Para ni padre
Jorge Castañeda
Oh,
padre del desconsuelo! Te veo en tiempo con tus ojos mansos. Te adivino en los
acordes de la guitarra despuntando estilos y milongas, austero de gestos y
parco de palabras. Guitarra que como las alas de un pájaro tenía una cinta
argentina en el diapasón alborotando el sentir de tus silencios.
Te
recuerdo en las noches estivales tranquilo bajo la sombra de los álamos mirando
las estrellas del cielo transparente del sur. Con tus partidas de taba y el
viejo pangaré gargantilla que trajiste con vos desde Choele Choel.
Padre
que supiste de prudencias como de pitar largamente el “brasil” para perderte
sin apuros ni urgencias en el humo áspero del tabaco negro.
Padre
que nunca hablaste mucho porque la vida te dio otras virtudes, yo te recuerdo
en el aroma de los alfalfares, de los cardos, del coirón. Pionando en las
estancias o a tus anchas en una obra en construcción.
¿Cómo
poder ahora que ya no estás y que tanto ha pasado el tiempo decirte cuánto te
quise y cuánto te extraño?
¿Cómo
poder expresar que hoy lamento no haberme acercado más a tu mundo y hablar de
las pequeñas cosas que son las realmente importantes?
¿Cómo
no haberme dado cuenta que tu mejor caricia fue tu entrega al trabajo cotidiano
para darnos el pan de cada día?
Te
recuerdo sentado bajo la sombra del árbol del cielo que alguna vez
generosamente plantaste con tus manos.
De
tu prudencia y humildad tengo el corazón colmado. Porque nunca buscaste pleitos
y nunca pudieron los arrogantes hacerte enojar por banalidades sin importancia.
Por
eso a pesar del tiempo transcurrido desde que te marchaste a veces cuando
despierto por las mañanas tu recuerdo está presente y ese día tengo la
sensación que algo me falta.
Y
entonces me figuro que converso con vos y que hablamos, o lo que es mejor nos
entendemos sin palabras y así puedo contarte de mis asuntos, de mis
sentimientos, de la alegría que tengo por los hijos que son tus nietos, de las
pequeñas felicidades que la vida me regala en forma casi cotidiana. Padre que
fuiste mi sangre y mi todo.
¿Dónde
colocar tantas cosas que tengo para decirte? ¿Qué hacer cuando quiero hablarte
y me doy cuenta que ya no estás conmigo?
Padre
trajinando con tus amigos las calles de mi ciudad natal de Bahía Blanca,
trabajando de albañil con la vianda para almorzar en la obra de construcción ya
sea verano o invierno, manejando la vieja moto Puma por las calles del barrio,
tomando mate amargo como desayuno por las mañanas.
Padre
que cuando tomaste el tren que no quiso saber de regresos porque la muerte te esperaba
en la gran ciudad lejos de los tuyos perdí la oportunidad en la estación de
Valcheta de decirte: Viejo, te quiero…
Ese
tren que te llevó al pago lejano del que no se regresa, a veces pita en mi corazón
con sonido de tristeza. Y me acuerdo de vos.
Padre
que tan lentamente como viviste de pronto un día aciago que nunca olvidaré tus
ojos se quedaron cerrados para siempre lejos de tu casa y yo que no pude
decirte adiós
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