jueves, 27 de junio de 2019

Susana Kleiban


                                      MI CHAD  
                                                   Susana Kleiban
  
A esta altura de mis ratones poco importa si tengo amante. Porque yo ya he creado un Chad en mi cabeza y en verdad me reconforta traerlo a casa en momentos en que estoy aburrida. Mi Chad es un poco callado, pero su sonrisa hace que sus ojos color café queden casi entrecerrados a manera de guiño picaro. Su piel de marino, a fuerza de recibir el sol de tantas travesías es algo áspera, y eso lo hace más recio. Su cabello de color magenta es lacio y cae sobre su frente en una especie de jopo adolescente. 
Su voz apenas ronca susurra paraísos agridulces y su aliento mezcla de tabaco y oporto acerca bocas a labios indecisos. Sus hombros son macizos al igual que sus largas y rectas piernas. El torso sus glúteos y su sexo parecen estar cincelados por un artista que no buscó la perfección si no la sensualidad que rompe barreras y prejuicios, y se nutre de jolgorios ancestrales vividos a plena carne a pleno grito a pleno orgasmo milenario. 
Mi Chad sabe de poesía, mi Chad toca jazz en su piano y sabe arrancarme lágrimas cuando entona blues junto a mi oído. Es que Chad tiene la virtud de no parecerse a nadie. Es único y sus brazos juegan con mi cuerpo, dibujan espirales y terminan ardientes con mis noches vacías. Chad no pregunta, no adivina, crea historias nuevas en medio de amaneceres sin noche y suspiros de sábana y madera. Ah! Y lo más importante: Chad es tan discreto que se retira de mí cuando despierto.



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