viernes, 17 de julio de 2015

Carlos Margiotta



Demasiado rubia para morir así (I)  
Carlos Margiotta

Llegué al lugar cuando el cuerpo todavía estaba caliente. -Gracias por venir tan rápido, usted sabe como aprecio su ayuda- , dijo el Comisario Barrientos, mientras levantaba la sábana ensangrentada que cubría a la víctima. Era una mujer rubia que tendría apenas unos 25 años. Demasiado rubia para morir así, pensé. Su belleza yacía boca abajo sobre la cama, y un tajo entre dos vértebras cervicales mostraba que había sido apuñalada con una fina daga, o algo así como una aguja o un punzón. Me llamó la atención que la habitación estuviera en orden sin signos de violencia ni destrozos en el mobiliario. 
-Los vecinos escucharon un fuerte grito y llamaron al 911, cuando llegamos el cabo Gómez vio a un tipo correr por las azoteas-, continuó diciendo Barrientos.
Palermo es un barrio extenso donde se mezclan las finas torres de Libertador y las casas viejas tipo chorizo como en la que estábamos entre Julián Álvarez y Lavalleja.
Salí al pequeño patio donde desembocaban el baño y la cocina. Una escalera estrecha de metal llevaba a una azotea y a la noche fría de Julio. Subí despacio para mirar desde arriba el escenario de la casa, restos de pisadas con barro cubrían los primeros escalones. Una camisa blanca y un juego de sábanas se balanceaban en una soga de la pequeña terraza; estaban secas.
Cuando volví el Comisario agregó: -Por los libros y cuadernos que encontramos en el ropero parece que estudiaba medicina, también había en del cajón de la mesita de luz un pasaje de ómnibus con destino a Necochea para el día 16. 
-Es muy raro todo, le dije, Llámeme cuando tenga más novedades y nos dimos un apretón de manos.
No sabía que rumbo tomar, no tenía pistas, sólo interrogantes como el detalle que guardaba los libros en el ropero teniendo muchos otros lugares más apropiados en la habitación, tampoco me convencía el hecho de que las puertas no habían sido forzadas indicando que la víctima conocía a su asesino.
Angélica iba a esperarme en mi departamento alrededor de las 10 con un guiso de lentejas, había dicho, y estaba ansioso por encontrarme con ella después de una semana sin verla. Ella vivía en una localidad cercana a la capital y compartíamos nuestras vidas los sábados y domingos. A pesar de lo poco que nos conocíamos había logrado que le diera una copia de mis llaves. -No hace falta más de cinco minutos para darme cuenta a que hombre puedo amar con todo mi corazón-, dijo en la primera cita antes de darme un beso que me dejó sin respiración, y a partir de ese momento nuestros cuerpos se reconocieron como desde el principio de los tiempos.
-Hace tranquilo tus cosas que te espero con una sorpresa-, me había dicho por el celular un rato antes que me dirigiera al lugar del crimen. Y como  una mujer trae a la otra decidí ir a lo de Mimí, una generosa veterana con la que compartimos noches enteras cuando ella era media vedette en el Marabú y yo todavía un joven oficial de policía. Ahora tenía un pequeño café en la zona de las facultades enfrente de lo que había sido el Hospital de Clínicas.
Miré la hora y paré un taxi creyendo que el boliche estaría abierto. Cuando llegué Mimi estaba bajando las persianas y no pude evitar mirar su cuerpo curvándose en el umbral como entonces. Bajé del auto apurado para sorprenderla cuando...
-¡Arévalo!, qué haces por acá-, dijo mientras besaba mi mejilla. -Vení entrá y tomate una cafecito, esta noche tengo poco tiempo para vos. Mi hijo vino de Madrid por unos días y tengo que cenar con él.
 Bastaron media hora para intercambiar algunos detalles del contexto actual sobre la vida universitaria que podrían enriquecer y confirmar mis posibles hipótesis cuando tuviera más datos de la investigación.
-Vos sabés cómo son las cosas hoy en día, las pibas del interior no se conforman con la mensualidad que le envía sus padres y algunas estudian de día y se prostituyen de noche y los pibes que se creen piolas vendiendo falopa. Salimos juntos del café y la acompañe a tomar el colectivo 132 que la llevaba a Flores. Me despedí con un abrazo y le pedí que estuviera atenta a las noticias y cometarios de sus clientes porque el lunes el caso iba a aparecer en los diarios.
Caminé hasta Callao enfundado en mi sobretodo, tenia la cabeza echo un bombo de pensamientos y apuré el paso hacia el pasaje Discépolo pensando que Angélica (cuando te nombro…). En el palier del noveno piso  sentí el aroma del guiso de lentejas, toque el timbre para no asustarla con mi andar sigiloso y me abrió la puerta con una sonrisa.
-Todavía falta un ratito para comer- dijo, mientras yo me quitaba el abrigo y ella mi robe azul dejando su cuerpo vestido solo con par de medias negras.
Continuará

1 comentario:

Anónimo dijo...

Carlos, me entusiasme al leerlo,lo que quiere decir que me gusto,espero ansiosa la próxima entrega.
muchas gracias.
Ester Moro