miércoles, 9 de marzo de 2011

SUSANA SIVEAU


DAVID

Reino de ángeles y legiones, su cabeza morena oscilaba al aire de la mañana y buscaba ansiosamente con los ojos a la niña del saludo. Hijo de un pastor, pagaba cada día la deuda de su padre recibiendo latigazos, atado a una silla. Satanás, gritaba el padre y seguía con los golpes.
La única libertad del niño era pasar el día en la vereda, de pie, silencioso, observando vaya a saber que mundos con su mirada perdida. A simple vista no se diferenciaba de ningún otro, salvo por el sonido gutural que emitía al querer hablar. En la religión que lo asistía, nacer idiota era estar endemoniado y el severo padre retomaba cada tarde el único remedio que las sagradas palabras ofrecían para ese mal.
Todos lo ignoraban, pasaban a su lado sin mirarlo ni devolver el saludo que tendía con su mano en alto, todos menos la niña. A veces en su carrera a sus juegos la chiquita le dejaba flores en las manos. Otras le señalaba los pájaros del aire o la nube de panaderos en el viento. El sonreía y agitaba su mano hasta verla desaparecer.

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