sábado, 1 de noviembre de 2008

JOSÉ ALEJANDRO ARCE

CASUALIDAD

Salía de trabajar, la siesta era demasiado gris con poderosas y amenazantes nubes oscuras sobre la bella ciudad de las diagonales.
Mis pasos cada vez se apresuraban más por la inminente lluvia que estaba pronta a caer. Comenzó a llover. Al doblar una de las tantas esquinas de la Avenida 1 me encontré sorpresivamente con la entrada de un bar, sin dudarlo entré en el. Secándome las gotas de los hombros con las manos fui hasta una mesa cercana a uno de los ventanales, en la mesa frente a mi había un hombre solitario que tomaba un café, supongo yo que a modo de sobremesa, mientras disfrutaba de su cigarrillo miraba perdidamente como caía la lluvia, como buscando en cada gota de ella vaya a saber que respuestas.
Pedí un café y al querer mirar la ventana no pude, me topé con una pared beige revestida de machimbre hasta un metro de altura aproximadamente, al querer ver aunque más no sea de costado la ventana, tampoco pude. Entre el caballero y yo había dos sillas, cada una perteneciente a cada mesa que ocupábamos.
Al rato, cuando yo ya me encontraba degustando mi café, entró un señor siguiendo mi ritual de secarse y todos esos menesteres. Se ubicó en una mesa cercana. Por lo visto era algo más osado, por no decir caradura, y al poco tiempo de llegar se levantó de su mesa y fue a pedir al caballero solitario si podía compartir la mesa y de esa manera también disfrutar de la melancólica caída. Su pedido fue aceptado con gentileza; al escucharlos intercambiar palabras reconocí el acento, el regionalismo clásico y familiar. Éramos tres desconocidos nacidos en el mismo crisol, nacidos en el paraíso al que bautizaron Taragüi. De fondo sonaba un tango, afuera la lluvia se hacia algo más copiosa.
Inevitablemente se inició la conversación. La pregunta inicial fue la típica… ¿de dónde sos?, descubrieron que pertenecían a la misma región pero de diferentes pueblos. Uno de ellos -el primero- comenzó recordando sus travesuras de pequeño, sus escapadas a la siesta para salir con la honda e ir con sus amigos al talarcito que quedaba cerca de su casa, la confección de la cimbra junto a su padre y la posterior espera hasta que aparecía la presa, tirar del hilo y después sentir el placer de soltarla y devolverle la libertad. El partidito de fútbol en la canchita del barrio, que cuando no había partido su padre aprovechaba para enseñarle a andar en bicicleta. Y de las ganas tremendas que tenía en este momento de lluvia de cambiar el café por mate cocido y acompañarlo con chipa cuerito, como los hacía su mamá.
La lluvia continuaba y el recuerdo se instaló en su primera novia y varias sucesoras ya que era galán, obviamente llegó el turno del colegio secundario y las miles de vivencias surgidas de el; las horas previas a partir rumbo a la conscripción y después de ello, encontrarse sin futuro a seguir, provocando la partida hacia tierras lejanas pobladas de gente en cantidades enormes como en un hormiguero y donde buscaba algún rostro conocido y todos eran diferentes, extraños, algunos apáticos y otros no tanto, pero de igual modo…rostros fríos.
Luego del silencio atento y de una constante sonrisa reminiscente, rompió su silencio el caballero más osado, con sus nostalgias, los recuerdos de la infancia y por sobre todo algo que tenía bien arraigado…los festejos familiares de cada cumpleaños con la mesa colmada de risas, sueños y afectos. Navidad y Año Nuevo con el clásico estampido del 38 largo de su padre; los juegos con amigos, y cuando ya estaban más crecidos las charlas interminables en la vereda del barrio o en la esquina; hasta que recordó con algo de pesar el fin de todo eso cuando decidió partir en busca de la gloria tratando de explotar el talento musical que Dios le dio y terminó cantando bajo la ducha de la pensión y ahora se ahoga en olvido en las ocho horas de encierro en la fabrica.
Yo seguía ahí, disfrutando de la charla de los dos ocasionales amigos, sintiendo latir mi corazón con fuerza en cada una de las imágenes que se desprendían de las palabras que salían de sus bocas; añorando tanto o más que ellos a mi entrañable litoral.
Por un momento quise inmiscuirme en la charla, pero decidí no interrumpir la catarata de recuerdos que caía sobre mí transportándome en el tiempo. La lluvia parecía atenuar su caída cada vez más, hasta que cesó.Sin dudas el encuentro casual llegaría a su fin y con el también el buen momento, pero los recuerdos allí aflorados harían más hondas las huellas en mi mente, provocando el aferrarme cada vez más al sueño maravilloso de verme nuevamente en mi tierra y con mi gente.


(Bella Vista, Corrientes)

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