lunes, 4 de febrero de 2008

JORGE GROSCLAUDE



LA OLLA MÁGICA

Cuando me lo contó Juan no lo pude creer, después lo empecé a oír de boca de todo el pueblo y me dio cierta vergüenza ser el único en ignorarlo. Con el tiempo me fui convenciendo y hoy estoy seguro de que pasó. La historia de la olla justiciera me sirvió para no ser tan incrédulo; me enseñó a tener fe, no se puede vivir desconfiando constantemente.
Resulta que a un bombero voluntario llamado Juan Elbueno le regalaron una sopera, después de que salvó a un niño, Agustín, del incendio más grande que hubo en Villa Desgracia, un pueblo ubicado a orillas del río Tenebroso en la provincia de Perdiste.
Ese hombre, Juan Elbueno, era un hombre que no vacilaba en arriesgar la vida si se trataba de salvar al prójimo. La madre del chico, agradecida, se desprendió con mucho dolor de la sopera, pero de corazón; ese hombre le había devuelto la vida de su hijo.
La sopera estaba en la familia desde tiempos remotos, era una sopera que se llenaba de comida caliente y exquisita al mediodía y a la noche, siempre con comidas distintas. Un día con estofado, otro día con tallarines, con puchero, guiso de mondongo, matambre a la portuguesa, en fin, lo que nos gusta a todos. Como era una sopera grande, sobraba comida en la casa, así que podían invitar a dos o tres personas. Por eso, la madre de Agustín pasó varias noches en vela dudando en regalar algo tan preciado, que venía salvando del hambre a su gente desde la antigüedad. Por fin se decidió, la vida del hijo valía más, y la olla no podría quedar en mejores manos que las de Juan. Pero ¿Qué pasó?... Una noche que el bombero dormía con la puerta abierta, Pedro Salvaje entró silenciosamente y le robó la sopera; a la hora de comer, el ladrón destapó la olla y estaba vacía. Era un hombre muy violento, revoleó la sopera y la arrojó al río Tenebroso; la olla se fue flotando hasta que pasó por una aldea de pescadores. Estos la rescataron del agua, y como eran gente buena, la sopera siguió ofreciendo manjares a la hora de comer, con la exactitud de antes.
En Villa Desgracia se enteraron, y la fueron a buscar. Hubo una gran pelea, que ganaron los vecinos. Regresaron con la sopera, pero eran muchos para la olla. Entonces se reunieron en la iglesia para resolver quién se quedaría con ella. Finalmente el cura párroco, que era de la confianza de todos, se ocuparía de invitar a una familia por día, los que mejor se comportaran.
Desde esa vez en Villa Desgracia no hubo robos ni homicidios, la gente se volvió buena, para comer en la iglesia.
Pasó el tiempo, y la familia de Pedro Salvaje que nunca había sido invitada, entró resentida, los asaltó cuando comían, incluyendo al cura, y se llevaron la sopera; esta vez sí se llenó de comida. Al mediodía levantaron la tapa y apareció un apetitoso guiso de lentejas, el plato preferido de Pedro Salvaje. Comieron hasta hartarse y al rato empezaron a revolcarse, y un poco después morían envenenados.
Nadie supo cómo sucedió, pero la olla apareció sola, en casa de Juan Elbueno. Yo, que soy un viajero incansable, pasé por Villa Desgracia. Allí conocí a Juan Elbueno. Me convidó de comer, y les juro que nunca disfruté un puchero de gallina tan sabroso, mientras Juan me contaba esta historia, que mucho no le creí, pero parece que es cierta.

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