cuando el mío corrió directamente a abrir el galpón para salvar a los caballos y a los peones que dormían allí. Fue inútil porque la loca ya había incendiado el galpón repleto de gasolina.
Tiescho tenía esa costumbre de gastar energías en empresas que no valían la pena como la de salvar del fuego a Luisa por ejemplo.
En realidad esta historia es para homenajear a Tiescho y a Migo. Ambos murieron de viejos, pero conservo el canario y los peces. A veces, juntos, tomamos café y nos reímos de los que preguntan: ¿Quién está incendiando las cuatro por cuatro?

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