miércoles, 7 de abril de 2010

MÓNICA TARRAB


AGUJERO NEGRO

Desapareció la luna. Me asombró, después de haberla visto completa y brillante; bastó un parpadeo para que se esfumara. La busqué por todo el cielo, que estaba limpio de nubes, tratando de descubrir el capricho. Quedé deslumbrada un instante, hasta que comprendí que el sistema tierra-luna estaba destruido, y las consecuencias eran impensables. Cuánto tiempo más viviríamos, y en qué condiciones.
El embelesamiento mutó en terror y dónde están ellos ahora, los que más quiero, y el sol padre no puede esta vez con nosotros. Ella se fue, y dónde está mi música, las plantas que nunca cuidé, las caricias que amordacé. Las manos secas del espanto, la gota de rocío reflejando el universo. El quebranto no dicho, las muecas de la risa y la risa verdadera. Mi vuelo rasante aprendido en sueños repartidos. Los amigos de siempre, espejándome. Los abominables rascacielos, la maraña de cables estrangulando palomas atontadas. La información y los procesos. El progreso y las babas de la antigüedad. El oráculo que danza en las baldosas del subte. El aguijón del tábano en mi espalda. El amor ciego y su desorden. Los ojos capaces, inútilmente abiertos. El perro blanco que no quiso hablar conmigo. Los infames pactos mudos. Los gritos. Los volcanes. El magma y su secreto. La llave que abre el fuego. Dos ídolos invocando al unicornio azul. La clave del éxtasis. La clave de sol y el marfil de mi teclado. Las olas acompasadas en la orilla del lago más remoto. Un susurro en la intimidad del coñac. El encanto del absurdo. Un disfraz sin antifaz. Lo que dejó la tempestad, de una escultura de sal. Mis cicatrices superpuestas. La penúltima estrella fugaz. Las mareas. El bosque donde nunca me perdí. Los nombres que menciono. Los nombres olvidados. Que sean por única o última vez si es que ella mañana no regresa; porque es posible que la no-luna aquiete todo y no volvamos a jugar.

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