martes, 28 de agosto de 2012

NORA JAIME


LA CASA DE LA CALLE THORNE
Marta abrió la puerta, levantó la persiana y encendió la radio con su parte más consciente, la otra Marta había quedado entre las sábanas, envuelta en su olor, bajo el embrujo de sus caricias.
 La mujer entró sin hacer ruido,  se quedó mirando ahí parada. Adelante, pase por favor. ¿En qué puedo ayudarla?
 ¿Compra cosas antiguas? Si, a veces, si me interesa ¿qué tiene para vender?- Aquí no traje nada, quisiera que viniera a mi casa, hay muchas cosas, muebles, cuadros, vajilla, veo que vende de todo.
 ¿Ud. qué quiere vender? Todo lo que pueda, tengo que desocupar la casa ¿entiende?- Sí. Hago visitas por la  tarde solamente, dígame la dirección y un teléfono por favor.
Ella me miró a los ojos. Es en el Barrio de Caballito, calle Thorne…
Volver a escuchar ese nombre me supo a daga clavada en medio del esternón, pensé que me iba a  desmayar, después el número… no quería mirarla, un escalofrío recorría  todo mi cuerpo, la cabeza me ardía como si fuera a estallar.
 Tomé nota en la agenda, agachada, con los ojos cerrados. Bien, bien… -balbucié - ¿Señora…? Amalia Molina Valle, disculpe no me había presentado.
En ese momento me volvió el alma al cuerpo, ella esbozó una sonrisa tímida y mirando en derredor dijo. Tiene lindas cosas, se nota su buen gusto.
¿Cuándo podrá venir a mi casa? tengo poco tiempo.
 ¿Le parece bien hoy a las tres?-pregunté sin pensar. Perfecto, la espero,  buenos días. Giró despacio y se fue dejando un perfume suave a flores.
 No podía salir de mi asombro. Me sentía tan conmocionada que intentaba vanamente ordenar recuerdos agolpados  en mi mente,  atados fuertemente  por una cuerda que  el nombre de esa calle había soltado. Sin embargo, ni su nombre y apellido ni su cara me resultaban familiares.
Mentalmente puse color en su cabello cano, intenté borrar las pocas arrugas de su rostro, pensé en el sonido de su voz, en su manera de caminar y todo fue inútil.
Mi memoria sensitiva a flor de piel  actualizaba otros rostros, viejas voces olvidadas volvían a mis oídos. El local era el salón de la calle Thorne, con su música y sus risas.
 Fui despegando con dolor las capas del recuerdo. Mis lágrimas, ahora incontenibles, lavaron las últimas heridas y repasé trayendo a la luz esa etapa de mi vida como en un viaje y al llegar de vuelta a mi realidad sentí frío y hambre.
 Levanté el bolso y mi abrigo, di vuelta el cartel "Enseguida vuelvo", cerré con llave y me encaminé al café.
Barracas me pareció envuelta en una nube espesa como mi cabeza -Negro, te necesito- Adentro del "Tres Amigos", donde conocí al Negro Hernández, el mozo me preguntó si me sentía bien. Sí,  tengo un poco de frío,  y pedí un desayuno completo, sin siquiera darme cuenta que algunos parroquianos ya estaban almorzando.
A las tres de la tarde estaba frente a la casa. El barrio  había cambiado. Vi más gente por las  calles. Conservaba los árboles que se unían formando techo con sus ramas entre una vereda y otra y ese encanto tan particular,  lo hacía un lugar especial.
Frente a la puerta pensé en no golpear e irme ¿Qué estaba haciendo allí? Toqué el portero. Su voz se oyó tan triste que me quedé. Abrió la puerta,  estaba  vestida como si fuera a salir.
Adelante, gracias por venir, sígame por favor. Cuando hubo cerrado me miró fijamente a los ojos. Miré a mí alrededor, aquel lugar era otro, totalmente distinto del que recordaba, ¿Estaba tan equivocada, qué estaba sucediendo?
Me sentía atrapada y confundida por mis recuerdos buscando alguna pista, una huella, una señal que aclarara mi confusión,  mientras tanto ella me hablaba de muebles, de estilos, de precios. No la escuchaba.
 Y así fuimos recorriendo toda la casa, hasta que al llegar al escritorio, sobre una mesita, detrás de un enorme florero, un portarretratos aclaró mis dudas. Entonces, mirándola  fijamente   pregunté ¿Porqué me buscó a mí, tan lejos de este lugar, para vender sus cosas, quién le dio mi dirección?
 Cuando voy a visitar una amiga que vive en Barracas  paso por su negocio, además no quise hacerlo con alguien de aquí.
Siéntese, tomemos un té, las dos lo necesitamos. Dejó la bandeja sobre la mesita, sirvió  las tazas y comenzó su relato. La expresión de su rostro iba cambiando a medida que se acercaba al descenlace.  Al oírla, reviví  pasajes de mi vida que había olvidado.
 …cuando compramos esta propiedad, era una época en que viajábamos mucho, la remodelamos toda y la disfrutamos muy poco.
 Tuvo que dejar su trabajo, la  enfermedad lo postró y estuvo muchas veces internado. Fuimos al exterior pero…no hubo nada que hacer.
Y aquí estoy, tratando de vender y sin saber qué hacer después.
Su expresión era desolada.  La vi tan vieja, tan sola en su dignidad que sentí compasión por aquella mujer que teniendo tanto, no tenía nada.
Salí a la calle. Tomé un colectivo, después un taxi. Fui directamente a mi casa, busqué una caja que guardaba llena de cartas y fotografías, las metí dentro de una lata y encendí un fuego. Miré las llamas  y a medida que se iba consumiendo, me sentí mejor, más joven, más viva. Después esparcí las cenizas sobre las plantas de patio.
 Me metí en la ducha, busqué mi vestido más elegante, me peiné y maquillé con dedicación, para mí y para él. Cuando el Negro me vio, abrió los ojos, la boca y los brazos: -Mi amor estás divina ¿que pasó? Nada especial, solamente dejé escapar un fantasma y lo besé con pasión.



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