martes, 25 de diciembre de 2018

Jenara García Martín


EL DIVAN 
DE LA PSICOANALISTA  
Jenara García Martín

Se aproximaba la hora de iniciar la consulta y la doctora no llegaba. El diván comenzó a inquietarse, puesto que la llovizna con que había comenzado la tarde se había convertido en una gran tormenta y como se había tomado una semana de vacaciones, él ya estaba aburrido. Si bien las veinticuatro horas del día recorría las paredes del consultorio, esos días que había estado en solitario comenzó a analizar cada objeto y cómo los utilizaba en las sesiones de psicoanálisis. 
En la pared de la derecha de la puerta de entrada había un fichero de metal con tres cajones. El refugio de todos los secretos de los pacientes. Y un sofá con tapiz de un color marrón oscuro que a él no le agradaba. La pared de enfrente a la entrada un cuadro de estilo abstracto,  pintado al óleo en colores fuertes, estridentes (…) Era lo primero que llamaba la atención a cualquiera de los personas que la visitaran, fueran pacientes o no, cuando se sentaban frente a su Escritorio, ubicado cerca de esta pared.  En el vértice de las dos paredes que miraban hacia él, había una lámpara de pié con una débil iluminación que cuando algún paciente se acostaba sobre él,  la luz iba en esa dirección. Y él conocía el motivo del funcionamiento de esta luz y de los otros objetos.  Después de tantos años soportando …
El Escritorio de la Doctora era amplio, siempre con alguna carpeta; una importante agenda: un portalápices; el teléfono. Una lámpara moderna; para ella un sillón giratorio y al frente del Escritorio dos sillas,  también tapizadas.
Para soportar el aburrimiento, el diván comienza a hablar.
La  pared hacia donde debe mirar el paciente cuando se acomoda sobre mí,  está totalmente despejada y pintada de un color ocre claro. Yo soy lo más importante dentro de este consultorio y por lo tanto  también estoy instalado en un lugar preferencial. Siempre con el tapizado bien cuidado y ahora de un color verde indefinido y con tres almohadones de gran tamaño.  Es lógico,  tienen que tener  relación con mis medidas, yo digo exageradas,  pero  hay  pacientes que me necesitan tal como me han creado…en fin…, no tengo derecho a quejarme. Era ya casi la hora crepuscular y bajo esa torrencial lluvia se abrió la puerta y apareció la doctora. En la sala de espera no había pacientes. Las seis cómodas butacas, también tapizadas,  estaban vacías y  en el vestidor, se despojó de la gabardina. Pasó al consultorio, dio  unas vueltas a mi alrededor y como una autómata  se acomodó en su sillón giratorio, sin dejar de observarme,  y con el tono de voz que utilizaba para hablar con los pacientes se dirige a mí: 
-¡Cómo has cambiado en estos días de mi ausencia!  Me agrada tu nuevo tapizado.
-Sí,  es cierto. Pero yo pensé que Usted había dado la orden puesto que vinieron de la fábrica donde Usted compra los tapizados y sin mediar opiniones, ni conmigo, hicieron el cambio de las telas a todos los muebles.
- Sí, tienes razón. Yo dejé las indicaciones. Estoy segura que a los pacientes les va a agradar el cambio. Siempre las novedades agradan y dan pie a iniciar la consulta con más confianza, comenzando con otro tema, que no sean las complicaciones que atormentan sus vidas. Tú, ¿qué opinas? 
-Yo, - contesta el diván – creo que no a todos les gustará el cambio que ha hecho. Pues este verde indefinido… A mi me agradaba más el anterior .Los cuadros y los colores eran más vistosos. Mañana lo observaremos,  pues hoy,  ya no tendrá consulta. ¿ Puedo decirle algo? 
-Cómo no. Dime. 
-He observado que a todo paciente antes de empezar la consulta les dice: ¿quiere tomar algo?  Y veo que no espera a que responda. No entiendo  esa actitud,  – contestó el diván confundido.
-En mi profesión, no hay que permitir que el paciente te domine. Por eso yo, le invito pero no doy lugar a que acepte. Ya le he dado pie para entrar  en consulta y comienzo a darle confianza, diciéndole: le escucho. Puede empezar y  esta frase rompe el hielo entre paciente y profesional.
