sábado, 30 de marzo de 2019

Noemí Cuevas



Equelize 
Noemí Cuevas

a mi nieto Ezequiel
- Abuela, un día me hacés un juguito de “Arcoiris”…
La Abuela salió al jardín y llenó diez jarras de luces de colores, se las llevó al nieto y abrazándolo le dijo que afuera estaba tan lleno de arco iris, que el cielo parecía una fiesta.
Equelize tenía tres años. Era mucho más hermoso que cualquier arcoiris, en realidad, los arcoiris estaban adentro suyo. Sus ojos eran mucho más dulces que su mirada, la que indagadora, atravesaba cuanto observaba.
Salió al jardín luego de haberse bebido las diez jarras de colores, comenzó a juntar en una bolsita todo el aire que podía contener. Le pesaba tanto aquella bolsa, que al llegar al cuarto la abrió y dejó que aquel bullicio de color se extendiera por todas partes. 
- Abuela, cuando mi papá y mi mamá eran bebés, ¿quiénes eran mi papá y mi mamá?; la Abuela salió al jardín y le pidió a todos los árboles que le dieran una respuesta para aquella pregunta porque evidentemente el niño sabía que siempre había vivido.
- Cuando ellos eran bebés, vos no necesitabas papá y mamá, porque eras el aire, el sol, las estrellas, todos los caminos y todas las flores, todos los pájaros y todos los mares. Estabas muy cerca de ellos, y ni ellos ni vos lo notaban, como seguramente en el aire, en el sol, en la hierba, en todo lo que vive y es bueno están los que van a ser tus hijos.
Equelize abrazó a la Abuela. La miró, y en sus ojos una larga sonrisa que la envolvió para siempre. 
Salió al jardín. Comenzó a correr, a saltar, a estirar los brazos, a reír, a dar vueltas carnero en el césped, y a hacer equilibrio sobre un banco hecho con el tronco de un árbol.
Se aquietó de pronto. Acurrucado y suave, abrazó a ese banco-árbol y le murmuró con su boca pegada a la corteza:
- Árbol, un día te moriste y entonces te acostaron, y entonces los nidos se volaron con los pájaros, y las ramas te quedaron chiquitas. Ahora sos un banco que vive en el jardín. Yo te camino. La Abuela por las tardes se apoya en vos y te lee libros.
- Árbol, cuando eras una semillita, ¿tenías una Abuela que te contaba que siempre estuviste en la vida porque estabas en el aire, en el sol, en la hierba, y que todos los bosques que todavía no crecieron, también están allí esperando que les toque el momento de nacer?
- Árbol, cuando eras una semillita, ¿tenías una Abuela que te hacía juguito de arcoiris?
El buen árbol-banco silencioso lo contuvo. Lo dejó hacer con él lo que quisiera, le permitió que lo montara, que hiciera equilibrio, que se echara, o que el tiempo se le hace demasiado extendido. Tal vez, piensa la Abuela, sigue buscando los colores que de tan chiquito se quería beber. Tal vez sigue tratando a soñar.
Equelize creció, ahora es un adolescente, y se bebe la vida montado en una bicicleta; la Abuela lo mira, lo ve partir, Equelize siempre se va.
A veces parece que le quisiera ganar a las horas. A veces viendo qué le y su mamá cuando su papá y su mamá eran bebés.
Tal vez, el hermoso Equelize trata de comprender, sin poderlo todavía, cómo es posible que exista el gris, si nada es tan prodigioso como una jarra llena de juguito de arcoiris.


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