domingo, 8 de diciembre de 2019

Jenara García Martín



                                   Ingenuidad 
Jenara García Martín


El joven pescador, Willi Ullía,  había recorrido ya, sino los siete mares, por lo menos tres o cuatro.  Salía de su casa  cuando se rompían los amaneceres con farolillos,  recorriendo las callejuelas empedradas que dividían los barrios. Disfrutaba  del silencio que invadía el alba, sin dejar de observar las prendas colgadas en las débiles cuerdas, suspendidas  en las ventanas de las estrechas calles.  Se hacía a la  mar sobre esa gran fábrica de aceite de hígado de bacalao. Era un viajero de lo insondable, de lo misterioso,  mas no sabía nada del amor.  Soñaba con  un amor a barlovento, con labios de púrpura y alma de espuma salada. 
Para las bromas de sus compañeros,  siempre tenía la respuesta con una frase de humor  que, ingenuamente, tenía tatuada en el pecho "LA MATE PORQUE ERA MIA”....  Se devanaba los sesos por iniciarlo, a pesar de su timidez, aunque fuera con una de esas jóvenes que, en los puertos, esperan el desembarco de los marineros, sin saber quién será,  buscándole la sal a la vida.  Un buen día, el destino les llevó  a Dover por la manga de Francia. Desde la cubierta del barco, a Willii, ya le llamó la atención la presencia de aquella muchacha en el puerto. Su hermoso cabello rubio y la esbelted de su cuerpo resaltaban como las figuras de propaganda cinematográfica en los grandes cartelones. Era una rubia de verdad. "Rubia del Norte". Sus compañeros ya estaban bajando por la escalinata del barco. Rogaba que ninguno se fijara en ella, y se la llevara. Ella también le había descubierto y sus miradas se atrajeron como imantadas.  Le esperó... 
Por fin pudo bajar a tierra, e ir al encuentro de la muchacha rubia. La estuvo observando dos, tres minutos.  Los labios eran de color púrpura, como él había soñado. Su timidez le impedía pronunciar palabra. Ella se acercó. Sonrieron los dos al mirarse. Era inútil hablar  No se entenderían con  palabras. No hablaban el mismo idioma  Ella en el suyo  dijo su nombre: Maureen. Él escuchó Mari María  Un nombre común, pensó, pero ¿qué importaba?.. ¡Con una mirada  y una sonrisa!.. ¿hacen falta palabras para iniciar una  relación?... 
Se entendieron perfectamente. Tomados de la cintura recorrieron el paseo del Puerto. Willi era feliz;  por fin iba disfrutando de la compañía de una muchacha que se había fijado en él.
Entraron en uno de esos enormes almacenes portuarios,  y,  de pronto Willi le enseñó a la muchacha una botella de Wisky que llevaba debajo del chaquetón de agua. Quería cambiarla por alguna otra cosa típica. Para obsequiársela. Ella no se lo permitió. Detrás de un maniquí que exhibía  una llamativa sombrilla, se dieron el primer beso.  Y Willi compró  esa sombrilla y se la regaló. Como testimonio de su primer beso. -¡Qué labios más dulces! -pensó  Willi- y se preguntaba: -¿así será un beso de amor?- A cambio de la sombrilla, ella le compró una camisa a cuadros. Pasaron la tarde recorriendo algunos de los lugares más románticos del parque, y cuando ya llegaba el atardecer y el sol se perdía en el horizonte decidieron entrar en un café a comer algo. Ya había llegado la noche y salieron del café. Una mirada era suficiente. Ella  le indicó un Hotel. Willi la comprendió enseguida. Alquilaron un pequeño cuarto con paredes azules y abrieron la botella de Wisky, brindando por ese encuentro. Vivieron una noche jamás soñada. Comprendía  que aquella muchacha, era de esas mujeres que venden su cuerpo y que a él, ni siquiera se lo había insinuado... También para  Maureen esa noche,  no fue una noche cualquiera,  de esas de calmar con su cuerpo el deseo  de un hombre. Ella había comprendido enseguida, que para Willi había sido la primera noche que había compartido con una mujer, pero con un sentimiento puro, juntando los latidos de su corazón con dulzura, a lo que ella no estaba acostumbrada.

Los primeros rayos del sol, les anunció el amanecer y que ese efímero encuentro,  llegaba a su fin. Él estrenó la camisa a cuadros. Salieron del hotel felices, pero sintiendo que la despedida, había abierto la puerta estaba acostumbrada. Los primeros rayos del sol, les anunció el amanecer y que ese efímero encuentro,  llegaba a su fin. Él estrenó la camisa a cuadros. Salieron del hotel felices, pero sintiendo que la despedida, había abierto la puerta. 
A la hora señalada fueron al puerto y al pie de la escalinata del barco se dieron el último beso.  Dover se quedó atrás con la muchacha rubia,  y Willi siguió su vida de marinero. Todos los días se ponía la camisa a cuadros. En sueños veía a Mureen entre las redes de marsopas voraces. De codos en el carel del barco, pensativo, se exponía a que una ola lo arrastrara hacia el fondo del mar. 
Pero lo curioso fue lo que pasó aquella madrugada en que Willi  no tenía que navegar, y no se puso  su camisa a cuadros. La muchacha rubia había quedado perdida en el tiempo, pero no en su pensamiento. 
Era un alba de luz opalina, sin estrellas, sin luna, sin sol, pero claro en su intensa obscuridad.  Caminaba pensativo en dirección a la cala, bajo ese clima de silencio y absoluta paz. Hasta el mar  acariciaba con sus olas el acantilado, como un suspiro de marinero contemplando la inmensidad. La camisa a cuadros, había quedado colgada en la cuerda, en el patio de su casa, cuando a eso de las cuatro de la madrugada, sin viento  que hiciera mover una delicada o simple hoja, la camisa comenzó a balancearse.  Se agitaba con la angustia de su vacío como queriendo romper las ligaduras que la sujetaban los hombros. Las mangas retorcidas, subían y bajaban como el soplo de un invisible llanto de tragedia. Se juntaban a veces  los puños que se abrían en cruz una y otra vez en una misteriosa corriente de tortura. Llegó un momento en que se quedó rígida, extenuada, como un palo, con las mangas señalando el suelo. 
Willi fue arrastrado por una ola en la punta de la cala, esa misma madrugada,  a eso de las cuatro  y su cuerpo nunca se encontró. En Dover, la muchacha  "rubia de verdad", preguntaba a los marineros por él, cada vez que llegaba a puerto un barco fábrica de hígado de bacalao. Nadie la daba noticias.  Pasó  mucho tiempo de espera, hasta que un marinero, que hablaba su idioma, le dijo que no siguiera esperando, pues Willi había cambiado de destino y que de ese destino no  había regreso. ¿Entiendes?. La muchacha rubia sí entendió, pero seguía yendo al puerto cuando llegaba un barco fábrica de hígado de bacalao, no a buscar compañía, sólo a esperar a Wlli.


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