viernes, 2 de septiembre de 2011

LILIANA ROTH


PEQUEÑA LOLY

Llovía. La tarde se hacía noche.
Las gotas de agua golpeaban contra los ventanales. Ella, estaba allí, solitaria, ensimismada, esperando una palabra, una caricia, quizá una sonrisa. En el cuarto los niños jugando, el sonido del televisor encendido, sin que nadie le prestara atención.
En la calle el sonido de los caminantes se oía lejano, murmullos, risas, voces. Los automóviles tocaban bocina queriendo acelerar el paso sin lograrlo, salpicando a los transeúntes.
Ella, continuaba inmóvil, en el mismo lugar, estática, a la espera de su dueña. Levantaba la cabeza cada tanto, lentamente. Movía de a ratos sus orejas peludas, blancas, alargadas. Ningún sonido la alteraba, nada la impulsaba a bajar del sillón, ni siquiera a mover alguna de sus patas.
Algo sucedía, algo la perturbaba. Era extraño que no hubiera movimiento en la cocina. De pronto, un sonido familiar, una llave que gira en la cerradura, el picaporte de la puerta de calle se mueve suavemente y, ahí está, Elizabeth, que con su sonrisa ilumina la casa.
El animal salta del sillón y al instante está a su lado. Recibe por fin la caricia esperada, las dulces palabras de su dueña le devuelven la alegría. En una carrera alocada llega al cuarto de los niños. Todo vuelve a la normalidad para la perra. Elizabeth sacude el agua de su abrigo y se dispone a preparar la cena.
Ya olvidó el episodio vivido. Dejó atrás el escalofriante momento en el que a la vuelta de su casa le arrebataron el celular.

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