-Tantos años como llevo en este lugar y no entendía su actitud, pero también la recomiendo que utilice una voz más suave. En este momento recuerdo a una paciente que venía todos los viernes y le contaba que tenía un grave problema y que necesitaba su consejo para resolverlo, y se iba después de haberla escuchado a usted, con un gesto que expresaba contrariedad. Pero al  viernes siguiente volvía y la contaba el mismo  problema y usted  la daba el mismo consejo – sorprendiendo a la doctora con esta narrativa del diván, le pregunta.
-¿De quién hablas?
-Es que no volvió más. Pero tengo  grabado el recuerdo de otra paciente que Ud. también tiene que tenerla presente… Era  rubia. Siempre vestía de amarillo y  traspiraba cuando empezaba la consulta. Yo lo notaba enseguida porque humedecía el almohadón donde apoyaba la cabeza – le aclaró el diván.
-No la tengo presente. ¿Cómo tú la recuerdas con tantos  pacientes que atiendo?. Dame algún dato más.
- Me extraña – respondió el diván. - ¿Cómo se va a olvidar? Se llamaba Daniela. Muy simpática. De ojos celestes. La contaba que tenía dos pretendientes. Un inglés rubio, muy educado,  que quería que fuera con él a las playas del Caribe a pasar unas vacaciones. Y otro que era cubano y tocaba con excelente práctica las maracas, muy divertido,  que también la invitaba a pasar unas vacaciones en el Caribe y no sabía por cual de los dos decidirse y usted la aconsejó.
-¿Qué la aconsejé? Dime.  A pesar de tus datos aún no la recuerdo.
-Usted le aconsejó que aceptará viajar una semana con cada uno y así podía conocerlos mejor. Y se fue complacida con su consejo. – respondió el diván sonriendo.
-Sí, ahora la recuerdo bien Asistió a varias sesiones. Me confundía escuchar  las relaciones que tenía con ellos. No negarás que eran relaciones peligrosas…
-Pero yo observé que se despidió de usted, agradeciéndola su consejo. Por lo tanto déjeme que la diga que habrá  aceptado su advertencia, puesto que no ha vuelto a ninguna sesión más. A la que pienso que no la ha ido bien  en sus vacaciones, es a Usted.  Hoy no ha tenido consulta. Cuando ha llegado se ha tomado un vasito de ese licor que tiene en el cajón del escritorio. No ha dejado de contemplar el cuadro de la pared. Obersvo en su semblante y en su mirada que no ha regresado feliz.
-No te permito. No seas atrevido. Se supone que tu misión es oír, ver y callar.
-En este caso me va a permitir que la diga, que la atrevida fue Usted. ¿Mira que pensar en buscarse un rubio y un cubano para pasar una semana de vacaciones? Yo adiviné su pensamiento. – Fue la acotación del diván en un tono imperativo.
-No fue así. Yo viajé pensando en que podía tener la suerte de encontrar en la playa  a un rubio simpático,  educado y divertirme. Sabes que hace mucho que no salgo de vacaciones. Escucha ahora y guardarás el secreto. No encontré a ningún acompañante con estas características por más  que recorrí playas y hasta algún lugar con ambiente carioca,  con una compañera del hotel. Y un día ya aburrida, ¿sabes lo qué hice? Mme fui a un lugar nocturno que se bailaba tango y bailé…, y bailé tangos con un argentino que me acompañó los dos últimos días que los disfruté como nunca había pensado,   y me prometió salir a despedirme al aeropuerto el día que regresaba a Buenos Aires,  pero tuve que subir al avión sin que nadie me deseara “buen viaje”.  Este relato fue una descarga mental que necesitaba hacerlo con un colega  y mira con quien he mantenido la consulta.  “Contigo,  que  al parecer,  sabes de todo…”
Y el diván observó que se la habían humedecido los párpados, y se propuso consolarla. Y sin ningún  reparo, la dijo  autoritario: 
- Acomódese: ”hoy será mi paciente”: el argentino LA PLANTÓ. Yo la aconsejo que no trate de imitar a ninguno de sus pacientes.  Siga aconsejando y diagnosticando, pero no vuelva a cruzar esa línea que existe  entre  la psicoanalista y el paciente. No llore más. Yo que llevo tantos años siendo testigo de los problemas que  esconde la mente humana, ”SE POR QUÉ SE LO DIGO…”


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