martes, 4 de mayo de 2010

FERNANDA LAVALLE


EUCARISTÍA -La suerte de comunión diaria del anticonvulsivante-


Son las ocho a la mañana, de noche en invierno, diáfana luz en verano, de fríos, y humedades, alegrías y dolores, todo, mientras sostiene la cuchara embebida en aquella suerte de Eucaristía pagana, y al mismo tiempo acto de Fe. Ese obsesivo cuidado en la penetración del líquido, del remedio indicado que se funde en la plegaria silenciosa hacia aquello que no se ve. Como si fuera un alma, son esas neuronas en constantes tensión las que no se palpan. Que cuando se las quiere tocar chocan los dedos con las duras paredes del cráneo. Del cráneo que esconde un misterio en su interior. Mientras los ojos se han cansado de buscar pequeños signos de lo que pasa allí dentro. Si la mirada esta distraída, si la boca bailando en la asimetría.- Son unos segundos hasta que el líquido pasa por la garganta. Termina ese cumplir, y termina en un amén, un pacto con Dios para que no despierte el volcán temido. Vuelve la oración a las diez de la noche, vuelve todo al rito inicial, vuelve a abrirse el frasco, con la misma solemnidad con la que se toma el Cáliz, vuelve el cuidado de la dosis, vuelve el mirar a trasluz la medida del medidor, vuelve a cerrarse el frasco en el mismo lugar. Vuelve el cerciorarse de cuánta cantidad aún queda. Vuelve la imaginación de la caída de aquel líquido por el tracto digestivo, vuelve la representación continua de la pacificación de lo desconocido. Porque no se sabe por qué pasa… pero alguna vez, pasa.

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