lunes, 20 de enero de 2014

CELIA MARTINEZ



Isla sola Celia Elena Martínez

Desde la playa se veía una isla a la que los habitantes del lugar nunca habían llegado. Desde antaño se tejían leyendas misteriosas sobre los que vivían allí. Las viejas brujas del pueblo decían haber visto en las noches de luna llena que llegaba a la orilla una extraña sombra y caminaba por la arena hacia el pueblo, era en ese momento en que todos se encerraban en sus casas.
Durante el día no se veía movimiento en el islote, debido a que todo era espesura, la llamaban Isla Sola.  No era muy grande. Las lanchas que cruzaban desde Buenos Aires tenían que bordearla para poder llegar, pero lo hacían a bastante distancia y nunca se vio nada raro, ni persona alguna, pero el temor estaba allí instalado.
Los forasteros que venían acampaban al margen del río por donde entraban las barcas, y gustaban de prender fogatas sobre la playa y cantar hasta tarde en las noches. Ninguno hizo comentarios ya que la gente no hablaba demasiado con éstos, eran como ellos mismo decían “chúcaros”.
Los visitantes iban al pueblo solamente a hacer las compras de víveres, y ningún comerciante les hablaba mucho, más que buenos días y pase bien cuando salían.
Éstos solían ir en yates y allí dormían. Para los carnavales iban a la plaza del poblado a ver los festejos y tampoco se daban con nadie.
Todos miraban siempre hacia enfrente con curiosidad, usaban catalejos, pero nada se veía, todo era un gran misterio que duró añares.
Hasta que un día de verano, yo era una jovencita quinceañera, vino una gran sudestada que inundó Buenos Aires, pero retiró las aguas del río en el lugar y se podía caminar hasta muy adentro del afluente. Con mis amigos y amigas en la edad de la inconciencia, decidimos nadar hasta Isla Sola. Llegamos a la otra orilla casi caminando.
Nos adentramos al lugar y vimos que todo se veía prolijo, sin plantas ni pasto crecidos. Fue entonces que encontramos una casa que parecía confortable, nos acercamos y salió una mujer mayor, casi anciana que nos recibió con una cordial sonrisa y nos preguntó como habíamos llegado, le contamos que con la marea baja lo logramos. Que sólo queríamos conocer el sitio. Nos recibió con bebidas y con una torta que acababa de hacer. Estaba oscureciendo y la   corriente había subido .Nos dijo afablemente que podíamos pasar allí la noche y a la mañana siguiente nos llevaría con su lanchita de vuelta. En nuestra inconciencia no pensamos que del otro lado estarían más que preocupados.
A media noche llegaron los de Prefectura, quienes conocían a María, pero ésta les había pedido que no contaran nada de ella, no quería que nadie invadiera su tranquilidad, así en medio del misterio vivía serenamente.
María vivía allí desde siempre con sus padres primero y con su marido después, había enviudado y no tenía hijos. Prefirió esa soledad a la vida pueblerina
La sombra que se veía en las noches de luna era ella que iba a buscar su comida.
Las brujas del pueblo también sabían de ella y la ayudaban con las compras.
A la gente que venía en yates no le había llamado la atención su presencia en la playa.
A la comunidad se les había terminado el cuento de brujas.

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