martes, 4 de mayo de 2010

NOLO VASA KRER


LA BRASA Y LA BRISA

Lucía como lo que era, o mejor dicho, como él creía que era: Brasa en los restos de una hoguera. Interpretemos con justicia lo dicho. Una masa grisáceo-cenicienta que indicaba a todas luces que allí hubo un fuego que quizás fue de mediana magnitud.
Otro dato a tener en cuenta es que emanaba un suave calor desde su interior. En ese rescoldo caliente se podían mantener abrigados, y de hecho lo hacían, otros componentes de aquella hoguera.
De tanto en tanto, alguna chispa salía estrepitosa como respuesta a pequeños estímulos. Nada de importancia.
Era de prever que así transcurriría el tiempo restante de vida hasta que se apagara totalmente, con la satisfacción de haber dado todo su calor a quienes lo merecían (y a otros que no tanto).
¿Qué está pasando? !!!
¡Esto es nuevo! Jamás lo había sentido. Y, ojo, que "jamás" es completamente cierto, por lo menos desde que comenzó a cubrirse de cenizas (cosa que ocurre inmediatamente después de encenderse, al comienzo de los tiempos).
La respuesta parece sencilla pero se complica por los efectos. Se trata de una Brisa que casualmente, o no, si creemos en la fuerza del destino, acertó a pasar por allí.
Se trataba de una corriente con atributos especiales. Era suave, muy suave, pero intensa a la vez. Acariciaba, pero era arrolladora. Más que desplazarse, danzaba. Todas estas apreciaciones y cualidades surgieron después que la Brasa analizara los efectos. Comenzó inmediatamente, no bien llegó a las cenizas. Las removió como sin querer. No se sabe si ella era consciente del cambio que producía. Es de suponer que, para cualquier observador, ese remolino que se elevaba significaba algo importante. Lo cierto es que, en poco tiempo, la Brasa quedó expuesta y desnuda ante la Brisa y así pudo sentir los efectos con mayor intensidad.
Ella tenía perfume, y era muy dulce. Sus caricias rozaban la Brasa de tal forma que incrementaban su fuego interior. ¿Cuánto hace que no experimentaba esto? A ver si lo podemos explicar. Hace mucho tiempo que se decidió a dar calor, como corresponde a toda Brasa, aunque, en los comienzos de la hoguera, la materia misma se quemaba intensamente. Lo que hoy es Brasa antes estuvo cubierta de llamas que la envolvían y el calor la consumía. En ese punto, quien se acercaba se quemaría.
Y allí está la Brisa, alegre y despreocupada. Es más, disfrutando el calor que la Brasa le brinda. Cada giro, susurro, elevación y descenso conforman la danza que mencionamos. La Brasa siente que esas caricias lo envuelven y le llegan a los lugares más escondidos de su ser.
No sólo la superficie se abrillanta, el interior, que es lo más vulnerable, se incendia como antes.
¡No puede ser! ¡Qué maravilla! ¡Llamas otra vez! Una sorpresa espléndida e inquietante. No debería extrañar ya que se había dado la conjunción que durante mucho tiempo fue esquiva. Esa Brisa tenía todos los atributos que esta Brasa siempre admiró. El caso es que, en su historia, desde el comienzo de la hoguera, creyó haber encontrado todo lo deseado y ahora descubría que no. Es por eso que se niega a adjetivar. Las palabras amor, deseo, pasión y otras, se fueron desgastando en el tiempo y ninguna de ellas, ni cualquier combinación y suma, pueden describir este nuevo ahogo. No hay momento del día en que la Brisa, aunque lejana, no esté presente. Llena, y a veces genera, las noches de insomnio. Hace correr el riesgo de que las llamas, tan luminosas, sean percibidas por otros que reaccionarían mal ante este evento.
Ahora comienza el dilema. Hay que dejar que la naturaleza se imponga sobre la razón y, sin más, envolver con las llamas a la Brisa. O, por el contrario, preguntarse por el derecho a quema esa frescura y cambiar su paseo por los prados. Las llamas tienen esa coloración azul, amarilla, naranja y roja y esa energía, calor y poder capaces de envolver a la Brisa en un abrazo apasionado. La Brasa sabe que es posible que, al primer intento, ella escape de entre sus largas lenguas de fuego y que, sorprendida y horrorizada, huya para siempre. Es un riesgo. Pero también tiene la esperanza de encontrar una Brisa predispuesta a incendiarse y bailar junto a él la antiquísima danza del fuego.
Siguen los cuestionamientos.
Para la Brasa, morir en este intento es bien morir. Durante mucho tiempo vio como, a su alrededor, los otros tizones se fueron apagando y le fueron negando el acompañamiento de calor.
Algunos formaron sus propias hogueras en lugares apartados. Revivir, en este momento, es más que lo esperado (y recuerda la historia del ave Fénix).
Para la Brisa, ¿cuál es el premio? Ella realmente no sabe, y de esto podemos dar fe, que lo que ha generado es muy superior a cualquier otra creación que se le atribuya. Nunca pudo haber engendrado una pasión tan fuerte y desbocada. Recoger ese premio puede halagarla. Pero debemos considerar que ella ha venido recorriendo prados en los que dio vida y frescura a muchos que hoy la rodean. Sucumbir a esta locura podría hacerle perder parte de ese cortejo. La Brasa se aferra a la idea de que quizás la locura sea un mal contagioso y le haya llegado también a ella.
Por último, ¿qué futuro espera a estos actores? ¿Por cuánto tiempo se podría mantener este sueño? Sin duda no importa medirlo en la escala convencional de días, meses o años. Un segundo de tamaña intensidad vale una vida. Así la Brasa sigue confundida y afiebrada, adorando y deseando una Brisa-Ángel.

Todo lo que les relato lo recibí de primerísima mano. La Brasa me abrió su alma y me dio la alegría de poder contárselos.
Lamentablemente, mi tarea de relator me lleva por otros caminos y me alejo de la Brasa sin poder contarles el final de esta historia. Creo que la sensatez y la cobardía (cuya mezcla suele ser la prudencia) dejará que la Brasa se consuma en su propio fuego. Sólo la Brisa puede cambiar este final.


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