lunes, 20 de enero de 2014

Hilda Lujambio de Halfon


De utilería Hilda Lujambio de Halfon


Hacía horas que llovía. Ángela terminó de lavar los platos, acomodó un poco la cocina donde había almorzado con Anita y se encaminó a su cuarto.
Se recostó, más para dar rienda suerte a sus emociones, que para descansar. Los gatos, Amadeus y Beethoven (así los había bautizado su madre, profesora de música),  se acomodaron junto a sus pies; su proximidad, la tibieza de sus cuerpos le produjo cierto bienestar. La embargaba una sensación amarga y nueva.” Todas son pérdidas”, pensó. Hacía poco más de un año que había muerto su madre, quien se mostrara silenciosa y apática en sus últimos tiempos. Ángela, que tenía un carácter alegre y entusiasta se vio afectada por esto. Su partida fue un dolor grande; nunca se habían separado, ya que ella, al casarse, siguió viviendo en la casa matena.
Transitaba ese duelo cuando de un día para otro enfermó Pedro; el diagnóstico fue terminante: el proceso era irreversible.
Todo resultó vertiginoso, en menos de dos meses se produjo el desenlace. Otro gran dolor.  Fue muy difícil para Ángela adecuarse a la situación, aceptar las ausencias. Solas ella y Anita en esa casa tan grande. No hizo grandes cambios. Con esfuerzo por la pena que la atravesaba, donó la ropa de ambos y algunos elementos domésticos. Todo siguió como antes. Herminia continuó yendo dos o tres veces por semana a limpiar la casa.
Afortunadamente, ella debió  seguir con sus horas de cátedra,  y con la Escuela de Adultos. Anita iba a la facultad  por la mañana y tenía algunas actividades por la tarde. La relación entre ambas se estrechó, y sin darse cuenta o dándose cuenta, se aferró a su hija, su vida comenzó a girar en torno a Anita.
Ese día estaba particularmente sensible;” la lluvia”, pensó. La casa estaba en silencio, sólo se oía el golpeteo de las gotas sobre el techo.
Anita estaba en su cuarto, estudiando.
Se preguntó entonces, a qué se debía esa sensación amarga.  Inmediatamente lo comprendió.  Ese fin de semana Anita había llevado a cenar a Gustavo, formalizando una relación que llevaba varios meses. Ángela comprendió que el vínculo entre ellos era fuerte; ahí estaba la razón de sus sentimientos y pensamientos tan contradictorios. Por un lado, siendo Anita hija única, era muy saludable que armara y se comprometiera en una relación amorosa; como madre, siempre lo había deseado; pero al mismo tiempo, no cabía ninguna duda de que esta situación la colocaba a  ella  en un plano secundario; así lo sentía y de ahí esa nueva amargura. Se fue adormeciendo…
-Mamá, mamá- 
Fiel a su estilo, Anita entró como una tromba al dormitorio - Se me hizo tarde, me voy a la clase de piano, vuelvo a las 9. Te pido por favor que cuando vayas a la escuela, pases por la confitería de la esquina y compres una torta, la que te parezca, porque los padres de Gustavo me quieren conocer y me invitaron  hoy a cenar-  La abrazó, la besó y salió tan rápido como había entrado.
Un poco aturdida todavía, Ángela pensó: “Hoy lunes, no sé qué voy a conseguir”.
Su buen carácter la ayudó una vez más.  Sacudió la cabeza para ahuyentar los pensamientos con los que se había dormido.
Salió al jardín, levantó la vista y descubrió el parpadeo de un sol gris; la lluvia había intensificado los colores y las fragancias del jardín;  en el verde intenso  de las hojas temblaban aún pequeñas gotitas, el jazmín lucía radiante y su aroma lo invadía todo. Respiró profundamente varias veces
En un rato saldría para la escuela, le alegró la idea.”Hoy va Mirta, le voy a contar lo de Anita y Gustavo, no deja de ser una buena noticia”, se dijo tratando de encontrar un consuelo.
Merendó, se vistió lentamente y salió para la escuela. Antes debía pasar por la confitería.
-Buenas tardes.
-¿Qué tal, señora Ángela? ¿Qué anda buscando?
-Veo que no tenés casi nada.
-Sí, los lunes es así.
-Bueno, dame esa torta de ricota, hacé un lindo paquete; esta noche mi hija va a conocer a sus suegros, y quisiera que dé una buena impresión-. Al decir esto volvió a meterse en sí misma, en sus sentimientos encontrados…
-Listo señora Ángela, -dijo la empleada, volviéndola a la realidad.
-Muchas  gracias, me voy para la escuela.
Caminó ágilmente, quería llegar temprano y charlar un rato con sus compañeras; no perdía oportunidad de pasar un momento agradable, era su naturaleza que la impulsaba a buscar  siempre la manera de sentirse bien.
Ya hacía más de una hora que estaba en el aula que ese día compartía con Mirta.  Había dejado el paquete con la torta sobre el escritorio, y empleando su mejor tono y una gracia algo forzada, le contaba a su compañera que esa noche Anita conocería a sus futuros suegros.
De pronto entró al aula una mujer exaltada, casi desorbitada; era la dueña de la confitería. 
-¡Señora Ángela!, ¡señora Ángela! Suerte que la encontré a tiempo ¡La torta que le envolvieron es una torta de utilería!
Estallaron en risas que se prolongaron largo rato. Entre carcajadas, imaginaban la escena que se habría producido cuando, a la hora de los postres, hubieran intentado servir la torta.
Nada mejor que esta situación equívoca y graciosa para aliviar ese día el dolorido corazón de Ángela.
 


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