lunes, 26 de noviembre de 2018

Jenara García Martín



Recuerdos 
de un pasado histórico 
Jenara García Martín
.
La importancia de esta narración  reside en el destino incierto,  en el viaje y las personas que deciden emprenderlo, hacia el exilio.
Me remonto a una época en que España estaba divida en dos bandos, lo cual provocó una guerra fraticida que comenzó en 1936 y finalizó en 1939.  Fueron tiempos cargados de terror; de miedo a la muerte. Todos perdimos familiares, amigos,  y hasta hogares enteros se quedaron vacíos o derrumbados por los ataques aéreos.  La lista de los caídos en cualquiera de los bandos, nunca fue publicada completa. Porque quien muere ya no vive más. Un pequeño pedazo de metal  le ha robado todo lo que fue y todo lo que pudo llegar a ser.  La guerra cambia al mundo y el mundo cambia a la guerra, pero ¿quién gana en una guerra? 
Aquel verano, en que volvía a mi tierra natal después de la temporada de clases en la capital, todo se había convertido en un caos.  Residíamos en la zona republicana y mi padre respondía a esos ideales.   Transcurría el año 1937 y la  guerra ya había cambiado todo a nuestro alrededor.
Era una noche del mes de Julio, con una luna llena que iluminaba como si fuera de día y con mi hermana Araceli, de sólo seis añitos,  disfrutábamos de ese fresco de un verano ardiente  por la orilla del arenal, cerca del río,  cuando sentimos un estruendo que hizo temblar la tierra y todo el entorno de lo que alcanzaba nuestras retinas se cubrió del color del fuego, opacando  el brillo de la luna. Las dos nos abrazamos y el eco sordo de las explosiones retumbaba en nuestros oídos. Así permanecimos escondidas detrás de un montón de arena, entre unas piedras.  Estábamos las dos asustadas,  pero vivas. Lo que siguió fue obscuridad y miedo a salir  del escondite. Pasado ese momento de terror, decidimos  averiguar qué había sucedido en el pueblo y con nuestra casa.  Una nube de polvo  se extendía impenetrable  que no nos dejaba ni ver ni avanzar. Tropezábamos con escombros de todo tipo de materiales  que procedían de las casas destruidas. Todo lo cual nos anunciaba  el resultado del bombardeo.  Angustiadas   por los obstáculos que encontrábamos para avanzar,  llegamos al lugar que era nuestro hogar. ¿Dónde estaba nuestro hogar? Una columna de humo y fuego  brotaba del derrumbe de lo que se suponía había sido una casa.
Quedamos sin habla, aterrorizadas y empezamos a buscar entre los escombros a nuestros padres y a nuestro hermano, menor que yo, y mayor que Araceli.  No los encontramos.  El llanto, la ira, el dolor tan profundo  nos dejaron exhaustas.  No encontramos sus cuerpos.  Mi hermanita, con sus seis añitos,  me hacía preguntas para las que no tenía respuestas, pues ella lloraba y lloraba y yo suponía que los tres estaban muertos y sus cuerpos calcinados entre las cenizas.  Empezamos a caminar por las calles y las personas que nos encontrábamos que huían del desastre, no se detenían para responder a mis preguntas.   Como se acercaba la noche buscamos entre el derrumbe, un lugar donde refugiarnos   y protegiendo a mi hermana entre mis brazos, nos quedamos dormidas, cansadas por el llanto y  angustiadas por  la soledad.
Ahora se inicia el viaje sin futuro, comienzo de esta historia. Cuando despertamos, frente a nuestro destruido hogar, oí voces distantes  desconocidas para mí. Se fueron acercando  y surgió un grupo de personas de todo tipo de edades que avanzaban hacia la salida del pueblo. Y aparentemente dirigidos por un joven a quien obedecían y sin tener otra alternativa nos unimos a ellos. A las afueras del pueblo consiguieron en una granja semidestruida,  buscando   hasta  en el último rincón,  alimentos y enseres que podían sernos útiles. El establo estaba en pié y recorriéndolo hallaron una mula y en la parte posterior de la granja un carro. Pudieron amarrarla al carro con los elementos que encontraron, en forma precaria,  y cargaron  todo lo que íbamos a necesitar y siguieron el camino polvoriento por el cual creían que podía dirigirnos hacia el monte,  sin ser descubiertos. Siempre aconsejados por el joven que nos dirigía, subieron al carro los niños que integraban esa caravana, que con mi hermanita eran seis.  Alguien del grupo comentó que era el maestro de un  pueblo cercano.  Su nombre, lo supe después, era Antonio, mas todos le decíamos “maestro”.
