martes, 28 de agosto de 2012

JUANA SCHUSTER


LA MALDICIÓN

Doce años tenía Dolores.
Muchos inviernos para desear un hijo.
Hasta que el milagro se produjo.
Festejamos con el mejor vino de Mérida.
Los hombres prepararon el tablado.
Las jóvenes bailaron toda la noche.
Sus manos cambiaban de abanicos en cada pasodoble.
Los pies se movían con gracia y donaire.
Las castañuelas me recordaban el galope de la tropilla.
Bellas coplas llenaban las almas y soplaban.
El viento y el aire dulzor que venían del Guadiada.
El olor del aromo y tomillo que crecían con lentitud perfumaba el ambiente todo.
Venían de otros pueblos a desearle suerte a la futura madre, que ya no era una muchacha.
Y el vino chispeante llenaba las copas que se vaciaban con rapidez increíble.
Él le acariciaba el vientre, y tocaba la guitarra.
Sumido en la plenitud de la esperanza.
De ver al hijo crecido para que fuese torero.
Hasta ese día, Tía. En que pasaron los gitanos que habían llegado de no sé donde en el carromato.
La vieron y le pidieron los aros de oro que lucía en sus orejas. Esos arrillos que relucían ante el sol y una no sabía si era el astro rey que había bajado a felicitarla o era el metal precioso que brillaba como una moneda lustrada.
Pero ella dijo que no, Tía. Que no se los daría.
Fue entonces que una gitana con pañuelo en la cabeza le dio la maldición "Un pájaro enorme te llevara a tu hijo"
Ella no le creyó. Sintió miedo, pero no le creyó.
-Vete a tu tierra. Nadie te quiere aquí.
Siete meses mas tarde llamaron a la comadrona.
Cuando dejó de gritar se oyó el llanto del niño.
Hermoso Tía. Como ese niñito Jesús del cuadro que tienes tú en la posada.
Tendría dos días cuando la criada abrió la ventana para que la pobrecita respire mejor.
No pudo hacer nada Tía.
Entró un águila y se lo llevó con el pico.
Sí, con el pico.
Ella quedó mal de su cabeza. Dicen que nunca volverá.
El marido se fue. No se sabe nada de él.
¿Sabe Tía? Que la Santísima Virgen me guarde de cruzarme yo con la gitana.
Que ¿por qué?
Porque también yo, estoy preñada.