domingo, 20 de diciembre de 2015

Catalina Gutrejde


                    Solidaridad Catalina Gutrejde


La lluvia de cenizas cubrió la costa del majestuoso lago Nahuel Huapi, al igual que la vegetación, los techos; los caminos perdieron las tonalidades de la arboleda. Todo era gris, irrespirable. La naturaleza da y quita, y solamente quedaba esperar que el enojo del volcán se aplacara.
 Subiendo uno de los tantos cerros, dentro de una casilla precaria, un bracero apenas entibiaba.
 Juana, acostumbrada a las inclemencias del tiempo, no había vivido en sus cuarenta años, algo semejante.
 Las manos surcadas por el frío abrazaban. Contenía a sus pequeños hijos con lo único que tenía en cantidad: amor.
 Pero esto no bastaba; necesitaban más abrigo,  comida, agua. Acurrucados en el regazo de la madre, los niños le pedían que les contara un cuento, ¡qué difícil se le hacía a Juana pensar en algo que los distrajera!. El frío era cada vez mas intenso. De pronto se le ocurrió algo: ¡vamos a bailar!, a ver, a ver…..
 Encendió varias velas, los niños la miraban asombrados, sabían que las pilas de la radio estaban gastadas, pero la mamá comenzó a tararear una canción alegre. Los tomó de las manos y comenzaron el más divertido de los bailes. Las risas se intercalaban con el ladrido del perro.
 Juana tragaba sus lágrimas elevando un ruego.
 Esa noche, luego de tomar un mate cocido caliente durmieron más tranquilos.
 El día asomó, la mujer corrió a mirar el cielo, una línea celeste trataba de atravesar la nube espesa.
 Un bocinazo le desvió la mirada, un camión se acercaba, de él bajaron dos jovencitas llevando cajas muy grandes. Eran voluntarias; alumnas de un colegio de la Ciudad.
 No todo estaba perdido ; tendrían lo suficiente como para pasar mucho tiempo sin padecimientos, ya que no podía bajar a la ciudad a trabajar dejando a sus pequeños expuestos al desconcierto de no saber cuando terminaría la lluvia de polvo que caía sobre el lugar.
 Esa mañana el desayuno se convirtió en una fiesta, el chocolate caliente y los pastelitos con dulce eran un deleite.
 El rictus de Juana se había transformado en una gran sonrisa. Sintió que mientras existieran seres solidarios, no todo estaría perdido.
 Renacía la esperanza.
 -Mamá, ¿porqué llorás?, preguntaron los niños.
 Porque también se llora de felicidad, - contestó Juana.
 La chimenea desprendió anillos de humo, prueba fehaciente de que el calor del fuego y el amor protegería a éste humilde hogar.
 Termino una historia. Yo disfruté de una ciudad bendecida por la naturaleza, pero también ví la pobreza de algunos barrios en lo alto de los cerros, y entiendo por demás el sufrimiento que han tenido que sumar a la pobreza acostumbrada.
 Pero como todas las cosas, esta tristeza pasará, y Dios quiera que nunca más la gente humilde deba padecer por la simple razón de ser pobres, y por siempre exista la solidaridad y el amor.

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