Sentía curiosidad cómo un maestro de escuela se ocupaba de dirigir ese grupo de personas que no sabíamos cuál era el destino. Observé que se acercaba a nosotras y nos entregó una manzana diciéndonos:
 -“Tomen, tendrán hambre” y el camino será largo.
  Yo clavé la mirada en la escopeta  que llevaba al hombro y una navaja en la cintura y él se dio cuenta.
 -Yo sólo soy un maestro  huyendo al exilio.  La escopeta era de  un tío que sí era cazador, pero ni él ni mi padre la podrán utilizar ya. – No era necesario que explicara el por qué de esa ausencia.- No tema Luciana.
La escopeta no sé utilizarla y la navaja siempre hará falta, pero no para matar a un ser humano -Clavó su vista en el grupo  y tras un silencio,  me dijo con  cierta preocupación:
- He podido apreciar que no soy el único con una historia trágica entre los que me acompañan. ¿Sabe tu hermana lo que ha sucedido con tus padres?
- Ha presenciado a nuestra casa, destruida,  pero a pesar de que yo pienso que estarán  muertos entre los escombros, a ella le he dicho que habrán podido huir antes del  fuego y el derrumbe total.
- Mejor así. Uno de esos  niños que nos acompaña, Emilio,  ha perdido a sus padres. Otro de ellos Tomasito, que va con su madre,  a su padre y abuelos, y a todos les he dicho que los están guiando desde el cielo. A veces la mentira puede dar felicidad.
- Gracias por esa piadosa mentira. A un niño ¿Cómo se le puede explicar lo que es la muerte?
- En algún momento sabrán la verdad, pero ahora no , -contestó el maestro.
Seguíamos caminando por senderos polvorientos,  lo más distanciados de la carretera y alejándonos de la civilización, silenciosos,  y cansados, dirigiéndonos hacia el monte, antes de que llegara la noche.
Cuando amanecía,  el joven maestro y otros de los hombres mayores que formaban la comitiva nos iban despertando y llevándonos un pedazo de pan y agua. Era el único alimento con el que podíamos empezar el día.
Al reanudar  de nuevo  la marcha por esos caminos solitarios y sin ver a un alma, se acercó a  mí llevando de la mano a mi hermanita y con él venía otra señora de las que iban en el grupo y nos dijo que nos separábamos juntas con él, pues debía enseñarnos algo muy importante. Y que después nos reuniríamos de nuevo con todo el resto. El camino se bifurcaba.
- Lo único que os voy a ofrecer es la verdad.  ¿Lo soportaréis? – Nos preguntó. – Ambas asentimos, aunque confusas.
Una arboleda bastante tupida se alzaba en una elevación del terreno y el maestro nos dirigió hacia  un claro entre esos árboles donde se divisaban ocho cruces. Yo aceleré el paso y la otra señora, de nombre Aurelia,  me siguió. Adelita se quedó con el maestro un poco distante. Al acercarme a esas cruces, sentí un escalofrío por todo el cuerpo. Temblé de miedo, de dolor. Leí los nombres de mis padres, el de mi hermano, el mío y el de mi hermanita. Y Aurelia leyó el de su marido,  el de su madre y el de ella.- No puedo creerlo, Adelita y yo estamos vivas,- grité, arrodillándome y llorando.
 A  Aurelia tuvo que sostenerla el maestro,  pues estuvo a punto de desplomarse  sobre su tumba.
- Lo siento. A veces la muerte nos sorprende sin siquiera anunciarse. En ninguno de vuestros hogares, según me comentaron, pudieron llegar a tiempo para salvar a los que reposan bajo esta tierra y vosotras todos creyeron que estabais ocultas en el entretecho y os dieron por muertas. Con esta mentira  y las tumbas,  salvasteis la vida. Debéis aceptar que habéis fallecido. No es la primera vez que he visto casos similares.  
