viernes, 2 de septiembre de 2011

MARCOS RODRIGO RAMOS


ROSAS DE SANGRE

Odio la luz en ocasiones como ésta en las que despierto tirado en el piso después de una borrachera. La cabeza me late con fuerza como si quisiera reventar, mis piernas tiemblan. Me hago la promesa de siempre que ésta es la última vez. Estoy solo. Siempre es lo mismo, la plata se acaba y desaparecen. La culpa es mía. Mientras tenés valés; no tenés y sos menos que nada, como yo que estoy en este lugar del que no tengo la más mínima idea de dónde es.
Estoy en lo que parece ser el pasillo de un edificio de más de diez pisos. No veo puertas, sólo paredes blancas y una escalera de mármol.
Comienzo a subir aún dolorido. A los costados hay unas pequeñas ventanas por las que pasa la luz, tienen un cristal tan grueso que no permiten ver nada del exterior. La escalera termina en el techo del décimo piso. Reviso con atención y noto las hendiduras de un cuadrado de un metro de lado. Empujo con fuerza y la tapa cede. Pienso: "por fin una salida".
Paso del otro lado y otra vez paredes iguales a las de antes y más escaleras. Con bronca golpeo con todas mis fuerzas la pared. Los nudillos de la mano derecha me quedan lastimados. Mi sangre dejó en la pared cuatro manchas que por su forma parecen cuatro rosas.
Afligido comienzo a subir la nueva escalera. Otra vez la misma historia, ninguna puerta o salida. Cuando llego al techo del décimo piso hay otra abertura con forma de cuadrado pero esta vez está abierta. Paso del otro lado y allí resignado las veo de vuelta, aún chorreando en la pared, a mis malditas rosas de sangre.

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