jueves, 27 de junio de 2019

Carlos Margiotta


Escribimos para ser leídos 
Carlos Margiotta

En épocas de crisis como la actual, donde prevalece el olvido sobre la memoria negando la historia reciente, donde reina el dios del consumo con desmesura, donde observamos la ruptura de los lazos sociales de manos de la xenofobia y marginación, donde se exalta la violencia, el maltrato, el abuso y otras calamidades, podemos pensar la escritura como una forma de resistencia, una manera de tejer nuevos vínculos, para anudar en una red los valores que nos convirtieron en buenas personas.  

Escribir es reparar, es apostar a la vida contra la muerte, es curar heridas, buscar nuevos sentidos,  rescatar recuerdos buenos o malos, acariciarnos con palabras buscando al otro.
 
Escribir es emocionarse y emocionar al lector.  Entonces escribimos para no olvidar, para disminuir la velocidad con la que vivimos, para recuperar lo que se ha pedido, para detenernos a pensar lo cotidiano y pensarnos a nosotros mismos.
 
Escribimos para no morir, para la posteridad, para encontrarnos con el otro, escribimos para ser leídos.  
 
La relación entre el escritor y el lector puede pensarse como un puente entre dos orillas. Ambos se miran, se gustan, se atraen, y pueden llegar a amarse en la medida que se animan a cruzarlo. Un puente hecho compartiendo fantasías.  
  
Escribir es construir una historia con restos de lo vivido, con lo que nunca pasó, con lo que se perdió, con lo que pudo haber sido. 
  
El escritor deberá quitar lo superfluo de la historia, lo innecesario, para contar lo esencial para que después el lector complete el texto. 
   
 Escribir es contar mentiras que contienen una gran verdad. La escritura es mas pobre pero mas clara que la vida, dice Kafka. Pero lejos de refugiarse en la literatura por debilidad frente a la vida, se aísla para crear y recrear la vida. 
  
Basta observar cualquier hecho cotidiano: Una chica hablando por el celular en el subte, un portero baldeando la vereda, un chico jugando en una plaza, una pareja besándose en una esquina, un tipo caminado con un  maletín en la mano, dos mujeres solas en un café, para tener una historia que contar.  

Tanto el acto de escribir como el de leer se hacen en privado, como la sexualidad. Los dos se encuentran en ese espacio secreto, como un acto de amor, se van acercando, conociendo, hasta que ambas historias comienzan a ser una.  
   
La literatura y la vida confluyen en un punto, y no se trata de escribir bien o mal, se trata de sentirse un escritor, de transcurrir lo cotidiano desde otra mirada, desde el lugar del contador de historias.    
La literatura es un borrador donde se puede escribir y reescribir mil veces una experiencia hasta el punto final, cosa que no podemos hacer en la vida.   

En el Taller de Escritura nos reunimos para soñar juntos, para compartir historias, para resistir  a la realidad, para sentir, para expresarnos, creando,   
     
El Taller es un espacio de intimidad, allí somos libres para inventar cualquier historia bajo el disfraz de cualquier género. Allí  podremos ser Napoleón o un pordiosero, María o Magdalena, un niño o un anciano, una esposa o una amante.
    
El Taller es un espacio para relacionarnos con otro que resuena en la misma frecuencia, compartiendo la misma pasión, la misma voz, la misma lluvia.

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