Ya llevamos casi dos años con esta maldita guerra. - Maestro, Aurelia no lo aceptará, - exclamé entre lágrimas y desgarrada de dolor, abrazando a mi hermanita. - Lo siento,  Aurelia.  Nadie llegó a tiempo para evitar tu supuesta muerte. Yo lloré  una eternidad, hasta secarse el caudal de las lágrimas, sin dejar de mirar las tumbas. Con la cabeza negábamos ese destino, engañada por el velo de la muerte ocasionada por esa guerra fraticida  de cuyas zonas de combate teníamos que alejarnos más cada día. -Acéptenlo y descansen.  Cientos de historias llenas de dolor se producirán en cualquier lugar de la España de hoy. Sigamos el polvoriento camino al encuentro del resto de los sobrevivientes. Una vez ya reunidos todo el grupo, el maestro nos  habló: - Estamos cerca del final del viaje por terreno español. Cruzaremos los Pirineos y llegaremos a Francia, evitando el control de la zona fronteriza. He conocido a muchos amigos y no amigos, que ya se han exiliado y puedo guiaros por alguno de los desfiladeros menos vigilados. Antes de llegar debemos dejar el carro y la mula, pero hay que  conseguir, de la forma que sea, algunos alimentos, agua  y elementos de abrigo. Para ello debemos tener astucia y separarnos para evitar sospechas. Aún estamos en terreno republicano, pero nunca faltan espías. La travesía será penosa, pero lo lograremos. Ese será el final del viaje, sin pensar en el futuro que nos puede esperar en Francia. pero encontraremos otros compatriotas. Todos le agradecimos su compañía, su compromiso por el peligro que corría por llevarnos hacia ese exilio obligado, sin emplear muchas palabras, puesto que a él se le reconocía su actitud con un gesto, con una mirada y respetando sus decisiones. Su solidaridad hacia esa caravana en la cual no tenía ningún familiar, era impagable.  Yo pensaba qué sería de nosotros si él cuando pisáramos territorio francés, se volvía a España. Nadie  emitía una opinión sobre el destino del maestro. Sólo se escuchaba decir: ¡Es un héroe! No tengo fuerzas para describir la penosa travesía de los Pirineos. Puede se fácil imaginársela. Pero gracias al apoyo y ayuda entre todo el grupo, lo logramos. Mi hermanita fue mi estímulo en ese largo y penoso derrotero  para llegar al final y aceptar la realidad de nuestra muerte. Y cuando ya habíamos cruzado la zona de frontera,  y estábamos en suelo francés, el maestro volvió a reunirnos, anunciándonos lo que pensaba. -Escuchadme todos. No os abandonaré.  En España la guerra me ha arrebatado a los seres más queridos. Yo me he salvado, como la mayoría de vosotros,  por esas casualidades del destino.  Y la vida me ha brindado la oportunidad de  ayudarles a llegar hasta aquí, por lo que me siento satisfecho y he conseguido formar una familia numerosa y a vuestro lado me convertiré en un exiliado más. Tú, Aurelia, que has visto tu propia tumba y te he visto como te has encariñado con Emilio, que no tiene a nadie, ahí tienes una misión. Es difícil reemplazar a una madre, pero buscando lo que te dicta tu corazón, estoy seguro que puedes lograrlo. Ninguno de los dos sentirá tanto la soledad. Amelia, tienes que pensar en que no está sola, tienes a tu hermana y juntas sabrás enfrentar ese futuro inesperado. Todos en esta travesía, hemos aprendido a que la vida nos brinda oportunidades impensables de compartir lo poco o mucho que tengamos para ofrecer, pero existe ese corazón que no mide las consecuencias. Si hemos llegado hasta aquí, podemos seguir adelante. España está del otro lado de las montañas (muy cerca) lo habéis comprobado y estoy seguro que la noticia del fin de la guerra la conoceremos y quiénes serán los vencedores, también. No perdamos la esperanza de volver algún día. Ahora con la bandera en alto, lograremos sobrevivir enfrentando con todas nuestras fuerzas a este futuro incierto, pero encontraremos el camino seguro, “en este obligado exilio”

             


No hay comentarios: