lunes, 20 de enero de 2014

MARTA BECKER


La despedida Marta Becker


A partir de los 50 años Josefa Santillán viuda de Linares comenzó a organizar su muerte. El marido, Juan Linares, falleció sin previo aviso cuando un motociclista negligente atravesó la calle con el semáforo en rojo y lo atropelló. Apenas le dio tiempo a Josefa para vestirse de luto y despedirlo.

Después de este inesperado acontecimiento la mujer, que no tenía descendientes ni familiares directos, decidió tener todo arreglado para cuando le llegara el final, no fuera cosa de encontrarla desprevenida y dejara temas pendientes.

Ante todo, eligió el vestido con que quería que la vistieran para el último minuto. Pasó lista por las varias funerarias que conocía y seleccionó la más cómoda para quienes vinieran a despedirla, es decir, que tuviera acceso a muchos medios de locomoción. Además, se ocupó de visitarla y elegir un cajón a su gusto y dentro de un presupuesto razonable, que se encargaría de abonar cuando sintiera que se aproximaba el momento de su deceso.

Elaboró  una larga lista de invitados, como si fueran los asistentes a una fiesta, primero los más directos y luego los secundarios, y a medida que hacía memoria agregaba alguno.

Muchas veces se dormía soñando con su velatorio, ella elegantemente vestida, flores de todos colores –porque haría más alegre el ambiente-, cómodas sillas para los presentes mayores y las velas encendidas hasta lo último.

Sólo vivía para esa organización, el tema se volvió obsesivo y recurrente y Josefa agotaba a los que la rodeaban hablando de su proyecto.

Pero ocurrió que pasaba el tiempo y Josefa cumplía años, engordaba debido a la edad, a la tiroides y a la comida y cada tanto tenía que cambiar el vestido elegido porque le iba quedando chico.

Por otro lado, a medida que corrían los años se morían muchas de las amistades de Josefa y la lista se acortaba.

La funeraria elegida quebró –no por falta de clientela sino por un mal manejo de las finanzas en manos de un dueño poco serio- y la viuda de Linares tuvo que salir a buscar otro lugar para organizar su despedida al más allá.

El tiempo pasa y hoy Josefa cumple 85 años. Prepara una pequeña fiesta para las pocas personas con las que aún mantiene contacto y que pueden asistir a la reunión. Camino a la cocina resbala en el piso recientemente encerado y cae.

Se ilumina un túnel y Josefa camina por él tambaleante. Llega a un gran salón lleno de flores y se ve acostada en el ataúd, las manos cruzadas sobre el pecho y la cara pintarrajeada. La gente camina en derredor mientras comenta lo ridícula que se ve, lo vieja que está, lo molesta que fue en vida, el poco amor que brindó, qué funeraria más lúgubre, qué cajón económico… y así, Josefa escucha y ve lo que nunca soñó ni imaginó. No hay afecto ni respeto por su persona, un insignificante muerto más que nadie va a extrañar. Y lo peor de toda la situación es que Josefa no les puede contestar, no les puede decir a la cara lo traidores que son, infames y mentirosos.

De a poco Josefa vuelve en si. Trata de abrir los ojos y una luz fuerte la enceguece. No está segura si es la luz del túnel o de la cocina.

Totalmente recobrada la mujer hace un balance rápido de su vida y toma una decisión. Saca un pasaje para un crucero por el Mediterráneo, arma las valijas, cierra la puerta de su casa y se dispone a entrar en la vida.

Hace una semana que disfruta de un viaje increíble. Come, toma sol en cubierta, baila y comparte todas las noches una mesa diferente para así conocer gente y tratar de ganarle al tiempo perdido.

Una noche de luna llena muere apaciblemente en su camarote mientras duerme. Quienes la encuentran a la mañana siguiente aseguran que tiene dibujada en su rostro una amplia sonrisa.

Según las reglas marítimas el cuerpo de Josefa Santillán viuda de Linares es tirado al mar mientras la despiden un montón de desconocidos que gozaron de su compañía en sus últimos días.

No hay comentarios: