domingo, 7 de septiembre de 2008

ALICIA CHILIFONI


SIN ALCOHOL

Pollera de rafia blanca con tablones encontrados, hasta las rodillas, bien tapadita. Pulovercito de banlon, también blanco, sin el saquito, que hoy no da para el conjunto. Pero sí, da para las medias de nailon, así de paso calzo y domino mejor los tacos altos, que ya cumplí los quince. No son blancos sino marrón africano. No me pegan con nada, pero son la última moda. Y marcho tiecita al encuentro de Ana, para dar la vuelta del perro, a la tardecita.
Es el día de la primavera. Hoy el pueblo se llena de forasteros, porque los pic nics del Club Mitre son famosos en toda la región. Ese club hecho por los ingleses, en el barrio ferroviario, el de los chalets misteriosos, tan intrigantes como los motivos por los que a mí no me dejaban ir al pic nic. ¡Se dicen tantas cosas!, dice mi mamá. También dice, papi ni loco te va a dejar ir. Y papi no dice nada, pero yo sé que no, y no.
Pero cuando era chica sí me dejaban. Y yo iba con mi canastita con olor a huevos duros y manzanas, y la infaltable Chinchibira, con los chicos de la escuela y la maestra. Y yo nunca vi nada raro. A lo mejor porque yo no sabía qué era "algo raro", y aparte, porque andaba ocupadísima con la carrera de embolsados, único deporte en el que me destaqué en toda mi vida y al que me aplicaba con verdadero entusiasmo; o con la carrera del huevo y la cuchara, en la que me descalificaron por usar un huevo cocido, creyendo que hacía trampa, pero yo no sabía que tenía que ser crudo. Además a María Luisa, que llevó, como Dios manda, un huevo crudo, y que para protegerlo lo metió en la pavita, le llegó roto, y se le enhuevó todo . . .
Sumida en esas meditaciones, cuando iba por la casa de Marieta, la partera, veo venir un jeep descapotado, con un racimo de jóvenes a bordo. En Pérez conocemos todos los vehículos del pueblo, que no son muchos, y ése no es de aquí. Yo sigo derechita, vista al frente, piloteando mis Luis XV, con miedo a que me digan alguna guarangada. Cuando se me ponen a la par, se detienen para dar marcha atrás, y retroceden despacio, acompañando mi paso, yo por la vereda, ellos por la calle ancha, de tierra bien apisonadita.
La omnipresencia del folklore, que caracteriza la época, se derrama entonces desde el jeep, como el perfume de un jazmín. Suena una guitarra en zamba. Pero una guitarra, guitarra, no hay pasacaset; y cantan solemnemente a coro, una estrofa que termina con eso de "no me pidas que me quede, si toda mi vida contigo se va".
¡Es una serenata al paso! Quedo atónita, deslumbrada, sin atinar a un gesto de gratitud, cosa que lamento aún, después de tanto tiempo. ¡Yo y mi timidez!De todos modos, ellos disfrutan su galantería, sin esperar nada a cambio. Sus vidas deben ser muy buenas, blancas como mi banlon, transparentes como mis medias, y como esos pic nics. Seguro el papi estaba equivocado, no había nada raro . . . Eran sin alcohol.

1 comentario:

Anónimo dijo...

QUE LINDA ÉPOCA HEMOS VIVIDO LOS DE ESA GENERACIÓN.
FELICITO A LA AUTORA
NORMY P.