sábado, 28 de diciembre de 2019

David Slodky



                  Cuentos breves  David Slodky

                                                Suya
Cuando la vio, supo que era ella. Sigilosamente, amorosamente, día tras día, fue creando la trama. Una a una esquivó sus descortesías, venció sus resistencias. Cuando ya se hizo imprescindible, cuando por fin le dijo que sí, que ella también lo amaba, nunca más volvió a verla. La guardaría suya, pura, perfecta, para siempre en su memoria, inmune al deterioro del tiempo y a la banalidad de lo cotidiano. 
                                                El amor y la muerte  
-¡No se encariñen tanto con Boby, que después, cuando los perros se mueren, se sufre muchísimo! -dijo la madre a sus pequeños hijos.
-Qué tontería -dijo el de 7 años, mirándola-: es como decirnos que no te queramos a vos, porque algún día te vas a morir.
La madre calló, azorada.
Acarició luego al perro.
                                                        Ceremonias 
Es terrible, sí, pero siento alivio… Su locura me exasperaba. Lavarse las manos 80 veces por día, levantarse 6 veces cada noche para asegurarse que la puerta esté con llave, sus extrañas ceremonias con los fósforos antes de encender la cocina… ¡Me era insoportable ya! Ayer se fue. Por un mes voy a dar dos vueltas a la silla antes de sentarme, para asegurarme que no vuelva…
Fuga de ideas en solo mayor 
Tengo miedo, no sé a qué, a todo, acá se viene, no sé qué viene, pero algo muy grande viene, los nervios me están destruyendo, tengo la sensación de estar roto, quebrado, temblando por dentro, tan blando por dentro, parece que fuera de algodón, me miro al espejo, veo una persona, por zona, con ojos, con carne, con huesos, sin afecto, soy un efecto, no efectúo nada, incumplo todo, todo me pesa, pésame dios mío, me arrepiento de todo corazón de haberos ofendido, bandido, estoy blasfemando, blas fe mando, Pascal era un hombre de fe y de mando y yo soy un pobre diablo, un diablo pobre, un diablo, ¡pobre!, mi cabeza, por dios, mi cabeza, no para, tengo miedo, no sé a qué, a todo… 
                                                               Despertar
Despertó en medio de la noche. Algo había interrumpido su sueño.
En el enorme cuarto donde en una cama dormían sus padres, en otra ella, y en otra su hermano, la oscuridad más absoluta hacía imposible divisar nada. 
Percibió un rumor de voces quedas, y un extraño chirriar.
“¿Mami? Siento voces…”.
El susurro cesó, el rechinar se pasmó un instante y se detuvo.
“No, hija, debe ser afuera.”
“Prenda la luz, mamá.”
“Cortaron la luz, dormíte, no pasa nada.”
“¿Cuándo vuelve el papá?”
“El sábado.”
“Mamá, tengo miedo. ¿Puedo pasarme a su cama?”
“No. Sos grandecita para esas macanas. ¡Y ya dormíte, chinita!”
Contuvo la respiración, aguzando los oídos. Ya no escuchó nada. Recordó que entre sueños había sentido esa voz odiosa, la del hombre que antes comía en casa, en la pensión que daba su madre para trabajadores del pueblo sin familia. Ahora mamá la mandaba a ella con una vianda al hospedaje donde el hombre vivía, y ella no quería ir, y mamá la obligaba y el hombre le agradecía y a la niña le desagradaba profundamente la voz del hombre, su mirada pegajosa.
¡Mañana le diría a mamá que no la mande más, que hasta le hacía tener pesadillas!
A punto de dormirse de nuevo, volvió a sobresaltarla el cadencioso chirriar. Sintió que el corazón se le helaba.
“¿Mamá…?”
“¡Dormíte, chinita ‘i mierda, que te vi’a dar un rebencazo! ¡Ya vas a ver cuando vuelva tu papá!”
Ya no se volvió a dormir, pero aguantó toda la noche la respiración y el sollozo y el grito que le explotaban adentro. Con sus orejas espió todo. Y la oscuridad del cuarto llenó su alma. Había despertado en la noche, había despertado para siempre.

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