viernes, 6 de junio de 2008

MIRÓN DE PALERMO

DESPUÉS DEL ESPANTO

La primavera estaba cercana, lo advertía el almanaque que colgaba de la pared en ese entonces. Por ese año aparecía distinta, el país también era distinto e iba tomando otra fisonomía, lentamente, como acostumbrándose a un escenario del que había que desmontar una escenografía para construir otra.
Pausadamente me iba acomodando a ese presente que despertaba con ilusión, con esperanza, aunque todavía vestigios de aquel miedo tan adherido a nuestra piel y a nuestra mente. Sobreponerse al terror de los años anteriores, significaba un ejercicio nuevo que requería analizar la etapa con un criterio que permitiera dimensionar profundamente, la salvaje aventura que desató la demencia de los responsables de la tragedia vivida, además de saber que habría de convivir con la certeza y la angustia de miles de rostros conocidos y no, que ya no estaban y alentar una memoria que no olvidará jamás. Fue entonces cuando te encontré casualmente, al doblar una esquina en la calle Corrientes; venías caminando y mirando hacia abajo; al levantar la vista estaba frente a vos. No nos conocíamos, pero diez años atrás, habíamos sido protagonistas de una pequeña parte de la historia, desde lugares diferentes, habíamos comulgado en el rito secular de tantas marchas y habíamos gritado y llorado por igual. Un día tu juventud había madurado de repente y cortaste amarras para irte, mientras yo quedaba atrapado en el país que ahogaba. Nos miramos y sin hablar buscamos un bar; nos sentamos entre las primeras mesas, en una que estaba sobre la vidriera; dejamos nuestros libros y papeles en una silla apilados unos sobre otros; las manos cruzadas sobre la mesa y sin cruzar una palabra. Al acercarse el mozo, levanté la vista hacia él y dije sin consultar que trajera dos cafés. Seguimos en silencio hasta que regresó con el pedido; mientras ponías azúcar en el pocillo y revolvías, prendí un cigarrillo y saqué del bolsillo de mi saco un papel ajado, doblado en cuatro y te lo acerqué ; me miraste apenas un instante, lo tomastes y lo abristes con movimientos lentos apoyándolo en un rincón, comenzastes a leerlo en silencio. Al mirarte sabía que te habías detenido en el ángulo superior derecho, donde a manera de prólogo, explicaba el porqué de lo que seguía. Te ubicaba en esa tarde en la que yo estaba seguro habíamos detenido nuestras carreras y apoyándonos en una pared contemplábamos cómo nuestros pechos se agitaban, con la respiración apurada compartiendo el mismo aire de la idea, no importando desde donde. Después bajaste la vista y recorristes los renglones; yo sabía exactamente en que párrafo estabas. El primer renglón comenzaba hablando de la gente reunida... De aquella multitud apretada en la plaza de cañas y de palos sosteniendo una fraseen un lienzo pintado, de los distintos rostros confundidos en cantos y la mirada nuestra hacia el río. Hablaba del momento donde los nubarrones que presagian tormentas cubrieron a la patria, tu prudente partida acaso necesaria y del quedarnos otros en medio de lo trágico. Pero volvía el relato a ubicarnos ahora, en el tiempo que invita a pensar otros tiempos, y en las nuevas palabras, y en los nuevos caminos y en el ancho horizonte que se abría optimista. Una sonrisa ahora se pronuncia pequeña en tus labios distantes y una sonrisa tuya, apostaba a la aurora. Terminastes tranquila el ajado relato cargado de silencios que imponían las sombras. Ahora era otro tiempo, y las palabras otras y tu regreso caminata que busca sensaciones que atrapan lo nuevo. Ahora era un inmenso torbellino de ganas de beber apurada una mañana nueva. Salimos a la calle y un trecho caminamos entre apurados pasos de la gente que nos pasa, y bajamos Corrientes despacio y hacia el bajo, y Alem espera y nos conduce ahora bajo el techo abrigado de su vieja recova, y entonces recorremos sus baldosas gastadas y miramos espacios que rebalsan de flores. La casa de gobierno quedó a nuestras espaldas, la catedral nos mira silenciosa en su esquina una boca de subte se devora a la gente, y se ofrece a nosotros la diagonal abierta y a recorrerla toda. Emprendemos entonces un regreso impensado por los mismos lugares de protestas antiguas, con los años a cuestas y experiencias distintas.
Las estrellas cubrieron el infinito techo de la ciudad que mira, tomo tu mano ahora, compañera de luchas, y traigo el cielo aquél que un día nos cubriera.

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