viernes, 8 de agosto de 2008

JUANA SCHUSTER


EL ENCUENTRO

Otoño: Me gustaría que cenemos juntos.
Primavera: No puedo. Me lo impide el verano. No me deja pasar.
Otoño: ¿Por qué no nos reunimos esta noche en el Palacio de Rhodas?
La mesa tenía candelabros que iluminaban el gran comedor. Un largo mantel de hilo blanco parecía un papel abierto.
Primero llegó el Sr. Otoño, depositó hojas amarillentas. Dejó a un costado un bolso bien cerrado. El viento níveo de los fiordos de Noruega no se escaparían. Dispuso frutos en un bols y se sentó junto a la chimenea.
Entró el Invierno. Abrió su bolsa. Desparramó la nieve de Austria. Colocó ovillos de lana en cada plato. Se acomodó cerca de las llamas. Apareció la Primavera. Desparramó dalias y rosas. Abrió su cartera. Surgió una miriada de mariposas. La acompañaban un mirlo y un colibrí. Se quedó de pie en el balcón.
Entró el Verano. Sacó la arena caliente de las playas para colocar el sol en un jarrón de cuello delgado; no quería que se escape.
Entonces hubo un pálido sol agachado que no quería golpearse contra el vidrio. Después de comer, el Invierno se acostó. Tenia frió.
El Verano se fue al mar. Estaba acalorado. Llevó la vasija consigo. La Primavera y el Otoño se quedaron solos. Él la invitó a bailar. La llovizna que le salía de la nariz, no se lo permitía.
La Primavera quiso tocar el piano. Las luciérnagas no quisieron iluminar las teclas. Estaban conversando.
El Otoño le propuso casamiento. Ella no aceptó. Somos muy distintos.
Él se puso a llorar tanto, que produjo la inundación de aquella vez.
¿Te acordás?

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